Elena Viniegra, Commercial GTM Area Lead de NetApp.

Elena Viniegra, Commercial GTM Area Lead de NetApp. NetApp

Opinión #SOMOSMUJERESTECH

¿El oro negro o el chapapote del siglo XXI?

Elena Viniegra
Publicada

Si en el siglo XX el petróleo alimentó la economía mundial, en este siglo los datos digitales se han convertido en el combustible de la imparable, y tan de moda, inteligencia artificial y la revolución digital.

Estos últimos años, venimos escuchando datos reveladores sobre el crecimiento exponencial del consumo y la creación de datos a nivel global. Entre 2015 y 2025, la tasa de crecimiento anual media ha sido de casi un 30%, un incremento de más de 12 veces en tan solo una década, una auténtica barbaridad.

Factores como Internet, las redes sociales, el vídeo en streaming, el Internet de las Cosas (IoT), las tecnologías móviles y, más recientemente, el auge de la inteligencia artificial, han impulsado este crecimiento masivo.

Pero, ¿somos conscientes de lo valiosos que son nuestros datos? La información, bien analizada, permite tomar decisiones cruciales e incluso anticiparse a tendencias o catástrofes. Los datos no solo nos orientan en decisiones cotidianas — como qué ver en Netflix o qué ruta seguir en un sistema de navegación —, sino que también influyen en decisiones de gran envergadura. Empresas y gobiernos de todo el mundo personalizan servicios y optimizan procesos gracias al análisis exhaustivo de datos. Diagnóstico de enfermedades, gestión de recursos naturales, predicción de la demanda energética… son solo algunos ejemplos del papel clave que juegan los datos en todos los ámbitos de nuestra vida.

Si tan relevantes son los datos, ¿sabemos quién los controla y a qué precio? Cada vez que creamos un perfil en una aplicación, damos un "like", respondemos a una encuesta, buscamos algo en un navegador o rellenamos un formulario, nuestra pequeña aportación queda almacenada en algún lugar. En el sector tecnológico, se han construido verdaderos imperios sobre los datos masivos. Su objetivo es claro: monetizar nuestra información y comportamiento personal. Meta, Instagram, TikTok, Apple… nos ofrecen sus aplicaciones para un uso aparentemente “gratuito”. Muchos de nosotros no somos conscientes de que estamos alimentando a estos gigantes de la información, facilitándoles la recolección y procesamiento de nuestra vida digital.

¿Cómo monetizan nuestra información? – Estos gigantes tecnológicos recolectan cada uno de nuestros movimientos digitales. Analizan nuestras búsquedas, clicks, ubicaciones, gustos, intereses y comportamientos en línea. De este modo, son capaces de ofrecernos anuncios supuestamente relevantes para nosotros, basados en nuestras preferencias. Cada vez que hacemos click en uno de estos anuncios, el anunciante les paga. Además, pueden vender datos agregados a terceros. Aunque no se comparten datos personales directamente, sí se comercializan informes anónimos sobre tendencias de consumo, comportamiento de usuarios o patrones de mercado.

Han surgido así los data brokers del siglo XXI: empresas que venden, con fines lucrativos, nuestra información personal. Utilizan infinidad de fuentes, incluidas las redes sociales. Hay datos menos sensibles — como el sexo, la edad o la ciudad de nacimiento—, y otros mucho más delicados — como enfermedades, información bancaria o estado civil —. Cuanto más sensible es la información, mayor es su valor en el mercado. No son cifras menores: algunos informes indican que un data broker puede superar los 8.000 millones de euros de facturación anual.

Por lo general, no sabemos qué tipos de datos aportamos, ni qué uso se hace de ellos. Aunque se nos informe, suele hacerse de forma poco inteligible, y damos permiso a aplicaciones y páginas web, sin saber realmente con qué propósito se utilizarán nuestros datos y sin detectar que se nos están pidiendo permiso. Aceptamos términos y condiciones sin leerlos y aunque quisiéramos informarnos, muchas plataformas utilizan métodos engañosos y lenguajes confusos para dificultar que comprendamos que estamos dando nuestro consentimiento.

Esto tiene consecuencias, tanto a nivel individual como social. A nivel personal, perdemos privacidad y nuestras preferencias pueden ser rastreadas. A nivel colectivo, poblaciones enteras pueden ser monitorizadas por gobiernos o empresas, lo que genera una creciente desigualdad digital entre quienes controlan los datos y quienes no. Como resultado, la confianza social se erosiona y se debilita.

Las nuevas generaciones crecen en un mundo donde la exposición digital es imparable y, muchas veces, inevitable. Desde edades muy tempranas comienzan a perfilar una identidad digital, sin plena conciencia de las implicaciones a largo plazo. Publican fotos, comparten opiniones, interactúan en redes sociales y utilizan aplicaciones que recopilan datos de forma constante. Todo esto va constituyendo su huella digital que, con el tiempo, se vuelve más densa, más grande y más difícil de borrar.

Pienso si en el futuro se enfrentarán a situaciones difíciles de corregir. Por ejemplo, en un proceso de selección laboral, ¿Se evaluará solo su formación o experiencia? ¿O también aspectos de su vida privada?: sus amistades, sus preferencias políticas o de género, sus hábitos de consumo, o incluso publicaciones que hicieron en su adolescencia. Comentarios impulsivos, bromas fuera de contexto o imágenes personales podrían ser rescatadas y utilizadas para juzgar su carácter o su idoneidad para un puesto de trabajo.

Vivimos en una era digital donde la “viralidad” y la exposición pública pueden ocurrir en cuestión de segundos. Una imagen o un comentario desafortunado puede ser compartido miles de veces, fuera de contexto, y dejar una marca imborrable. Esto no solo podría afectar su reputación, sino también su salud mental, su autoestima y su libertad de expresión.

A medida que pasen los años, su huella digital será aún más pesada, extensa y compleja. Estará compuesta, no solo por sus datos pasivos, sino también activos — como publicaciones, comentarios, mensajes o interacciones en redes—. Incluirá información personal y profesional, posiblemente acompañada de análisis de comportamiento, predicciones algorítmicas y perfiles automatizados. Proyectará todas las interacciones que hayan tenido desde que comenzaron a usar un dispositivo móvil, y será difícil distinguir entre lo que eligieron compartir y lo que fue recopilado sin que se dieran cuenta.

La recopilación masiva de información, la falta de transparencia en su uso y la creciente sofisticación de la Inteligencia Artificial, plantean desafíos éticos, sociales y personales sin precedentes. No se trata de rechazar el progreso, sino de exigir un modelo más justo, transparente y respetuoso con los derechos individuales. Debemos enseñar a usar la tecnología, y a la vez comprender sus implicaciones éticas, sociales y personales. Las nuevas generaciones deben aprender a gestionar su identidad digital con responsabilidad, a proteger su privacidad y a tomar decisiones informadas sobre qué compartimos y con quién.

Esparcir constantemente nuestra información puede acabar generando a nuestro alrededor una mezcla espesa y pegajosa de alquitrán, difícil de limpiar. ¿Existe alguna escapatoria que garantice que la revolución tecnológica no se construya a costa de nuestra privacidad, libertad y dignidad?

¿Estamos aún a tiempo de evitar quedar atrapados y ahogarnos en nuestro propio chapapote?

*** Elena Viniegra es Commercial GTM Area Lead de NetApp