Dicen de él que es uno de los “chicos malos” de la ciencia. De hecho, la Royal Society of Chemistry decidió suspenderle durante tres meses (hasta junio de 2022) por incumplir el código conducta de la prestigiosa sociedad científica, que rige para todos sus investigadores, y que les obliga a comportarse “honorablemente” y “con integridad” en su relación con las personas de su entorno, principalmente sus subordinados.

Pese a esa mancha en su imagen, publicada sin excesivos detalles por The Herald, el profesor Leroy Cronin sigue siendo uno de los científicos más admirados de la química británica. De hecho, ostenta la posición de “regious professor”, que rebosa esa pomposidad que la Corona británica concede a sus designios, en este caso a los científicos ‘tocados’ por la divinidad en las universidades de Cambridge, Oxford, Dublin o Glasgow.

Cronin, de 49 años, dirige el Advanced Research Centre (ARC), un complejo de 120 millones de libras creado, entre otras cosas, para el trabajo de los más de 50 investigadores colaboradores de Cronin en la Universidad de Glasgow. El grupo está centrado en áreas con nombres realmente rompedores como la vida artificial, la química digital, el uso de sistemas químicos para procesar información y el desarrollo de computadoras químicas.

De sus laboratorios ha surgido el ‘Chemputer’, el cerebro químico, un robot capaz de programar y ejecutar toda la síntesis química, un proceso extremadamente complejo al que se dedican infinitos recursos personales y materiales en laboratorios de todo el mundo y que el ingenio de Cronin y su equipo ha conseguido automatizar y digitalizar.

Fabricar compuestos químicos complejos a demanda, con recetas aplicadas y replicadas automáticamente revolucionaría, por ejemplo, la industria farmacéutica. De momento, muchos laboratorios han conseguido incorporar eficazmente algunas herramientas de Inteligencia Artificial para seleccionar moléculas y descartar otras. De hecho, existen procesos industriales personalizados a gran escala. Pero la síntesis en el ámbito del laboratorio y del descubrimiento sigue siendo manual, casi artesanal.

De hecho, la automatización de la síntesis química no es nueva. Pero sólo ha tenido éxito en moléculas de complejidad limitada y reacciones ya muy estandarizadas. Lo que Cronin presentó en Science en noviembre de 2018 es un auténtico robot químico universal, capaz de producir cualquier molécula a partir de un código de computadora, un lenguaje de programación bautizado como Chempiler, tan eficaz como un químico experto. Pero low cost y con un estándar abierto.

Aquel artículo científico incluía como “material adicional” diversos vídeos de su robot en pleno proceso de sintetización, produciendo día y noche, 24/7, la herramienta soñada para Walter White, el popular ‘Heisenberg’ de la serie Breaking Bad. La imagen era realmente sorprendente, puesto que se veía trabajar al robot en una tarea que habitualmente siempre controla un científico. Y cada cambio de rutina se indicaba en rótulos subtitulados. Una locura que acaba ahorrando tiempo, coste, acceso y seguridad. Todo un mundo abierto para nuevas tecnologías moleculares.

Ya han pasado tres años de aquel primer artículo en Science y el equipo de Cronin asegura disponer de una versión de ‘Chemputer’ que ocupa el tamaño de una maleta. Se trata de una de esas revoluciones silenciosas, de la que el público ni siquiera tiene sospecha, pero cambia el “arte” que desde hace dos siglos se ha empleado para sintetizar compuestos. Se atribuye a Friedrich Wöhler la primera síntesis de un compuesto orgánico, allá por en 1828.

En marzo de 2019, en un artículo publicado en ChemistryWorld, el profesor Cronin anunciaba que estaban compilando una lista de 100 códigos de síntesis principales para ponerlos a disposición de los científicos de todo el mundo. Y pedía colaboración para que le indicaran las moléculas principales que serían útiles para integrarlas en un sistema automatizado y que cada químico tuviera su propia “computadora química”. El precio estimado de su modelo comercial, unas 23.000 libras.

Existen pocas entrevistas publicadas con Leroy Cronin en las que hable abiertamente de algo que no sea química. Probablemente es parte de su carácter excéntrico. “Si no fuera académico, sería un científico loco en casa inventando cosas en mi cobertizo”, dijo de sí mismo en una conversación con The Times Higher Education.

El expediente disciplinario aplicado a Cronin no es algo demasiado habitual. Pero si atendemos a la personalidad de este grinch de la ciencia, estamos ante un visionario que se atreve incluso a plantearle pulsos a Elon Musk. “El objetivo declarado de Elon Musk de llegar a Marte con humanos es simplemente antieconómico e inviable en cualquier escala de tiempo que viviré para ver”, declaró.

Cronin propone su alternativa: “Desarrollar un robot que haya sido entrenado con un nuevo tipo de Inteligencia Artificial para explorar Marte y, en última instancia, explotar sus recursos”. ¿Cómo sería esa “nueva” Inteligencia Artificial? Robots conscientes, con cerebro químico. Porque, según Cronin, la Inteligencia Artificial de hoy “no es más que un motor de búsqueda glorificado con algunas habilidades de juego”.