En Europa, las pymes son el motor y el corazón de nuestra economía. Lo decimos casi como un mantra, sin preguntarnos si ese corazón late al ritmo que exige el mundo actual. Porque lo que está claro es que las reglas del juego están cambiando: ahora ya no se trata solo de sobrevivir, sino de saber escalar, innovar y formar parte de cadenas de valor globales. Y para eso, empiezan a surgir las pymes aumentadas.

¿Qué significa esto? No hablo de ciencia ficción, sino de realidad concreta: pequeñas empresas que, gracias a tecnologías como la inteligencia artificial o el acceso a infraestructuras compartidas, a la innovación, aumentan su capacidad productiva, su agilidad y su alcance. La verdadera gran disrupción: pasar de productividad analógica a productividad aumentada. No estamos hablando de IA que crea arte sin autor, sino de compañías con personas + IA que generan nuevas aplicaciones conjuntamente, desarrollos humano+máquina. Pymes industriales o de servicios que lideran nichos de mercado desde municipios pequeños. No son unicornios ni burbujas de datos, pero sí eslabones clave en cadenas de valor renovadas y globales.

Europa ha propuesto la nueva Estrategia de Startups y Scaleups presentada por la Comisión Europea que plantea, por primera vez, un marco claro y ambicioso: armonización legal con el llamado “Régimen 28”, más financiación para el escalado con el fondo Scaleup Europe, atracción de talento mediante visados inteligentes, y una apuesta decidida por integrar a estas empresas en ecosistemas industriales. En otras palabras: menos burocracia, más impacto.

Pero lo más relevante no son las herramientas, sino el cambio de enfoque: las pymes dejan de ser las últimas en la cola para convertirse en agentes activos de transformación. En mi libro: “El liderazgo de las hormigas”, describo la situación geoestratégica actual y llamo a la acción de las “hormigas” y pongo el valor de la fuerza de las pymes y su diversidad. Y aquí entra la cadena de valor. Una pequeña empresa que fabrica componentes de calidad en Reus o que desarrolla algoritmos desde Teruel también forma parte de la columna vertebral productiva del continente.

Las pymes aumentadas no tienen por qué ser tecnológicas en esencia, pero sí deben tener una mentalidad abierta, utilizar todas las herramientas, una cultura de colaboración y la capacidad de integrarse en redes más amplias. Ya no compiten solas. Compiten como nodos interconectados en un sistema que exige eficiencia, resiliencia y propósito.

Eso sí, no olvidemos los riesgos. Aumentar capacidades no puede convertirse en aumentar desigualdades. Si los fondos o los beneficios fiscales se quedan en pocas manos, estaremos generando una nueva brecha entre empresas “aumentadas” y pymes “agotadas”. Necesitamos políticas justas, con condiciones claras, acompañamiento cercano y acceso equitativo.

Y, sobre todo, necesitamos no perder el norte. La tecnología nos ayuda, pero no lo es todo. Las cadenas de valor no son solo flujos de datos. Son productos, mercancías, relaciones humanas, confianza construida, compromiso con el territorio. Las pymes aumentadas que necesitamos son las que no solo exportan productos, sino que también generan empleo digno, innovación con sentido y bienestar local.

Quizás por fin estamos entendiendo que el tamaño ya no define a una empresa. Lo que importa es el valor que aporta, la cadena que teje, y el futuro que construye. Si lo hacemos bien, Europa no será solo el lugar donde nacen startups, sino el continente donde florecen empresas que, con raíces firmes y visión aumentada, lideran una nueva economía más inteligente, más cercana, más justa y más humana.