Los grandes descubrimientos, las grandes hazañas, los hallazgos y los resultados más increíbles de los procesos creativos llegan siempre de un modo similar: alguien asume riesgos, busca otros caminos, intenta hacer las cosas de otro modo, insiste en su pasión por más que los otros intenten disuadirle… Hay tantos ejemplos en la historia que no caben en este breve artículo. Más reciente sin embargo es esta maravilla de Agustín Fernández Mallo: “El alpinismo, nace, pues, al mismo tiempo que el Renacimiento: la pretensión de que la luz llegue a todas partes, el ansia de verlo todo. Pero para verlo todo hay que llegar a lugares inexplorados…”

Mucho me temo que en España no estamos dispuestos a arriesgar mucho. Por más que uno busque diamantes en las propuestas estrella para dar un giro radical al devenir de nuestra vieja economía, no hay forma de dar con ideas deslumbrantes. Si bien es cierto que aún tenemos que esperar para ver qué incluye el gobierno de Sánchez en su plan de medidas para el fondo de recuperación europeo, la verdad es que tras meses de analizar proyectos, no podemos hablar de pretensión alguna de ver la luz. Packs digitales para pymes, ayudas directas para los que lo han pasado horrible, centrales de producción energética en cada esquina autonómica, hubs digitales en cada ciudad, nuevos modelos de gestión de datos de lo público… Yo entendí que el objetivo de este fondo era ayudarnos a cambiar lo que somos para salir de aquí distintos, salir otros; que la ambición de este gigantesco paquete de ayudas habría de ayudarnos a aspirar a algo más que a recuperar los niveles de riqueza que teníamos antes de la pandemia.

¿Recuerdan esos umbrales, aquel estatus? España entonces no crecía; bajo la protección del BCE malvivíamos para devolver gota a gota una deuda monstruosa y nuestros jóvenes deambulaban por las ventanillas de cualquier tipo de administración que se terciara a dar una ayuda paupérrima. Los mejores huían y ya no regresaban, las minúsculas empresas que teníamos seguían siendo minúsculas pasados los lustros y el sistema impositivo machacaba a los pequeños con todo tipo de artimañas fiscales para seguir pagando un poco más a pesar de estar exhaustos. Cayó también tras la crisis del 2008 nuestro sistema asistencial y todo el ahorro colectivo de las pensiones se sumió en un riesgo cierto hacia un equilibrio imposible. Leídos juntos estos dos argumentos, el aspiracional resulta deprimente.

Se levanta uno un día cualquiera y lee la prensa y suma miles de millones en proyectos de grandes empresas que de súbito vislumbran planes milagrosos para desarrollar sus negocios. Suma otros tantos cientos de millones para pruebas de todo tipo, para la pelea regional por albergar centros regionales para casi todo: la innovación de la agroalimentación, las nuevas bases de la bioeconomía, los clústeres creativos de la economía naranja, los eventos con vocación sónica mundial. Se levanta uno un día cualquiera y las sumas y las cuentas no le salen de ningún modo.

Porque yo creía que esto no era para pagar más centros ni más estudios ni más planes astronómicos de empresas gigantescas (muchas de las que piden fondos tienen una caja mucho más que saneada y reparten importantes dividendos entre sus accionistas). Yo creía que esto era de verdad para sentar las bases de un nuevo Renacimiento y, como dice el grande de Fernández Mayo, tratar de alcanzar lugares inexplorados. Este fondo no debería servir para pagar las facturas pendientes de los desmanes de antes, tampoco para volver a reconstruir las mismas arquitecturas de nuestra débil economía de principios del XXI. Me niego a pensar que el dinero va otra vez a parar a los mismos desiertos productivos, a los mismos gestores de siempre. Me quiero negar a creerme lo que dicen todos los días los periódicos acerca del eslabón más importante que tenemos para engancharnos al futuro.

Más allá de este presente vendrá el tiempo de luego; y es aterrador pensar en una España que gastó e invirtió en maquillar sus heridas, en repoblar sus lugares comunes. Si después de 140.000 millones de euros de inversión pública (habría que aspirar cuanto antes a ver qué inversión privada generada aspiramos a alcanzar) la partida arroja este resultado: nuestras empresas pequeñas (la base de nuestra economía) siguen siendo pequeñas, no han crecido; nuestras grandes empresas son más grandes y no hemos sido capaces de crear grandes empresas nuevas; si todo lo público ha crecido incontrolablemente, habremos fracasado.

Hablo con muchos empresarios y la mayoría está a la espera. Nadie invierte, su estrategia es esperar a ver qué caminos toma el fondo y tratar de acertar escogiendo un rebufo ganador de fondos públicas. Mal. Quiero decir: esto también se acabará, no durará mucho de hecho, y entonces, ¿a quién le volveremos a pedir?, ¿para qué?

Ahora es el momento de salir a conquistar nuevos mercados, de arriesgar con nuevos productos, de implantar nuevos sistemas de gobierno en las empresas, de apostar por las personas. Piénsenlo un segundo, ¿escuchan hablar mucho de la internacionalización? Yo no, y sin embargo, hay excelentes oportunidades (salud, bioeconomía, servicios financieros, agroalimentario, tecnología en general…) en muchos mercados (continente Africano, muchos países Latam, algunos países europeos, EEUU con su reapertura de fronteras…).

Esta semana se celebra en Madrid el Wake Up Spain y me parece una excelente ocasión para repensarlo todo, lo que vendrá más allá de todo esto.