Después de más de 30 años seguimos sin entender que la tecnología debe ser una palanca de cambio para mejorar la educación y no para “vender una mejor educación”. Debe ser una herramienta que aporte soluciones reales y realistas en el complejo desafío que supone educar y para ello no podemos convertirla en objetivo en sí misma, ya que, si no, será esa quimera que hemos estado viendo en tantas ocasiones que no ha traído más que promesas incumplidas…
Y si hasta ahora el reto ha sido difícil, ahora lo es muchísimo más, sin duda alguna, ya que el avance tecnológico ha sido exponencial durante los últimos años, pero no ha venido acompasado con los necesarios e imprescindibles cambios sociales.
Porque llevamos meses debatiendo los posibles riesgos de una mala implementación de la IA en el proceso de enseñanza-aprendizaje, que es fantástico, ¡ojo!, pero hemos normalizado, totalmente, por ejemplo, que miles de niños, niñas y adolescentes acudan a la escuela sin calefacción o aire acondicionado, que sigan estudiando en barracones o que, algunos, tengan jornadas maratonianas de 12 horas… ¡Ya de lo de la Escuela abierta 24 horas, ni hablo!
Y justo si pensamos en cómo mejorar la situación de cada alumno, es donde la inteligencia artificial ha podido superar con creces al anquilosado modelo educativo que no siempre ha sabido adaptarse a la diversidad, adaptando las necesidades del aprendizaje para alumnos que tienen diferentes ritmos y necesidades.
¿cómo puede hacerlo? Grantizando que cada estudiante, sin importar sus capacidades, pueda desarrollar su potencial al máximo. Por un lado, se ha logrado adaptar y hacer accesibles los contenidos al alumnado con diversidad funcional: niños con discapacidades visuales, auditivas o motoras que pueden acceder ahora al conocimiento sin barreras.
Como las herramientas que convierten el texto en voz y describen el entorno, permitiendo que el alumnado con discapacidad visual pueda participar en clase con mayor autonomía; o las que convierten la voz en texto en tiempo real, facilitando que alumnado con discapacidad auditiva pueda seguir las clases sin necesidad de un intérprete, mejorando el aprendizaje y favoreciendo la inclusión dentro del aula.
Por otro, se ha podido ajustar la dificultad y características de los contenidos en función del progreso del alumnado, permitiendo que cada uno avance a su propio ritmo, con herramientas que permiten crear experiencias de aprendizaje dinámicas y adaptadas a estudiantes con dificultades de atención, TEA, TDAH o dislexia.
Y, finalmente, para esa parte del alumnado muchas veces olvidado: plataformas que personalizan rutas de aprendizaje para motivar al alumnado con altas capacidades, ofreciéndole contenidos más avanzados y desafiantes, según su nivel de comprensión.
Por tanto, creo que ha quedado claro que la pregunta no es si debemos integrar la IA en la educación, sino cómo hacerlo de la mejor manera posible para asegurar que cada estudiante, independientemente de sus capacidades, tenga la oportunidad de alcanzar su máximo potencial.
Tal y como explica Nuria Oliver, estamos en un nueva revolución industrial, la cuarta, en la que ya no tiene cabida la pregunta de si la IA debe prohibirse o no, igual que no podemos pensar en si podemos vivir en un mundo que no sea móvil, conectado y digital. Vivimos en la era del Internet de las Cosas y de la ubicuidad de la tecnología. Ahora bien, nuestro deber es implementar esta tecnología de forma correcta, regulada, asequible y medible.
Pero de todo esto, ¿qué son meras expectativas y qué son realidades aterrizadas ya en el aula?
Según los últimos estudios (Empantallados y GAD3, 2024) el 73% de los docentes ya emplean herramientas de IA en su día a día en tareas que van desde la generación de ideas para sus clases (63%) a la creación de nuevos contenidos (50%), aunque, todavía, son una minoría (10%) los que confían en ellas para las tareas de evaluación automática o generación de exámenes.
