Desde hoy y hasta el viernes se celebra en España la Semana de la Educación Emprendedora. Loable iniciativa del Gobierno a la que se ha sumado una buena representación de instituciones educativas de primer nivel, públicas y privadas.

Esta primera edición se queda, no obstante, algo escasa en ambición. Deja a las instituciones la libertad de organizar sus propias iniciativas relacionadas con las vocaciones y las competencias del emprendimiento innovador. La nueva Ley de Educación -más conocida como Ley Celaá- pasa muy por encima estas cuestiones. Apenas una mención, dentro de un párrafo que recoge una enumeración de skills a incorporar “en todas las materias” de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO).

Más destacable es quizá el esfuerzo del Plan para la Modernización de la Formación Profesional, dotado con una inversión de 1.900 millones de euros en tres años, que prevé la apertura de 1.800 aulas de emprendimiento y la formación digital de más de 50.000 docentes.

También reseñable es el programa Educa En Digital, desarrollado por Red.es y el Ministerio de Educación y que incluye formación del profesorado, financiación de dispositivos para alumnos vulnerables y -aquí lo más disruptivo- el desarrollo de soluciones de inteligencia artificial (IA) para avanzar hacia una educación personalizada.

Por su parte, universidades y escuelas de negocio están haciendo importantes esfuerzos por adaptar sus planes de estudio y sus metodologías para aumentar la empleabilidad de sus alumnos. Si algo bueno tiene la dichosa Covid-19 es este acelerón en el cambio digital.

¿Se puede enseñar a emprender? A este respecto, diez breves consideraciones:

1. Los niños nacen siendo imaginativos e inquietos. Sin embargo, el sistema educativo reglado nos inculca un aprendizaje basado en la memorización y la repetición de los temarios. Con el paso del tiempo, las capacidades que nos hacían únicos van dando paso a habilidades fácilmente sustituibles -y superables- por máquinas. Una 'educación emprendedora' debería ser, ante todo, una educación que potencie la creatividad y el pensamiento crítico.

2. Un buen emprendedor necesita poseer nociones de microeconomía. Si bien no es imprescindible que un fundador sea un gran experto financiero -de hecho este servicio se puede externalizar-, sí conviene que tenga claras cuestiones como oferta y demanda, coste de oportunidad, propuesta de valor o alternativas de financiación privada. Así, la 'educación emprendedora' es inseparable de la educación empresarial.

3. Emprender es una alternativa profesional igual de válida que el trabajo por cuenta ajena, pero no está hecho para todos. A menudo se pasa por alto la 'soledad del emprendedor'. Por eso, enseñar a emprender pasa inevitablemente por inculcar valores como la perseverancia, el compromiso a largo plazo y el liderazgo, condimentados en su justa medida -ni demasiado, ni demasiado poco- con la capacidad de adaptación a los cambios.

4. Creatividad no es lo mismo que innovación. Para innovar, conviene combinar la creatividad con una aproximación al mercado e, igualmente importante, con conocimientos o experiencias sobre otras materias. A menudo, esa amplitud de miras resulta en profesionales mucho más completos, en innovadores más exitosos… y en personas más interesantes.

5. La experiencia es un grado. Un tópico, no por ello menos certero. En España, la edad media del emprendedor ronda los 40 años. Como confirma un estudio de Harvard Business Review, el porcentaje de éxito de una startup es un 85% superior cuando su fundador tiene experiencia profesional previa.

6. Es obligado hablar de la estigmatización del fracaso. Uno de los grandes desafíos de la ‘educación emprendedora’ es cultural. Si usted monta una startup y quiebra, se le considerará un mal empresario. Su familia no comprenderá que desee volver a intentarlo. Puede que algunos inversores tampoco. Conviene puntualizar que este cambio cultural sería más sencillo si se acompañara de una regulación más favorable de la ‘segunda oportunidad’.

7. Un emprendedor es aquel que monta una startup, pero también el que propone cambios en una organización (intra-emprendedor), el que piensa permanentemente en soluciones, el que se atreve a hacer crítica constructiva. Esto es algo que se puede trabajar desde el sector educativo, pero también las empresas deben aprender a valorar al talento joven desde nuevos prismas.

8. La educación pública puede proporcionar capacidades digitales y soft skills básicas, pero será imposible que facilite el nivel de híper-especialización que demanda el mercado laboral. ¿O no? Esta semana, la economista Carmen Pagés proponía aplicar IA a las políticas públicas para generar mapas de carrera personalizados.

9. El 'relato' sí importa. Tan importante es que en España contemos con startups innovadoras, profesionalizadas y competitivas, con buenas escuelas de negocio y con la mejor red de telecomunicaciones de nuestro entorno, como que lo sepamos transmitir al exterior. España necesita un gran embajador de nuestra innovación, con reconocimiento internacional. Si conseguimos cambiar nuestra imagen exterior, cambiaremos también el modo de vernos a nosotros mismos.

10. Educar para el emprendimiento pasa por visibilizar los muchos -cada vez más- casos de éxito que existen en nuestro país. Los jóvenes necesitan referentes diversos con los que se puedan identificar y quieran emular. Sería conveniente que esos referentes reunieran cierto sentido de la responsabilidad social, evitando por ejemplo jactarse de eludir impuestos… Bravo por Ibai Llanos, que sí parece comprender el impacto de sus palabras.  

En definitiva, la 'educación emprendedora' es tarea de la escuela, pero también de la FP, de la universidad, de las escuelas de negocio, de las administraciones, de las empresas y de los propios profesionales. Incluso, de los medios de comunicación. De todos.

El desafío parece colosal, y en cierto modo lo es. El primer paso sería potenciar esa visibilidad e interacción con los emprendedores. En D+I hemos hecho de ello nuestra razón de ser.

Quizá no todos estemos llamados a montar una startup, pero todos deberíamos despertar e incentivar nuestras inquietudes latentes. Y, si bien incorporar la vocación emprendedora a un plan de estudios resulta muy difícil, el startapero emana frescura, entusiasmo, pasión…

Les advertimos: ¡es contagioso!