“¿Es este el futuro que queremos?” Es la pregunta que se hace la periodista Jaya Saxena en un artículo reciente en el que plantea un momento cercano en el que el cielo se llene de drones de reparto y las ciudades de restaurantes fantasma.

Saxena examina cómo, en el afán de disrumpir el negocio de los restaurantes y la entrega a domicilio, los innovadores están dejando de lado lo que de verdad importa. Esto es: garantizar un salario digno en el sector y fomentar el consumo consciente que entienda el coste real de disfrutar por la comodidad de que te cocinen y te traigan la comida a casa.

Su artículo coincide en el tiempo con una entrevista sobre las NFT y el mundo 'cripto' al músico y artista Brian Eno. "Escucho con frecuencia: '¿Qué podríamos hacer con estas tecnologías?', que no significa '¿cómo podríamos hacer del mundo un lugar mejor?' sino '¿cómo podríamos convertirlas en dinero?'", responde Eno a su entrevistador, el escritor Evgeny Morzov.

Ambas reflexiones me llevan a una cuestión: ¿Está la innovación perdiendo el norte? Le pregunto a Jara Pascual, CEO de Collabwith y experta en innovación. Su respuesta: "Hace tiempo que lo perdió". No en el plano teórico, claro, sino en el práctico. "Uno de los grandes problemas es que se está equiparando innovación a ideas, y a menudo son ideas sin aplicación, que no responden siquiera a retos. Y lo peor de todo es que a veces llegan a convertirse en productos”, señala.

Sinsentidos al mercado

Pascual pone como ejemplo los pañales conectados, que avisan a los progenitores cuando el bebé se ha hecho pis. "Es el sumun del sinsentido. Si estás ocupado y no puedes cuidar de tu hijo, no necesitas una aplicación que te interrumpa para avisarte de que ha hecho sus necesidades. Y si no lo estás tampoco la necesitas, porque puedes hacerte cargo de él. Es un producto que incentiva a que no estemos pendientes del bebé sino todo el tiempo con el móvil", dice Pascual.

No por casualidad, Google es una de las empresas detrás de este tipo de producto, que además tiene otra contrapartida: una montaña de basura electrónica. "Sigue la antilógica de que hay que poner tecnología en todas partes", añade la experta. Una consecuencia más del imperante solucionismo tecnológico.

Cuando la innovación pierde el norte. Foto: S Migaj / Unsplash.

Cuando la innovación pierde el norte. Foto: S Migaj / Unsplash.

Desde el plano de concepto, el fundador y director de Design Thinking España, Saúl Loriente, aporta otra perspectiva: "Creo que la innovación es un instrumento, y que no es esta la que puede perder el norte, sino quienes hacen uso de ella. Hemos trabajado con muchas empresas y startups a las que la innovación les ha servido para diseñar un producto o servicio alineado con los deseos y necesidades del usuario y diferenciarse de otros competidores con cierto grado de éxito o impacto positivo", añade.

Sin embargo -matiza Loriente- ello "no quiere decir que durante el crecimiento del proyecto sus pilares, misión y relación con sus usuarios no se vea alterada". "Si eso sucede, no hablaría de que la innovación es la que pierde el norte, sino de que hay empresas que dejan de tenerlo en cuenta en un nuevo cambio de rumbo", dice. Claro está que la innovación per se, en su definición teórica, no es la culpable.

No dañarás

El principio de sensatez y sentido común brillan a menudo -como con el caso de los pañales- por su ausencia. También el de no causar daño. Si no se cumplen, ¿podemos seguir hablando de innovación? Claramente no. Algo innovador (ya sea un producto, proceso, herramienta, servicio, etc). no puede serlo si es perjudicial para el planeta o para las personas (o colectivos).

Lo anterior puede sonar lógico, pero a menudo no se aplica. Los modelos de negocio "innovadores" que acercan a las masas servicios de muy bajo coste a cambio de precarizar a sus trabajadores están a la orden del día, como lo están los sistemas que automatizan procesos a costa de discriminar a ciertos colectivos, o los que prometen resolver los problemas de todo un sector pero en realidad solo proporcionan dinero ingente a unos pocos.

Plataformas y apps, inteligencia artificial y algoritmos avanzados, blockchain, sensores o drones se ponen al servicio de todo ello. A menudo, lo hacen con buenas promesas, que luego acaban incumpliendo. No siempre, claro. Aquí, en D+I, podrán encontrar muchos buenos ejemplos.

Rumbo incierto

El problema cuando la innovación pierde el norte es que sigue un rumbo incierto. Escuelas y vendehúmos que miran a la ciencia ficción y no a las personas; iniciativas que pierden la perspectiva sobre el propósito y el problema real a resolver, y que por el camino generan otros problemas.

"Usar la ciencia ficción como referencia para tener ideas, sin detectar necesidades ni mirar al mercado, es tan inútil como limitarse tan solo a preguntar a los usuarios, que obviamente no tienen las respuestas para todo. Hay que preguntarles, pero no responsabilizarles", dice Pascual. "Hay muy poca gente que piensa. La mayoría solo siguen en masa lo que dice algún gurú de Silicon Valley, sin pensar si está bien o mal o si tiene sentido aquí, y sin espíritu crítico", sostiene.

El problema de fondo es de objetivos e incentivos. En el ecosistema de innovación coexisten actores movidos por el impacto positivo en los diferentes grupos de interés, con agentes egoístas que buscan cambiar algo sin preocuparse por sus efectos negativos, con personas que solo buscan disrumpir por disrumpir, y con otros que simplemente usan la innovación como una herramienta de marketing no se la toman en serio.

Pascual critica que haya fondos, incubadoras, aceleradoras, venture builders y escuelas de negocio que contribuyan a la banalización de la innovación. "El sistema está roto. Hay que repensar el foco de muchas de estas iniciativas, que a menudo tienen como fin hacer una buena presentación para un inversor por encima de cualquier otra cosa, y esto además es inútil porque una PPT no va a solucionar nada", comenta.

"Otro hándicap es que en estos entornos todo el mundo tiene que ser voluntario gratis. A los mentores, que es lo que más valoran los emprendedores, no se les paga. Al final tanto ellos como los inversores y los fundadores pasan por el aro porque les conviene llevar tal o cual pegatina", añade la fundadora de Collabwith.

También hay un problema de aspiraciones. Se busca, se promueve y se premia ser un unicornio a toda costa, cuando llegar a esa escala solo es un medio para mejorar las cosas y no un fin en sí mismo. Además, si todas las startups aspiran a ser unicornios, habrá muchas causas y retos que nunca serán abordados ni atendidos porque no son negocios tan lucrativos ni afectan a grupos lo suficientemente grandes. Sin embargo, esos grupos suelen ser los marginados o en riesgo de exclusión, que precisamente más ayuda necesitan.

¿Cómo abordamos esto? Por mucho que se repita no deja de ser cierto: es obligado un cambio de mentalidad. Actuar en consonancia con principios y valores, y saber qué implican todas las decisiones que se toman. "Hay una pregunta que cualquier innovador debe tener en mente todo el tiempo: "¿Qué futuro quieres tener? Y, una subpregunta igualmente importante: '¿Qué implica eso que estás creando (o usando) para ese futuro?'", se pregunta Pascual.

Lo anterior aplica, en realidad a cualquier ciudadano, en su faceta de creador, productor, consumidor y agente social. Al cambio de mentalidad se suma la diversidad. Son dos cuentos que se cuentan mucho y se aplican poco, pero eso tendrá que cambiar si de verdad se quiere reconducir el rumbo. Ojalá esto no sea predicar en el desierto.