Una costumbre muy tradicional que tenemos en este país, por desgracia, es la de comparar. Nacemos y crecemos bajo la imagen y semejanza siempre de alguien, tanto en el plano personal como profesional o de Estado.

En mi caso, tuve la buena y mala suerte de ser la pequeña de dos hermanas con más de ocho años de diferencia (no sé si me esperaban, la verdad, pero ese es otro cantar…). Y, además, de serlo de 'esa hermana perfecta' que ha habido en muchas casas: estudiante brillante, obediente… ¡Y ordenada! Efectivamente, lo tenía jodido.

Así que me pasé un porrón de años estudiando, no porque supiera, obviamente, que era lo que debía hacer, sino porque mi madre ya había puesto el listón en casa: los sobresalientes y matrículas de honor de mi hermana.

Era tal la ‘competitividad insana’ que muchas veces creaban los padres entre los hijos (y siento que aún hoy muchos lo hacen), que el primer sentimiento que tuve cuando me dieron la nota de Selectividad fue el ‘subidón’ de haber sacado más nota que ella.  ¡Qué tremendo! ¿Verdad?

Afortunadamente, ha llovido mucho de eso, y de esa lucha y necesidad de ser como mi hermana queda lo mejor: la absoluta admiración que siento por ella y el orgullo de ser su hermana. Pero a esa reflexión se llega con los años, como persona adulta. Nuestros hijos no tienen ni la madurez ni la capacidad crítica para extraer ese aprendizaje a su edad.

Y tal y como yo os he contado mi experiencia, es como ahora veo nuestro comportamiento con los adolescentes y jóvenes. Les comparamos con tal sesgo que casi siempre salen perdiendo.

Son una generación a la que siempre se machaca con la misma cantinela: “Yo a tu edad… estudiaba y trabajaba a la vez; ayudaba en casa y me encargaba de cuidar a mis hermanos; leía, devoraba los libros; sabía divertirme con mis amigos, jugando en la calle, haciendo deporte; disfrutaba del tiempo en familia.”

Así que, aparte de todos sus deberes y obligaciones, tanto familiares como académicas, los jóvenes tienen que luchar con aquello de que es la 'generación más tonta y más vaga' ya que, por supuesto, nosotros a su edad éramos mucho mejores… Aunque nosotros, los padres, también tuviéramos que escuchar que la juventud de nuestros padres, la de la postguerra, fue mucho mejor que la nuestra. ¿O es que nadie se acuerda?

Los últimos estudios sobre la capacidad intelectual (IQ tests o Intelligence Quotient) en los jóvenes demuestran que estos están reduciendo la capacidad intelectual en comparación con sus mayores. Las razones que se dan son el aumento exponencial del uso de dispositivos tecnológicos por parte de los menores y adolescentes. La sobre información e 'infoxicación' con la que conviven diariamente los lleva a una sociedad donde no distinguen lo que es veraz de los bulos o desinformación.

Pero como defiende el filósofo neozelandés James R. Flynn, la inteligencia no es algo puramente genético, y ni siquiera es constante en el tiempo. Leer y estudiar no cabe duda de que va a influir en la capacidad intelectual y crítica de la persona, pero según el propio Flynn: “Un ambiente familiar donde se lee mucho, o es muy artístico, por ejemplo, garantiza un resultado mayor en las pruebas. Anecdóticamente, también incrementa nuestra inteligencia tener amigos o parejas inteligentes”.

Por tanto, no podemos exigir donde no hay. Tendremos que preguntarnos nosotros primero qué ejemplo estamos dando en casa y si verdaderamente nos hemos convertido en sus referentes.

¿Dónde radica el problema entonces?

El mirar hacia los adolescentes y jóvenes con una crítica totalmente sesgada: los recuerdos de cuando nosotros éramos jóvenes. Es decir, miramos el presente comparándolo constantemente con el recuerdo del pasado. Siento decir que esto se lleva haciendo durante años y la respuesta es siempre la misma: no, la generación actual no es peor que la anterior. Tenemos visiones y añoranzas idealizadas del pasado, pero no siempre se cumple aquello de 'cualquier tiempo pasado fue mejor'.

En 2020 se realizó el estudio Teenage Report con entrevistas a más de 8.800 adolescentes de entre 13 y 17 años de 18 países, llevado a cabo por las agencias de publicidad Mindshare, MediaCom y Wavemaker, que acaba con algunos de los mitos y estereotipos sobre los millenials y Z: es la generación más inteligente y con mayor conciencia social.

Lo importante es que cuando reflexionan sobre quiénes son sus verdaderos referentes, para la gran mayoría de ellos sigue siendo la familia (84%), los amigos (82%) y los colegios/profesores (43%).

En 2021, la filósofa española Montserrat Nebrera definió a todo este grupo de adolescentes y jóvenes como “la generación de cristal”, por la fragilidad emocional que experimentan, producto de la hiperprotección de sus padres. Una generación con baja autoestima y, de ahí, poca tolerancia a la frustración y a las críticas.

Sin embargo, en las encuestas realizadas un año después (mayo 2021) a 400 jóvenes de España, México, Brasil y Chile, por la Fundación SM, el 66% creía que 'generación de cristal' es un término injusto, y lo rechazaba. Por el contrario, exponían que su carácter les definía por su implicación en las desigualdades, en la importancia de la salud mental, en los problemas sociales, etc.

De ellos, más del 60% opina que los adultos los acusan de falta de esfuerzo en los estudios, en el trabajo o en la vida en general. Todo el mundo espera que le digan qué hacer y cómo hacerlo. Ante esto, prefieren no tomar decisiones por miedo a equivocarse… Normal, ¿no?

Son los más desinformados, los que menos leen, a los que no les interesa nada la política ni la situación actual del mundo en el que viven.

Pero… ¿no estaremos midiendo los datos de hoy con herramientas del pasado? Los jóvenes de hoy sí leen y se informan, pero de diferente manera. No devoran libros, pero son fieles seguidores de podcast; no leen la prensa ni ven la televisión, pero están al día de todo lo que ocurre a su alrededor a tiempo real a través de las redes sociales; no van al cine, pero la mayoría son unos auténticos cinéfilos gracias a los contenidos consumidos en las plataformas VOD.

No cabe duda de que la sobre exposición a tantísimos contenidos e información ha hecho que disminuya la capacidad de atención de las nuevas generaciones (y de las no tan nuevas), incluso, podríamos decir que su comprensión crítica, ya que los contenidos se consumen 'en diagonal'. Por ello, nos toca hacer hincapié para que entiendan que hacerlo rápido no es lo mismo que hacerlo bien.

A ver si el problema va a ser que en cada década tenemos un 'Desmurget' dedicado a sacar lo peor de ellos. ¡Más creativos y menos cretinos, por favor!