Hace diez años, un grupo de investigadores de la Universidad Pontificia de Comillas publicaba un artículo en ‘Cuadernos de la Fundación General CSIC’ en el que analizaba el impacto de la integración del coche eléctrico en las redes de distribución de energía para un área de 400 kilómetros cuadrados de la costa española. Su conclusión era que, si no se adoptaba “una estrategia de recarga coordinada”, sería necesario “aumentar la potencia de los centros de transformación media/baja tensión, y también reforzar la red de media tensión”.

El sobrecoste de estos refuerzos se calificaba ya entonces de “muy importante, alcanzando el 31% y el 13% en centros de transformación e instalaciones de media tensión respectivamente”, y del 13% en la red de baja tensión. Pero estas inversiones permitirían suministrar un nuevo pico de potencia “superior al existente sin VE (vehículos eléctricos)”.

Esto sólo sería necesario, en todo caso, si no se pudieran aplicar sistemas inteligentes de control de la recarga de los vehículos eléctricos, algo que se da por supuesto hoy y que el propio informe descontaba hace una década: “los refuerzos necesarios si se adopta una estrategia de recarga controlada serían mucho menores, inferiores al 2% en cualquier caso”.

Tan claro tiene el sistema que no hay nada de lo que preocuparse que, pese a que la expectativa del vehículo eléctrico se ha multiplicado por cuatro en la última década, según las estimaciones del mercado, los kilómetros en circuito de la red de transporte de energía eléctrica en España apenas se han incrementado desde 2016. Según el informe anual de 2020 de Red Eléctrica Española, han pasado de 43.863 a 44.553 kilómetros en los últimos cinco años.

Uno de los investigadores autores del informe publicado en 2011, Pablo Frías, me explica que, de hecho, hace cinco años se dio carpetazo al debate sobre si la red sería capaz de soportar la llegada del coche eléctrico. Cada millón de unidades nuevas representa un incremento de demanda de energía del 1%, de modo que los cinco millones de vehículos eléctricos que se esperan para 2030 apenas supondrán un asumible aumento del 5%, según los cálculos que se manejan.

Porque la dinámica del mercado de turismos es la que es: cada año se venden un millón de coches de cualquier clase en España, el día que todos ellos sean eléctricos aún faltarán 25 años aproximadamente para que el 100% del parque de vehículos abandone el motor de combustión. Y el crecimiento exponencial del segmento electrificado no se espera que arranque antes de 2023-2025, cuando se anuncia la paridad de precios de todos los modelos.

En realidad, hay otras cosas que preocupan más a las eléctricas. Como el asunto de la calefacción de los hogares, me advierte el investigador de Comillas. Es decir, la progresiva sustitución de los sistemas tradicionales basados en combustibles fósiles, contaminantes y mucho más costosos de instalar en la construcción de edificios, por bombas de calor eléctricas. Porque aquí no hay recarga inteligente que sirva, la amenaza de la coincidentalidad si hace frío resultará simplemente insoslayable.

El Reglamento electrotécnico para baja tensión e ITC establece, en ese sentido, que para un edificio de 200 viviendas, el coeficiente de coincidentalidad (a la hora de diseñar la red cuántas tomas activas simultáneas deberá ser capaz de soportar) es de aproximadamente el 50%. Dentro de un hogar, el coeficiente en enchufes es del 20%, pero para no complicar las cosas, por término medio, asumamos que la red está preparada para una coincidentalidad del 50%.

Sigamos sumando: junto a las bombas de calor, la política de descarbonización de la economía europea impactará necesariamente en la industria, que debe ir dejando atrás las fuentes de energía más contaminantes por soluciones electrificadas. Si no invirtiéramos nada en los próximos 10 años en la red, ésta colapsaría, me dice Pablo Frías, pero eso no va a suceder, obviamente, porque las inversiones que se proyectan son milmillonarias.

Lo único que hay que tener en cuenta a la hora de concebir las posibilidades de la red ante la electrificación de vehículos, hogares e industrias que se avecina es que en los núcleos urbanos más maduros la infraestructura eléctrica puede estar en el entorno del 80% de su capacidad, es decir, casi al límite, muy lejos del 10% de los núcleos de más reciente construcción.

Es cuestión de confianza en el sistema, en definitiva, y cada cual puede depositarla en quien considere. Pero la ‘auctoritas’ no debería limitarse sólo a la poderosa circunvalación del sector energético, pese a su aquilatada habilidad para dirigir el debate público. Convendría saber qué piensan acerca de todo ello, por ejemplo, los proveedores del automóvil y de la industria en general, las empresas que están pugnando día a día con el desafío tecnológico que supone la electrificación.

¿Es la recarga inteligente una quimera, tratándose de clientes que quieren cargar cuando pueden en un mercado de comercialización y distribución competitivas? ¿Van las eléctricas y la regulación por detrás de la industria: cuando se preparan para híbridos enchufables con carga lenta como 3kw a 7kw, los vehículos nuevos incorporan mayores potencias de carga 11kw a 22kw? ¿Cómo encajar los sistemas bidireccionales en los que la batería el del vehículo entrega a la red si aún no están ni desplegados ni suficientemente regulados para ofrecer estabilidad a la red a través del sistema de almacenamiento distribuido que suponen? Sería interesante saber qué piensan.

Mucho se ha hablado sobre el problema del huevo y la gallina para explicar la escasez de puntos de recarga para vehículos eléctricos (impagable la estadística que sitúa a España en el top en puntos de carga por coches en circulación: con un denominador tan bajo cualquier cosa vale, la retórica del sector energético es fabulosa). La clave para Pablo Frías, y este es el gran asunto en todo lo que tiene que ver con la electrificación de la economía, es el modelo de negocio.

El modelo de negocio, el modelo de negocio, el modelo de negocio, repitámoslo todas las veces que haga falta.

Un modelo de negocio que permita afluir a los innovadores para encontrar soluciones basadas en la tecnología, a ser posible alumbradas en suelo español, que incentiven la respuesta a asuntos críticos como la recarga de los coches eléctricos, la garantía del suministro doméstico e industrial o el encaje de las renovables en todo este endiablado asunto.

En el sector de la conectividad, hemos conseguido recibir en casa banda ancha, pero la red eléctrica sigue los mismos planteamientos desde hace un siglo. Hay quien plantea un nuevo horizonte con corriente continua y un repowering de las redes para optimizar la eficiencia de un sistema que ofrece 220 voltios y 50 hz como si no hubiera alternativa. Pero para eso no hace falta más cobre, sino más ideas.

El sector energético es, junto al financiero, el de las telecomunicaciones y el de la obra pública, uno de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis que, bajo el paraguas regulatorio, limita el desarrollo de un ecosistema innovador libre, independiente y desinhibido en España. Habrá que encontrar un modelo de negocio que abra la puerta a la innovación y a la entrada de nuevos actores ante el desafío eléctrico que se avecina.

Aunque solo sea por si acaso. Y visto lo visto estos días con la tarifa (qué escandalosa gestión), algo de innovación no le vendrá mal al sector.