Por otro lado, más del 70% de los universitarios han probado herramientas de IA para tareas académicas (según el 'Estudio de la UPV/EHU sobre IA y plagio en la universidad', 2025). Un 40% de los estudiantes usa IA para resumir textos y tomar apuntes, un 30% para la corrección de redacción o mejorar la calidad de sus trabajos, y solo el 10% reconoce usarla para hacer trabajos o contenidos completos. Estos informes reflejan un uso consciente y crítico de la IA en estudiantes universitarios que, a priori y mayoritariamente, utilizan estas herramientas como apoyo.
Pero ¿qué ocurre cuando hablamos del alumnado de ESO y Bachillerato? Parece que el 82% de los adolescentes utiliza la IA para tareas escolares y, en este caso, podemos detectar una dependencia excesiva para la realización de trabajos y deberes, y la poca capacitación crítica ante la información que obtienen de estas fuentes.
Por ello, como apunta M.ª del Mar Sánchez Vera en su artículo 'IA generativa en las aulas: del hype tecnológico a su impacto real', el gran desafío es cómo podemos implementar esta tecnología para beneficiarnos de todas sus oportunidades sin perjudicar el desarrollo fundamental de las destrezas del alumnado.
Es en este punto es donde debemos recordar el tan importante enfoque del “cómo, cuándo y para qué” respecto al uso de la tecnología en el aula: cada aplicación, plataforma o herramienta debe ser implementada a la edad adecuada y con el imprescindible acompañamiento y orientación del docente. De esta forma, nos aseguraremos de que cuando el alumnado comience a usar herramientas de IA, ya hayan desarrollado ampliamente habilidades básicas como el pensamiento crítico, la resolución de problemas, la creatividad en la redacción y creación de contenidos, etc.
Además, el gran reto que tenemos por delante es saber medir el impacto de las tecnologías, en este caso de la IA, en el aprendizaje de los estudiantes.
Hace unos meses, en la celebración del International #EducationDay 2025, Stefania Giannini, subdirectora General de Educación de la UNESCO, hizo hincapié en un mensaje rotundo: “La IA no es solo una cuestión tecnológica, es una cuestión profundamente humana. Se trata de los sistemas y valores que incorporamos en su diseño. A medida que adoptamos la IA en la educación, debemos asegurarnos de que la agencia humana ética e inclusiva permanezca en el centro de cada diseño e implementación. Y debemos cuestionar los principios que guían la creación de la IA y reflexionar sobre cómo todos podemos ser co-creadores de esta tecnología que nos afecta a todos.”
Ese espíritu colaborativo que trajo la WWW a comienzos de los 90, que hizo que pasáramos de consumidores a prosumidores, ahora vuelve con más fuerza para enfatizar la imprescindible labor humana en el diseño y desarrollo de la IA.
Pero, ¿qué debe regularse exactamente y de qué manera? Personalmente creo que hay tres puntos básicos sobre los que debemos trabajar. Primeramente, que las nuevas aplicaciones y plataformas se diseñen de forma ética y transparente, evitando los sesgos algorítmicos (provenientes, obviamente, de una sociedad más que sesgada durante décadas y décadas) y que garanticen la inclusión de todos los niños, niñas y adolescentes. En segundo lugar, debemos garantizar que los datos del alumnado estén protegidos tanto dentro como fuera del aula. Y, por último, asegurar que se eviten los daños tanto emocionales como físicos por un uso ilícito de estas herramientas.
La tecnología tiene el potencial de ser un igualador de oportunidades, pero promover herramientas que requieren conectividad en contextos desiguales, hace que la IA corra el riesgo de convertirse también en un factor de desigualdad. Por ello, para que la IA mejore realmente la calidad de las experiencias educativas, debe garantizarse y/o al menos contemplarse: la equidad en el acceso de esta tecnología a todo el alumnado y centros educativos independientemente de su titularidad y/o ubicación geográfica.
Para ello se necesita la inversión en infraestructuras y capacitación de los equipos docentes con habilidades IA con formación continua y específica para que puedan integrar estas tecnologías en el aula de manera efectiva y responsable. Por último, se deberá desarrollar una normativa específica: implementar marcos regulatorios claros para estudiantes y docentes que definan cómo se deben utilizar las herramientas de IA en las aulas, asegurando transparencia, ética y equidad.