Conocerse y descubrirse como individuo, como ser consciente y único, no es algo sencillo. Es una misión que lleva una vida, capaz de sobrepasar al más presto a la tarea, de volver loco a cualquiera que busque siquiera adentrarse en este aspecto de la naturaleza humana.

José Saramago decía que "la identidad de una persona no es el nombre que tiene, el lugar donde nació, ni la fecha en que vino al mundo. La identidad de una persona consiste, simplemente, en ser, y el ser no puede ser negado". Nadie puede negar esta mayor, aunque sí replicar que el ser, en la era digital, puede ser perfectamente negado, manipulado, duplicado o eliminado al gusto del consumidor.

Y es que, si ya es complicado definir nuestra identidad en el plano real, hacerlo en el mundo virtual es harto difícil. No existe una única visión de nosotros mismos, sino múltiples de ellas, con información dispar (e incluso contradictoria) y alojada en múltiples e inusitados lugares. En algunos casos, simplemente somos un número, un código para el proveedor de servicios de turno. Y, en otros, la plataforma en cuestión sabe más de nosotros que nuestras mismas familias.

Pongamos un ejemplo contundente. En el mundo de la carne y los huesos, un simple DNI es cuanto necesitamos para identificarnos como quienes somos. Un mero papel, otorgado por la confianza que hemos depositado en ese ente imaginado colectivamente como Gobierno, que garantiza nuestro nombre, nuestro lugar de nacimiento, nuestra residencia y nuestros antepasados. Un documento único que recoge todo cuanto somos.

Pero en internet no existe nada parecido. Para acceder a determinados servicios usamos PIN; en otros contraseñas. Nos identificamos con un correo electrónico u otro, con variantes de nuestro nombre o directamente con alias. Compartimos información más o menos verídica, fácilmente suplantable en gran parte de las ocasiones. Las suplantaciones de identidad y los accesos ilegítimos a servicios digitales -robo de contraseña mediante en la mayoría de ellos- están a la orden del día.

Entonces, ¿cuál es nuestra identidad en el ámbito digital? Pues resulta que al final, después de tanta duda y debate, nuestra identidad somos nosotros mismos. Nuestra identidad se ha convertido en el último perímetro de seguridad, como bien ha repetido Satya Nadella, CEO de Microsoft. Y la biometría, nuestras características y patrones únicos como humanos, es aquella que nos puede identificar como quienes decimos ser, de forma inequívoca y sin posibilidad de que alguien pueda hacerse pasar por nosotros.

Así, no es de extrañar el tirón que están teniendo tecnologías como el múltiple factor adaptativo y sistemas biométricos  -ya sean faciales o de voz, los más sencillos- para dotarnos de esa capa de confianza, sencillez y seguridad que nos da nuestra mera identidad. Esta misma semana, la argentina VU -participada por Telefónica y Globant, entre otros- presumía de facilitar esta tarea a 350 millones de personas en 27 países. Con aplicaciones tan inmediatas como reducir la burocracia y simplificar nuestra vida cotidiana gracias a este acceso seguro y rápido en base a nuestra identidad.