Elena Viniegra, GMT and Business Development Lead de NetApp.
Recientemente, durante una comida con amigos, surgió una enzarzada discusión sobre el futuro profesional de nuestros hijos. Lo que comenzó como una charla trivial, terminó generando opiniones encontradas que no lograron convencer a los demás. Todo comenzó con un comentario sobre cómo los jóvenes han cambiado radicalmente sus prioridades al enfrentarse a su futuro profesional. Y es indudable que esto es cierto.
Que los jóvenes puedan descubrir y reconocer sus talentos, habilidades y aptitudes es fundamental y necesario. Sería ideal que pudieran elegir una carrera o profesión basada en sus intereses, atracciones e incluso pasiones. Pero no nos engañemos, ¿cuántos adolescentes tienen clara su vocación profesional a los 17 años? ¿Y cuántos no se confundirán? ¿Cuántos de nosotros habríamos estudiado otra cosa? Existen alrededor de 2.700 grados universitarios y unas 150 familias de Formación Profesional. La mayoría de los jóvenes tienen un conocimiento limitado sobre cómo funciona el mundo laboral. En el mejor de los casos, alcanzan a conocer unas 20 profesiones (y si no os lo creéis, haced la prueba y pedidles que os numeren más).
Tengamos en cuenta que estamos hablando de la Generación Z, los nativos digitales que han crecido en una sociedad donde han tenido todo bajo demanda. Les hemos dado muchas de las cosas que nosotros nunca tuvimos, y no digo que esto sea negativo, pero gradualmente se ha ido creando una sociedad diferente a la nuestra, y muchos de los valores fundamentales para enfrentarse a la vida han desaparecido, se han transformado o han quedado en un segundo plano. Estos jóvenes se pueden pasar 10 horas al día accediendo a contenidos digitales y gestionando más de 4 cuentas de redes sociales… podríamos pensar que es una generación preparada para conquistar y transformar los futuros mercados y necesidades del nuevo mundo digital. Sin embargo, a la hora de la verdad, muchos de ellos se resisten a comprometerse con el esfuerzo que implica formarse y dedicar tiempo al estudio. No les es placentero renunciar a lo fácil. Quieren todo bajo demanda, aquí y ahora. Esto me gusta; like. Esto no me gusta, lo descarto rápidamente.
Algunos estudios revelan que los jóvenes españoles prefieren opositar y ser funcionarios en lugar de trabajar en el sector privado. Aproximadamente, el 10% de la población en edad activa ha opositado en el último año y el 20%, entre 18 y 55 años, lo está considerando. Buscan más seguridad laboral y tienen menos interés en salarios elevados. Priorizan trabajos flexibles con más tiempo para su desarrollo personal, reflejando un cambio de valores en la juventud de hoy en día.
No me sorprende descubrir algunos datos que indican que el deseo de muchos jóvenes es vivir de la creación de contenido en redes sociales. Varias encuestas indican que un 40% aspira a convertirse en influencer. ¿Qué tipo de futuro esperan encontrar? Hay un estudio realizado por el Ministerio de Educación y Formación Profesional donde el 80% del personal docente de la ESO apunta que los influencers se han convertido en los nuevos referentes para sus estudiantes, SOS.
En la actualidad, España cuenta con unos 14.000 influencers profesionales que pueden vivir de la creación de contenido (con más de 100.000 seguidores) y sólo unos 1.400 son considerados macro-influencers, es decir, que tienen más de un millón de seguidores. Pero, ¿cuánto dura en la cresta de la ola un influencer? ¿Se puede vivir eternamente de ello?
Si consideramos que en España cada año tenemos alrededor de 300.000 aspirantes universitarios, según las cifras actuales, menos del 5% de ellos lograría vivir como influencer. La realidad es que más del 32% de los jóvenes españoles optará por estudiar una carrera universitaria y se enfrentará a la ardua tarea de encontrar trabajo por cuenta ajena.
El dilema no ha variado con respecto a nuestra época: ¿Deben los jóvenes estudiar algo que les guste? Se debe estudiar… ¿por vocación o por convicción? ¿Deben trabajar para vivir? o ¿vivir para trabajar? He aquí la eterna cuestión: ¿Deberán elegir una carrera con buenas perspectivas laborales o estudiar algo que les apasione? ¿Algo en lo que sean buenos o algo que les guste pero que sea un desafío?
Este punto fue el detonante de nuestra discusión, y no hubo manera de ponernos de acuerdo.
Yo, personalmente, prefiero trabajar para vivir, que vivir para trabajar, que es lo que normalmente termina sucediendo cuando haces de tu pasión, tu medio de vida. Cuando el placer se convierte en obligación, pierde todo su encanto. Pero claro, habrá quien opine que no todo en esta vida es ganar dinero, y es verdad. Es evidente que siempre habrá diferentes gustos, habilidades y necesidades. La sociedad reclama médicos, profesores, ingenieros, abogados, economistas, científicos, biosanitarios, y además un montón de profesiones que demandan ser cubiertas de manera urgente.
Hay carreras desafiantes y complejas, incluso para los más apasionados en la materia, pero creo que merece la pena asumir el reto y no dejar de intentarlo por miedo o pereza. En el futuro serás valorado, no sólo por tus conocimientos, sino también por tu capacidad para aprender y adaptarte. Siempre se buscará a personas emprendedoras que hayan asumido desafíos difíciles y hayan aprendido a resolver problemas. Aquellos que invierten sus años dorados de juventud en esforzarse, capacitarse y prepararse mejor, se verán recompensados.
¿Dejar de estudiar algo porque te asusta? Lo mismo debes analizar a dónde te va a llevar esa decisión. ¿No es preferible estudiar algo que te permita llevar la vida que quieres, aunque te suponga más esfuerzo o insatisfacción en ese momento? Cierto es que el dinero no da la felicidad, y que cada uno decide cuánto necesita para ser feliz. Pero vivir con una situación salarial limitada, donde no puedes aspirar a mejorar tus condiciones, puede resultar también muy frustrante.
Por eso, si la duda está en el esfuerzo que supondrá y la pereza de embarcarse o no en una travesía más compleja, no porque no te guste, sino porque te asusta o te resulta más difícil, te diré que el comienzo es siempre lo que más esfuerzo requiere. Que las personas no fracasan por ponerse metas demasiado altas y no alcanzarlas, sino más bien por poner metas demasiado bajas y conseguirlas muy rápido.
Y sí, soy de las que piensa que el esfuerzo siempre trae recompensa. Y que la satisfacción radica más en el esfuerzo y no tanto en los logros.
Que los sueños sin metas se quedan en sueños no alcanzados que te desilusionan.
Que en medio de la dificultad se esconde la oportunidad y, por último…
¡Que si tus sueños no te asustan… es que no son demasiado grandes!
***Elena Viniegra es GMT and Business Development Lead de NetApp.