Alan Gómez.
La tecnología es, sin duda, una de las mayores palancas transformadoras de nuestro tiempo. Más allá de facilitar tareas o conectar personas, tiene el poder de cambiar vidas y de abrir nuevas rutas donde antes solo había barreras. Por eso, cuando hablamos de innovación, no podemos olvidarnos de su enorme potencial como herramienta de inclusión, especialmente para colectivos como las personas con discapacidad.
Y es que el empleo tecnológico no solo ofrece sueldos más altos o mayor estabilidad, también genera oportunidades reales en un entorno inclusivo. El trabajo en remoto o los entornos digitales adaptados son solo algunas de las razones por las que este sector se está consolidando como una vía de reinvención para muchas personas con discapacidad que buscan una segunda oportunidad laboral.
Actualmente, según datos del SEPE, gran parte del empleo de personas con discapacidad se concentra en sectores de bajo valor añadido, como la jardinería o el sector servicios. Esta realidad no refleja su potencial. Y menos aún en un contexto donde el talento tecnológico es escaso y cada vez más demandado. Si apostamos por ofrecer la formación adecuada, la tecnología puede ser la llave que abra un nuevo tipo de empleo, más cualificado, más flexible y más inclusivo.
Pero para que esto ocurra, necesitamos mucho más que voluntad. Las personas con discapacidad y sus familias enfrentan cargas económicas que complican seriamente el acceso a estudios especializados. Según datos de la Fundación Adecco, las familias con hijos con discapacidad gastan una media de 400 euros al mes en tratamientos, terapias y otros servicios especializados. Esto supone cerca de 4.800 euros anuales. Este sobreesfuerzo económico limita gravemente la posibilidad de invertir en formación especializada que puede ser de ayuda para su futuro laboral.
En este contexto, el sector tecnológico se posiciona como una gran palanca de cambio. Es un sector en continuo crecimiento, con alta demanda de talento y, lo que es más importante, con amplias posibilidades de trabajo en remoto, entornos digitales inclusivos y herramientas de accesibilidad que actúan como facilitadoras.
Sin embargo, el acceso a esta formación continúa siendo desigual. La inclusión de estas disciplinas en los planes de estudio, desde etapas tempranas, es fundamental para garantizar que todos los jóvenes, independientemente de su situación personal, puedan acceder a oportunidades reales en un mercado laboral cada vez más tecnológico.
Afortunadamente, instituciones educativas, administraciones públicas y entidades sociales están comenzando a tomar conciencia de esta realidad. Algunas ya han puesto en marcha programas específicos de becas, como el que se trabaja desde IMMUNE junto a Fundación ONCE, y su programa 'Por Talento Digital', ayudas para personas con discapacidad interesadas en formarse en tecnología. Es un camino que hay que seguir ampliando y reforzando.
Según la Fundación VASS, las empresas que apuestan por la inclusión de personas con discapacidad no solo generan un impacto positivo en la sociedad: también mejoran su productividad, con incrementos que oscilan entre el 15% y el 20%.
Cada persona con discapacidad que accede a formación especializada es un talento que se activa, una historia de superación que se transforma en innovación y valor añadido para las empresas. Necesitamos que tanto las instituciones públicas como el sector privado apuesten decididamente por programas inclusivos de formación y empleabilidad, porque la diversidad no es solo un derecho: es también una ventaja competitiva en un mundo cada vez más tecnológico.
La tecnología no debería ser un privilegio, sino una herramienta al alcance de todos. En un momento donde el talento digital escasea y la inclusión sigue siendo una deuda pendiente, formar para incluir no es solo una apuesta social: es una decisión estratégica. Cada oportunidad formativa que damos es una puerta que se abre. Porque cuando enseñamos tecnología, no solo enseñamos a programar: enseñamos a construir futuros. Y esos futuros, si son para todos, son mucho mejores.
*** Alan Gómez es director académico en IMMUNE Technology Institute.