A los niños y niñas de mi generación se nos educó creyendo que estudiando y esforzándonos conseguiríamos todo lo que nos propusiéramos. Hacerse adulto es aprender que, a veces, ni siquiera eso es suficiente.

Hay elementos que están a nuestro alcance, como leer más, superar nuestros prejuicios o tener una mente más receptiva. También existe la suerte, pero como señalaba en un evento reciente de Red.es la emprendedora Pepita Marín, de We Are Knitters, “hay que trabajar duro durante años para que la suerte te pille preparado”.

Y en tercer lugar están los factores externos: el nivel de intervencionismo, la seguridad jurídica, la burocracia, la fiscalidad… Tampoco está en nuestra mano evitar una crisis financiera como la de 2008 o la actual por la Covid-19.

Un emprendedor vocacional es aquel al que estas circunstancias exógenas no le frenan. Cree firmemente en su idea y la pone en marcha contra viento y marea. Lo hace apoyándose primero en fondos propios, tirando de contactos y de las famosas tres F -friends, family & fools-, acudiendo a veces a business angels -otro tipo de emprendedores, al fin y al cabo- y, en algunos casos, entrando en una rueda de rondas de financiación para perseguir el sueño de convertirse en un gigante.

Ningún emprendedor -al menos, que yo haya conocido- pretente que el dinero le llueva del cielo. Ni siquiera suelen reclamar un trato preferencial. En una conversación reciente con Miguel Vicente, presidente de Barcelona Tech City, al hilo de la fiscalidad onerosa de las stock options en España decía: “No pedimos pagar menos, sobre todo en un momento en el que el país necesita ingresos públicos. Pedimos pagar cuando podamos hacerlo, es decir, una vez que hubiéramos hecho líquidos esos derechos de acciones”.

Es el mismo razonamiento que aplica la asociación Ascri en su informe 'Medidas para transformar las pymes y las startups', cuando sugiere un diferimiento fiscal del exit tax. De nuevo, un impuesto pensado en origen para grandes fortunas y patrimonios, que se aplica sobre el valor teórico de las participaciones y que termina por perjudicar a los pequeños startaperos; innovadores con grandes ambiciones pero enclenques cuentas de pérdidas y ganancias.

La semana pasada en D+I hablábamos de las ventajas de un tipo emergente de financiación privada: el equity crowdfunding. Enumerábamos ahí algunas de sus ventajas, aunque obviábamos la cara b:

La regulación española del crowdfunding (del año 2015) establece un límite de 2 millones de euros para las rondas de financiación. Este límite solo se eleva a 5 millones cuando el 100% de los inversores son acreditados. Si queremos fomentar un país de scaleups, cabría valorar ampliar ese tope.

En segundo lugar, la CNMV hace una interpretación de la ley (no compartida por muchos actores del sector) que prohíbe crear vehículos de inversión. De esta manera, en lugar de decenas o centenares de socios, solamente entraría en el accionariado una empresa SL.

A lo largo de 2021 podrían aprobarse en España varios cambios normativos que afectan a los emprendedores, incluyendo la Ley de Startups. Según avanzó Pedro Sánchez en el Web Summit, incorporará mecanismos para la simplificación administrativa. Aviso a navegantes: no será seguramente una Ley de Startups perfecta, pero al menos sentará una base legal sobre la que progresivamente cualquier gobierno pueda ir incorporando mejoras.

En suma, la regulación impacta enormemente en el potencial de los emprendimientos en nuestro país. No es el factor único, quizá tampoco el más determinante, pero como decía Joshua Novick, co-fundador de Bondo Advisors en otra reciente conversación: “Todo influye; todo suma o resta”.

El impacto es aún mayor por cuanto las trabas mencionadas son inferiores en países de nuestro entorno, y eso resta competitividad a las startups españolas. Reclamar una fiscalidad similar para jugar en igualdad de condiciones dista mucho de querer delegar la responsabilidad en papá Estado.

Por otra parte, la financiación en startups tiene un efecto tractor sobre el conjunto de una economía. Un estudio reciente de la sociedad estadounidense de capital riesgo afirma que, con el 0,3% del PIB invertido en estas inversiones, las empresas receptoras representan el 20% del PIB y más del 10% del empleo en el país.

En España, los emprendedores seguirán persiguiendo sus sueños. Es una profesión más vocacional que racional. Con los debidos cambios regulatorios, alineados además con el espíritu de los fondos europeos Next Generation, estos valientes tendrán más opciones para convertir sus empresas en gigantes.

Y así, cuando les llegue la suerte, no solo les pillará preparados, sino también respaldados.