Debido a la confidencialidad y hermetismo que exige un galardón como el premio Nobel, que en cuanto a especulaciones y quinielas está a la altura de los Oscar de Hollywood, casi nunca llegan a confirmarse los nombres de quienes aspiraron, pero nunca llegaron. No es el caso del recientemente fallecido Manuel Elkin Patarroyo, científico colombiano que sí que estuvo nominado al premio y lo rozó. Eso fue en el año 1990.
Sabemos este detalle porque lo reveló la misma persona que postuló su nombre, el secretario general de la Unesco, Federico Mayor Zaragoza, después de que Patarroyo descubriera en 1987 la primera vacuna sintética contra la malaria y la donara a la Organización Mundial de la Salud (OMS) para que fuera de distribución gratuita como un regalo a la humanidad.
Aunque Patarroyo no era químico, los descubrimientos de vacunas sintéticas, según las reglas del comité Nobel, pertenecen a la categoria de química y no a las de medicina, que era el área para el que fue postulado por Mayor Zaragoza, también fallecido recientemente. Del inmunólogo se pretendía reconocer su innovador uso de los aminoácidos, la síntesis de proteínas y las bases de esa vacuna sintética, una bendición para la humanidad.
La mayor parte del trabajo sobre vacunas contra la malaria se había concentrado durante años en matar el parásito en la etapa en que éste ingresa al torrente sanguíneo humano después de que un mosquito haya picado a su víctima. De hecho, el ejército de los EEUU, que era líder mundial en la investigación de vacunas contra la malaria, se había concentrado en esta fase en gran medida porque los soldados estadounidenses en el extranjero no pueden correr el riesgo de enfermarse ni siquiera levemente por las infecciones iniciales de malaria.
Patarroyo cambió el enfoque e intentó bloquear el parásito en su última forma, tal y como emergía, por ejemplo, de una incubación inicial en el hígado, donde puede causar fiebre palúdica leve y dolores de cabeza. La vacuna, como se llegó a comprobar, estimulaba eficazmente los anticuerpos, y los anticuerpos evitaban que los parásitos infectasen los glóbulos rojos, la fase final y mortal de un ataque de malaria. Su gran acierto fue ese cambio de perspectiva: eligió no ir contra la infección inicial, sino contra la enfermedad clínica.
Y el otro gran cambio que introdujo fue su decisión de sintetizar químicamente una vacuna en sus laboratorios. Un auténtico giro, porque prácticamente todas las vacunas (polio, paperas, sarampión y rubéola) han sido creadas mediante la mutación de microbios patógenos para inducir defensas en los humanos. Por tanto, se trata de un producto puramente químico. Fàcil y completamente reproducible. Y, sobre todo, completamente puro, es decir, no sometido a posibles mutaciones.
A la manera en que el doctor Robert Campbell, el Sean Connery de Medicine Man, se sumergió en la selva, Patarroyo relató la manera en que logró avances para su vacuna cuando experimentó con un grupo de monos en el Amazonas. Aquella investigación se realizó bajo llo que técnicamente se denomina "condiciones de doble ciego": ni el investigador ni el personal conocían qué animales habían recibido la vacuna experimental y cuáles un placebo.
Los códigos que revelaban esta información fueron enviados desde Bogotá y, cuando llegaron al Amazonas, se reveló que el 50% de los monos que habían recibido la vacuna no desarrollaron la enfermedad. Para Elkin Patarroyo fue un momento impactante. Era plenamente consciente, pero aquel instante de júbilo se tornó en fuente de angustia y de pánico, por las inmensas responsabilidades que llegaría detrás: ensayos en humanos, la posibilidad de que algo saliera mal.
Aquella noche, abrumado, pidió a uno de sus colaboradores que lo llevara al río Amazonas en una pequeña lancha. Durante el trayecto, mientras el bote esquivaba troncos flotantes, Patarroyo cayó al agua y aunque su colaborador aseguró que fue un accidente, él cree que en ese momento su angustia lo llevó a rendirse. Afortunadamente no lo hizo. Y su cambio de paradigma dio un vuelco a todo.