La ruina de los bancos Sillicon Valley y Signature sorprendió por su velocidad supersónica. No me diréis, socios del Nanoclub, que no resulta irónico que la caída del banco preferido de las tecnológicas se haya bautizado como la primera gran crisis bancaria de la era digital, en la que la tecnología ha adquirido aceleración hipersónica para acabar arruinando a la entidad, prácticamente en el límite del mach10, esa barrera psicológica que pretende alcanzar Pete ‘Maverick’ Mitchell con su dron Darkstar en la nueva de Top Gun.

Mohamed A. El-Erian, profesor en Cambridge y columnista en Bloomberg y Financial Times, explicaba en Twitter que la ruina del SVB demostró cómo se puede tumbar un banco en apenas unas horas. Y hacerlo sin pisar una oficina, plácidamente, desde el sofá de casa, con una auténtica arma de destrucción masiva: el teléfono móvil y las aplicaciones que nos permiten trasladar nuestros fondos en un simple click. La innovación digital fue un Caballo de Troya. 

Sillicon Valley Bank ha degustado lo dulce de la tecnología, facilitadora de flujos de datos e información de altísimo valor. Pero también lo más amargo, una invisible fuga de depósitos, imperceptible porque no vimos la clásica imagen de colas de depositantes exigiendo cabreados su dinero. En la era de la comunicación instantánea y de las redes sociales, el hiperpánico se hizo carne en forma de transferencias y de retirada de depósitos a todo trapo. 42.000 millones de dólares en 10 horas. A millón de dólares por segundo.

Al día siguiente de ese jueves para la historia, los reguladores cerraron Sillicon Valley Bank. Fue la segunda mayor quiebra bancaria en la historia de EE.UU., después de la del Washington Mutual en 2008.  En los viejos tiempos, sacar nuestro dinero del banco y transferirlo a otro era una molestia que consumía mucho tiempo. Y las entidades tenían más tiempo para prevenir el desastre. Hoy se puede hacer todo eso en horas. Y es lógico preguntar: ¿qué sucederá con la siguiente? ¿alguien será capaz de predecirla?  

Luis de Guindos, hoy vicepresidente del Banco Central Europeo, hizo suya la imagen de El-Erian cuando habló del rescate in extremis de Credit Suisse y la “enorme velocidad” con la que se puede “vaciar” un banco, con el hiperpánico instalado en las redes sociales. Una idea, la de la imparable tormenta en Twitter, que paradójicamente admiten auténticos gurús de las finanzas clásicas como Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, a quien se le interpretan hasta las comas en cada una de sus intervenciones. Y, como una esté mal colocada o Lagarde haga una pausa dramática donde no toca… ¡¡Qué tiemblen los mercados!!  

Por mucha tranquilidad que los reguladores intenten trasladar, quedan los escombros del seísmo. Y en ellos es fácil comprobar la enorme fragilidad de los bancos cuando se topan con desajustes en los vencimientos de sus deudas. El “mercado” (personificado ahora en las redes sociales y no tanto en los parqués financieros) huele la sangre y va poniendo a prueba a los bancos que den el más mínimo signo de debilidad.

La histeria colectiva se apoderó de un banco paradójicamente rebosante de tecnología y de empresas emergentes, que tenían su dinero depositado en él. Nadie fue capaz de guardar la calma. Funcionaba el dinero, no el cerebro. Porque la pasta es el auténtico combustible de las nuevas empresas. Y está por encima, incluso, de la propia supervivencia del banco que decía haber nacido para ser “el socio financiero de la economía de la innovación” y el “banco de referencia para los inversores”.  Más de 2.500 firmas de capital de riesgo habían depositado su dinero allí. Igual que muchos ejecutivos de tecnología y corporaciones que a las primeras de cambio decidieron escapar del desastre.

El debate sobre la influencia de las redes sociales prosigue. Pero el hiperpánico muestra que están absolutamente entretejidas en nuestra vida social y financiera. Nada que ver con el escenario de 2008. El ritmo es infinitamente más rápido. Y actúa sin piedad cuando este tipo de bancos incumplen la más elemental regla financiera que toda entidad debería cumplir: la diversificación de riesgos. Los accionistas de SVB, como denunció la prensa americana, vitoreaban a gestores y los auditores y reguladores no hicieron nada para interferir. Se entiende el enfado de la gente cuando escuchan a sus gobernantes decir que harán “todo lo posible” para sostener al sector financiero. ¿También a quién lo hace mal?

Otra de las lecciones que probablemente aprendimos es esta crisis de velocidad supersónica es que la economía es más frágil de lo que nos gusta creer y que los humanos por sí solos no pueden servir como los únicos protectores del sistema financiero global. Casi resulta obvio decir que tenemos una comprensión superficial de cómo funciona la compleja máquina económica y, muchas veces, el descubrimiento y la aceptación requieren una retrospectiva reflexiva. Y los bancos no sólo deben emplear la IA para detectar fraude. 

Ya hemos escuchado a algún financiero decir que se ponen manos a la obra con la Inteligencia Artificial para que lo de SVB no vuelva a pasar. Para ello será necesario un ejército de analistas y reguladores bancarios que traten de identificar la fragilidad del mercado. Estamos en un mundo que, como sostiene Thomas Friedman, columnista en The New York Times, ha pasado de ser “plano” a ser “rápido” y “profundo”, igual que el mundo en general.

La promesa de que la IA evitará la próxima crisis financiera no parece muy convincente, la verdad, dada la complejidad que tiene monitorear algoritmos bancarios complejos. Y está por ver si el mundo es capaz de formar a suficientes científicos de datos para los trabajos hercúleos que la humanidad pretende encomendarles. Porque sin ese ejército, la promesa de la IA que nos ahorre una nueva crisis irá directamente a la basura.

Jonas Lamis, ex CEO de Sensai, cree que la respuesta es convertir a los inversores, analistas y reguladores en científicos de datos. Empresas como IBM y Palantir, el gran gigante del espionaje por encargo de los estados, han admitido que trabajan en sistemas inteligentes de negocios para reducir los riesgos financieros y aumentar el cumplimiento. Aunque no se mojan a la hora de prometer que serán capaces de pronosticar la próxima crisis.

Sensai, por ejemplo, dice estar fuertemente posicionada para interrumpir el espacio financiero mediante la introducción de plataformas inteligentes diseñadas para capacitar al analista cotidiano. Sobre el papel, si ponemos herramientas intuitivas, impulsadas por IA, en manos de la mayor cantidad de personas posible, aumentaremos significativamente la cantidad de investigadores que buscan señales de advertencia. Cuanto antes hagamos esto, más aumentaremos nuestras posibilidades de prevenir el próximo “accidente”.