Exterior de la sede de Bolt en Tallin. Imagen: Glassdoor.
Dentro de Bolt: el gigante europeo de la movilidad que planta cara a Uber desde Tallin
Markus Villig, su fundador y CEO, critica la mentalidad europea como un "freno" a la innovación que deja en manos chinas y estadounidenses los avances que reformulan industrias enteras, como la movilidad autónoma.
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Desde fuera, la sede de Bolt podría pasar por otro edificio de oficinas nórdico-báltico: cinco plantas de cristal y madera, líneas limpias, con bicicletas y patinetes aparcados en la entrada. Pero basta cruzar el vestíbulo para entender que aquí se respira un ambiente diferente, casi trasladable a cualquier compañía de Silicon Valley. Hay salas de descanso, sillones, cafeteras a libre disposición y un auditorio informal al más puro estilo startapero. Todo parece diseñado para moverse, para no quedarse quieto.
En este lugar nació y se gobierna el mayor rival europeo de Uber, una empresa que hoy conecta a más de 200 millones de usuarios en 45 países. En el epicentro de todo, Markus Villig, su fundador y CEO, un estonio que empezó el proyecto cuando aún estaba en el instituto.
“Literalmente empecé la compañía mientras estudiaba en el colegio”, recuerda entre sonrisas, durante la visita de DISRUPTORES - EL ESPAÑOL a sus dominios. “Salía a la calle a registrar conductores y por las noches programaba la web. Tenía 19 años. Desde el principio tuvimos una visión muy clara: queríamos construir un reemplazo fantástico para el coche privado”.
El espíritu de aquella idea sigue intacto más de una década después. Villig lo resume así: “Queremos que puedas vivir en una ciudad sin tener coche, con todo lo que necesites al alcance de una app: desde patinetes o bicicletas eléctricas, hasta taxis, coches de alquiler o reparto de comida. Todo lo que sustituya la necesidad de poseer un vehículo propio”.
Hoy, Bolt factura cerca de 3.000 millones de euros al año y presume de ser “la mayor empresa tecnológica de transporte de Europa”. En Estonia, es ya la compañía más grande del país en cualquier sector. “Somos también el mayor contribuyente fiscal y un motor clave del ecosistema digital estonio”, apunta su fundador, “pero lo más importante es demostrar que Europa puede crear sus propios campeones tecnológicos”.
Markus Villig, fundador y CEO de Bolt.
Una gesta que sonaría a fantasía para muchos: una startup capaz de desafiar a Uber sin salir de Tallin. Los inversores, recuerda Villig, no lo entendían.
“Hace diez años nadie quería invertir en una empresa registrada en Estonia. Todos insistían en que debíamos irnos a Londres o a Estados Unidos, pero les dijimos que no. Y lo hicimos. Hemos demostrado que se puede construir una compañía global desde Estonia”, afirma su CEO.
Empero, la decisión fue más pragmática que romántica: “Estonia es el país más fácil del mundo para hacer negocios. Todo está digitalizado, los trámites son sencillos y el sistema fiscal es muy favorable a las startups. Además, los servicios legales o contables cuestan una fracción que en otros países. No tenía sentido movernos”.
Esa rebeldía terminó por convertirse en un emblema nacional. Bolt creció sin renunciar a su identidad y hoy simboliza algo más que una empresa: es la demostración de que un unicornio puede nacer y escalar desde un país de 1,3 millones de habitantes.
Un rival distinto a Uber
En los pasillos del edificio, empleados de todas las edades y nacionalidades comparten café entre reuniones. Nada en Bolt recuerda al frenesí tóxico de algunas tecnológicas. Su modelo se define como más humano, más sostenible, quizás más europeo.
“El transporte urbano está dominado por empresas de Estados Unidos y, cada vez más, de China. Europa no puede permitirse perder otro sector estratégico. Ya perdimos las redes sociales y los buscadores. No puede pasar lo mismo con la movilidad”, advierte Villig.
Uno de los robots de reparto autónomos de Bolt.
Para él, la clave de Bolt está en su eficiencia y en su independencia: “Tenemos una estructura más ligera, costes más bajos y una cultura más transparente. Y lo más importante: hemos sido rentables sin renunciar a nuestros valores”.
Y es que mientras Uber lidia con protestas, demandas y márgenes estrechos, Bolt ha seguido creciendo con discreción nórdica, sin estridencias.
Hacia la conducción autónoma
El futuro de Bolt, asegura Villig, pasa por la inteligencia artificial y los vehículos autónomos. Y en eso, el fundador de este unicornio estonio no esconde su ambición.
“La tecnología está ya en un nivel cercano al rendimiento superhumano. Los últimos informes de plataformas estadounidenses y chinas muestran que los coches autónomos son un 5% mejores que los humanos. La cuestión es si Europa va a construir los suyos o dejará que otros nos impongan los suyos”, defiende el emprendedor.
Vehículos de Bolt.
Por eso, Bolt quiere liderar la nueva ola tecnológica desde Europa, a hombros de la flexibilidad que su país de origen le otorga. “En Estonia podemos lanzar un piloto de conducción autónoma en cuestión de semanas, gracias a la regulación flexible y la cooperación con el Gobierno. En otros países europeos tardaría años, pero aquí tenemos esa agilidad”, añade a renglón seguido.
La mentalidad europea -proteccionista y garantista- es un gran freno en opinión de Markus Villig a cualquier aventura de disrupción tecnológica: “Europa sufre un fatalismo permanente. Pensamos que no vamos a ganar y dejamos que Estados Unidos y China dominen todos los sectores. Lo primero es cambiar esa mentalidad. Tenemos el talento, las universidades y el capital. Lo que falta es creernos que podemos ganar”.
En el exterior, el cielo nuboso de Tallin se refleja en las fachadas del campus. Dentro, cientos de jóvenes teclean en silencio o conversan en distintas lenguas. Bolt sigue creciendo. Y Markus Villig, el chico que empezó reclutando conductores con una libreta y un portátil, se ha convertido en el rostro del nuevo sueño europeo: demostrar que la innovación también puede tener acento báltico.