Esta semana se ha celebrado una nueva edición de South Summit, la primera en la vuelta a la normalidad presencial y con la pandemia medio superada como telón de fondo. Una cita en la que se han reunido 11.500 personas (22.000 sumando la audiencia online), con el rey Felipe VI y el presidente Pedro Sánchez como avanzadilla institucional.

Los grandes números acompañan al South Summit en todas sus dimensiones. En este año, se han vuelto a superar los datos de inversores respecto a 2019 y también se ha replicado la participación de 'corporates' y startups. Y, también, hablamos de una feria que obtiene un apoyo público sin comparación con otros eventos celebrados en nuestro país, con salvedad del MWC.

Según fuentes conocedoras de los contratos, María Benjumea obtiene financiación directa de los Presupuestos Generales del Estado. También otros 450.000 euros de apoyo del Ayuntamiento de Madrid. Cifras que resultan llamativas, más en plena burbuja de eventos de tecnología a lo largo y ancho de España, cuando estas subvenciones son especialmente disputadas y requieren de estrictos y limitados concursos públicos.

Con estas premisas de partida, el nivel de exigencia que se le ha de requerir a South Summit debe ir acorde. Esto es, realmente alto. No hablamos únicamente de sumar números a bulto, en una base cuantitativa, sino también de forma cualitativa. Conexiones sí, pero de calidad. Startups sí, pero de valor tangible y con base realmente innovadora.

Y ahí es donde el modelo empieza a mostrar algunas fugas de agua. "En el South Summit te dan una mascarilla a la entrada, no tanto por el covid sino para que no te intoxiques con todo el humo que se vende", rezaba un tuit viral. Razón no le falta a este usuario: si uno echa un vistazo a muchas de las startups participantes, incluso de las finalistas elegidas por la organización, encontramos plagios de ideas ya consolidadas en EEUU o Asia, así como propuestas B2C con escaso recorrido.

También si observamos los rostros que paseaban por La Nave, vemos muchas caras conocidas de año en año. Por supuesto, los emprendedores de segunda vuelta suelen ser garantía de proyectos más sólidos y con mayor tasa de éxito. Los propios estudios de South Summit lo reflejan. El problema es cuando algunos personajes -que no mencionaremos por respeto- llegan a este evento, rodeados de padrinos y madrinas de excepción, con su tercera o cuarta idea de negocio dudosa tras sendos fracasos. Y, curiosamente, son personas procedentes de grandes fortunas familiares o bien relacionadas en el ámbito empresarial clásico o la clase política.

Hablando con una emprendedora, de las de verdad, con una base tecnológica de vanguardia, surgía una reflexión a mayores: "Hay mucho vendehumos, la mayoría de las startups no tienen nada de innovación. Pero se mueven en el círculo de las aceleradoras y los 'business angels', en un ambiente endogámico. Y las startups de verdad no queremos formar parte de ese juego, no tenemos tiempo para estas cosas".

Es una queja sobre el South Summit, sí, pero también una crítica a una buena parte del ecosistema 'startapero' español. Es una grandísima noticia que el emprendimiento tecnológico se haya puesto de moda, pero desgraciadamente ha atraído a muchos 'buscavidas' a este sector que desmerecen a los verdaderos motores de la disrupción. 

No entiendan mal esta crítica: es necesario contar con eventos que aglutinen al ecosistema. Y el tejido emprendedor español cuenta cada vez con mejores ejemplos de tecnologías de vanguardia con auténtica pujanza nacional e internacional. Pero, al mismo tiempo, debemos reflexionar sobre el papel negativo que pueden desempeñar los vendehumos y aprovechados a los que se les llena la boca de hablar de "inteligencia artificial", "blockchain" o "cuántico"... para acabar vendiendo una app o un 'marketplace'.