Disponer en tiempo récord de una vacuna milagrosa que salvó a muchos; guardar en el bolsillo vídeoteléfonos requeteinteligentes; o ver cómo despegan los Falcon9, cohetes reutilizables de ida y vuelta, directos al espacio. Son razones que nos pueden llevar a pensar que estamos en la época dorada de la tecnología. Y que la humanidad progresa a la misma velocidad que las naves de SpaceX . A 27.000 kilómetros por hora.

Pero realmente no es así. O, al menos, no es lo que indican los datos. A principios de año, Russell Funk y Erin Leahey, dos sociólogos de las universidades de Minnessota y Arizona firmaron un artículo en Nature en el advertían de que la ciencia realmente disruptiva languidece. El análisis mereció un editorial de la propia revista en el que se advertía de que, pese a la avalancha de millones de artículos científicos, deberíamos preocuparnos por la desaceleración de la actividad científica realmente innovadora.

Para sostener su tesis, los autores crearon lo que han llamado el índice CD de análisis de citas (damos por bueno que mide eficazmente lo que tiene que medir) y lo aplicaron al análisis de 25 millones de artículos publicados entre 1945 y 2010 en Web of Science, la mayor base de datos de publicaciones científicas. También a 3,9 millones de patentes registradas entre 1976 y 2010 en la base de datos de la Oficina de Patentes y Marcas de EEUU. Todo un universo de información: 390 millones de citas, 25 millones de títulos y 13 millones de resúmenes. Brutal.

Con ese índice caracterizaron y separaron lo que consideran Ciencia y Tecnología “consolidante” de la que sería “disruptiva”. Es decir, si determinado hallazgo altera realmente las cosas (algo disruptivo) o, por el contrario, se suma a lo que ya se sabía anteriormente. Esto último es lo que se denomina “consolidar el statu quo” y que no necesariamente es malo. Al contrario. Isaac Newton admitió a su colega científico Robert Hooke en 1675: "Si he visto más allá, es al pararme sobre los hombros de los gigantes".

La cuestión es que nadie sabe explicar por qué se apaga la llama de la creatividad científica, que es vital para el crecimiento económico y, por qué no decirlo, para el orgullo nacional de cada país. Hay varias teorías que lo explicarían. Por ejemplo, la llamada “escasez de fruta madura” al alcance de la mano. Los científicos e inventores se enfrentan a una carga de conocimiento cada vez mayor y se complica el reto de avanzar significativamente. O podría deberse a la “confianza” de los científicos e inventores en un conjunto más limitado de conocimientos existentes. Es decir, que los científicos se vuelven conservadores conforme se va avanzando en el conocimiento y se va consolidando lo ya sabido.

“Encontramos mucha evidencia de que los científicos están construyendo fragmentos cada vez más estrechos de conocimiento científico previo”, declaró a Inside Higher ED el profesor Funk, que imparte en Minnessota la materia de gestión estratégica y emprendimiento. Una de sus conclusiones es que, con el tiempo, hay un aumento constante en la tasa en la que "todos citan las mismas cosas”.

Me decidí a trasladar esta circunstancia a los socios del Nanoclub de Levi -y lo hago hoy en Disruptores e Innovadores- después de varias charlas con científicos de varias disciplinas y escuchar la reflexión que el pasado miércoles realizó el filósofo Daniel Innerarity en Alicante, durante la ceremonia de entrega de los premios nacionales de Investigación a la que asistieron los Reyes y la ministra de Ciencia e Innovación, Diana Morant.  

A Innerarity, premio Ramón Menéndez Pidal en el área de Humanidades, se le formuló la pregunta de moda, es decir, cuál será el impacto de la Inteligencia Artificial en su área de conocimiento, la Filosofía. Y su respuesta fue la que deberíamos esperar de un filósofo: debemos refundar el concepto de “inteligencia”.

“¿Qué tipo de inteligencia debemos desarrollar los seres humanos que no van a poder desarrollar las máquinas?”, se preguntó durante el coloquio con investigadores. La reflexión no era improvisada, puesto que Innerarity  participa en una cátedra de Inteligencia Artificial y Democracia en el Instituto Europeo de Florencia. Y completó esta reflexión con otra: “Si la inteligencia sólo es capacidad de computación y de análisis de datos vamos a hacer una inteligencia artificial muy estúpida”. 

El avance de la Inteligencia Artificial ha disparado el miedo a que una especie de darwinismo implacable nos acabe arrasando a muchos. Y los científicos, a juzgar por la decadencia de las ideas disruptivas indicada por Nature, no estarían exentos de esa aniquilación natural.  Deberíamos estar en una era dorada de nuevos descubrimientos e innovaciones. Y realmente no es así.

El artículo de Nature sugiere que las inversiones en ciencia están atrapadas en una espiral de rendimientos decrecientes y que, en algunos aspectos, la cantidad supera la calidad. Y no parece que vayan a cambiar las cosas. Un reciente artículo publicado en ACS Nano reflexionaba sobre el uso (imparable) de la Inteligencia Artificial en la elaboración de artículos científicos. Por el momento, se impone la idea de que las herramientas de IA sirven para la llamada “sabiduría convencional”, pero no para “identificar” o “generar” resultados únicos o “innovadores”. Pero la alarma está encendida.