Vaya por delante que este humilde análisis no viene a cuestionar la idoneidad de las patentes como método para proteger una invención. Tampoco trata de analizar si el sistema de patentes actual protege lo suficiente a los investigadores y emprendedores o las complejidades heredadas de la numerosa regulación nacional e internacional. El único propósito que albergo es responder a una sencilla pregunta: ¿Favorecen las patentes la innovación o, por el contrario, la restringen?

Durante mucho tiempo, hemos usado el número de patentes como una suerte de medidor de la innovación; prueba casi inequívoca del buen funcionamiento de la transferencia del conocimiento y de la articulación del ecosistema innovador. Muchos analistas han hecho de las patentes su principal argumento por y para defender este carácter, llevando a conclusiones simplistas en torno a este vericueto asunto.

Incluso un servidor ha pecado al atribuir de forma directa una relación entre patentes e innovación que, a tenor de la realidad, no es más que pura estulticia. 

[Las patentes españolas, "estables" ante un contexto de crecimiento de la innovación en Europa durante 2022]

Por todos es sabido que existen muchas innovaciones que no se respaldan en una patente, sino más bien en otros mecanismos como el secreto industrial. La famosa receta de la Coca-Cola, el algoritmo de Google... son muchos los ejemplos, pero siempre se habían colocado en la categoría de 'excepciones', de los casos vistosos pero anómalos dentro de un engranaje de propiedad intelectual perfectamente articulado.

Lo cierto, como anticipaba, es que el panorama no es tan sencillo. Una investigación realizada por Petra Moser -profesora de Economía en la NYU Stern- para el National Bureau of Economic Research de Estados Unidos desmonta esta simbiosis entre patente e innovación y denuncia "problemas subyacentes al sistema mucho más amplios" de los que nos imaginábamos hasta ahora.

De su análisis en profundidad cabe destacar la siguiente conclusión: "La evidencia histórica sugiere que, en países con leyes de patentes, la mayoría de las innovaciones ocurren fuera del sistema de patentes. Mientras, los países sin leyes de patentes han producido tantas innovaciones como los países con ellas, con innovaciones de calidad comparable".

En otras palabras: las innovaciones han surgido y surgen con y sin el engarzado paraguas de las patentes. De hecho, en ocasiones hasta más cuando se liberan de esta protección. En palabras de Moser, "incluso en países con leyes de patentes relativamente modernas, como el Estados Unidos a mediados del siglo XIX, la mayoría de los inventores evitaron las patentes y confiaron en métodos alternativos [como el secreto]".

Sentada esa premisa, la siguiente pregunta es obligada: ¿Por qué nos obsesionamos tanto con el número de patentes y para qué sirven las políticas que los gobiernos impulsan al respecto?

"Si una parte sustancial de las innovaciones ocurre fuera del sistema de patentes, las políticas que implementan incluso los cambios más drásticos hacia patentes más fuertes pueden fallar a la hora de fomentar la innovación", critica la profesora.

La investigadora no se queda en estas conclusiones, sino que amplía su trabajo hacia los frenos a la innovación de las tarifas de licencia, las trabas que generan las empresas y particulares que patentan a bulto, etc. Pero, como indicaba al principio de la columna, el objetivo era tan sólo constatar que las patentes no son la panacea ni un equivalente válido para medir el carácter innovador de un país.