Es una de las antigüedades más valoradas y buscadas del Museo Británico, uno de esos objetos rodeados de un aura de misticismo y magnificiencia... a pesar de ser poco más que una roca de granodiorita tallada. La Piedra de Rosetta fue mandada erigir por el faraón Ptolomeo V en el año 196 antes de Cristo con un simple propósito: transmitir un decreto en las tres escrituras preponderantes en la época antigua: jeroglífica, demótica y griega. 

Su magia no reside en su contenido ni en su apariencia estética. Tampoco en su dilatada historia de emplazamientos, saqueos franceses en Egipto o su viaje final a Londres, donde sigue exhibiéndose hasta el día de hoy. Todo se reduce a una serendipia de lo más simple: al estar el mismo texto escrito en las tres escrituras se pudo descifrar al fin los jeroglíficos egipcios. O lo que es lo mismo: la piedra de Rosetta se convirtió en la primera fórmula de interpretación y traducción de la historia, esencial para conocer más acerca de las civilizaciones que nos precedieron. Al igual que en un sinónimo de aquella clave, del momento 'eureka' que abre un nuevo campo de investigación.

Hasta aquí la literatura bien conocida de este fragmento de granodiorita. Pero rara vez los mitos llegan de forma aislada, suelen hacerlo en comparsa, en una suerte de engarzado, en comitiva de mágica dádiva por la que cientos de personas suplican a diario. En todo este tráfago, la piedra de Rosetta también es el primer ejemplo de la historia de una deducción fiscal aplicada a la innovación, en este caso con sus autores como beneficiarios de la misma.

Sí, soy consciente de que es un tema mucho más hirsuto que hablar de jeroglíficos y leyendas del antiguo Egipto. Pero, también, es una parcela donde el conocimiento resulta más ignoto y, por ende, merece una reflexión detenida al respecto. De hecho, Carlos Artal de Lara, director general de Ayming, comentaba esta anécdota esta semana en la presentación de su barómetro anual de la innovación. 

Los incentivos fiscales a la innovación no dejan de ser reducciones de las cuotas a pagar del Impuesto de Sociedades a aquellas compañías que realicen inversiones en I+D+I. Un mecanismo de financiación indirecta para las empresas innovadoras que tiene, además, un extenso plazo de aplicación (18 años desde el momento en que se genera la deducción) y que se puede diferir hasta el momento en que la empresa, como una startup, de beneficios. Por ende, un mecanismo esencial para favorecer el impulso al conocimiento en el seno del tejido empresarial, su transferencia a productos y soluciones innovadores o para la contratación de profesionales científico-tecnológicos que contribuyan a ese espíritu intraemprendedor y dinámico dentro de las organizaciones.

Recordemos que, en nuestro país, las deducciones por I+D oscilan entre el 25% y el 42% del gasto, las de innovación son del 12%, y existen mecanismos que permiten su monetización (cash-back) que anticipan el efecto de las deducciones con una quita del 20%. Un análisis de Garrigues señala al respecto que el modelo español de deducciones fiscales estaba ayudando "sin duda a la competitividad internacional y accesibilidad a las empresas españolas inversoras en I+D+I, acercándonos más al modelo existente en países como Francia o Reino Unido". 

De los 37 países de la OCDE, 20 tienen reglas especiales de deducción para los costes de I+D+I. Muchos otros cuentan con mecanismos similares, como la caja de patentes, para favorecer este mismo propósito. Y si queremos mirarnos en un espejo de éxito, lo tenemos relativamente cerca:  Lituania permitió en 2008 que las empresas pudieran deducirse hasta el 300% de los gastos destinados a la investigación, desarrollo e innovación.

Mucho ha llovido desde el año 196 antes de Cristo. Pero el reto de cómo fomentar la investigación y la innovación persiste. En nuestras manos está tallar la siguiente piedra de Rosetta, aquella que favorezca el entendimiento de nuestra convulsa e incierta sociedad moderna, a hombros de la I+D+I, perennes e inherentes al carácter de todos los seres humanos, sea cual sea la época que les toque vivir.