Si bien es cierto que en 2022 se lanzaron múltiples convocatorias indexadas al Fondo de Recuperación, la crítica global del mundo empresarial sigue sustentándose en algo sencillo, fácil de resumir: el dinero no llega.

Al gobierno se le están atragantando las resoluciones y a las empresas los avales y las garantías. Sumadas ambas realidades, el panorama es desalentador: convocatorias cuyos retrasos en las resoluciones superan el año, empresas que renuncian a realizar sus inversiones o que las hacen saltándose el corsé de las ayudas porque total, si no les van a incentivar, al menos se quitan de encima una o dos toneladas de burocracia que suelen ir ad hoc en cada convocatoria.

La semana pasada, hablando con un banquero, me decía que andan preocupados con el ritmo inversor de las empresas, lo ven parado. “Quizás las ayudas europeas podrían haber sido el revulsivo, el estímulo necesario, pero es algo que apenas vemos…”. Y es verdad. Mejor planteado, todo hubiera podido ser más eficiente. Vayamos por partes.

Al gobierno se le están atragantando algunos PERTES: el del agro se ha retrasado casi un año, el del vehículo está siempre en entredicho por el tema de las ayudas de estado y alguna que otra lectura interna y del PERTE del chip poco más se ha vuelto a saber.

Es el ejemplo de una buena idea, que enraizó con las famosas manifestaciones de interés, pero cuya ejecución se ha ido haciendo tan compleja que muchas pymes, asociadas en consorcios con grandes empresas para alcanzar la elegibilidad, se quejan de una situación paradójica: han esperado tanto la llegada de las ayudas que se han pasado un año sin facturar a quienes ya eran sus clientes, las grandes empresas. Sería interesante medir estos efectos colaterales, ya que pueden estar generando el efecto contrario.

En el ámbito de las garantías y avales, el Gobierno parece estar rectificando un esquema que era tan exigente que pocos lo superaban. Exigir avales al cien por cien, con unos esquemas de liberación complejos y tardíos, se ha demostrado como una mala idea para ganar velocidad. Intuyo que la banca está dispuesta a entrar en el juego, pero es necesario rebajar las exigencias y apostar más por esquemas de desembolsos anticipados y pagos por adelantado contra la consecución de los objetivos plasmados en los proyectos. Al estilo europeo, vamos.

Ahora que el gobierno alemán ha pedido una prórroga, ahora que desde España se reclaman medidas de flexibilización en la ejecución de los fondos, es hora de poner encima de la mesa una cuestión que lanzó Francia hace dos meses en Bruselas y que hasta ahora había pasado desapercibida: son necesarias más ayudas públicas, especialmente en el ámbito de la transición energética, porque EEUU ha lanzado un fondo ad hoc para la green policy de casi 400.000 millones de euros y el riesgo de perder inversiones es elevado.

Dicho de otro modo (lo apunté aquí hace unos meses), ¿y si esta dinámica de ayudas públicas dirigidas a las empresas fuese a durar más de lo previsto? Todo parece indicar que serán necesarios en el próximo lustro, quizás en la próxima década, para transformar radicalmente el mundo en aras de la sostenibilidad global y a la incorporación de la tecnología a nivel multisectorial.

Esta extensión sine die de los esquemas públicos de ayudas e incentivos a las empresas tiene un anverso peligroso: quienes no las dan, quienes no las ejecutan, lastran a sus empresas, que no pueden competir en igualdad de condiciones, y, lo que es aún peor en un mundo globalizado: dificultan la atracción de talento y de inversiones.

Por eso, más que insistir en la necesidad de que lleguen las ayudas a las empresas y de que se superen los cuellos de botella identificados, parece a todas luces evidente que el asunto merece un pacto mayor, un mayor consenso, entre gobierno, regiones, empresas y financiadores, particularmente las entidades financieras.

España podrá defender durante algunos meses la ambivalencia de solicitar que haya más ayudas, pero que estas no duren mucho tiempo (si el esquema se estira y se indexa directamente a la capacidad de los Estados Miembro en vez de a la solidaridad de la Unión Europea saldremos perdiendo), pero en el durante, debería aprovechar mejor este tiempo para rediseñar los circuitos y establecer más amplios consensos, para incorporar la tecnología y para correlacionar los grandes programas de ayudas con el apoyo financiero de la banca tal y como hizo ya con el famoso ICO covid, por ejemplo.

*** Fran Estevan es fundador de Wegrant.