Hará ya unas cuantas décadas, Jesús Quintero le preguntó a Pedro J.: "¿Hace cuánto que tu periódico no publica una carta de amor?". El entonces director de El Mundo se quedó descolocado. Un fuera de juego perceptible sin necesidad de VAR ni de bar. Quizá lo que el Loco de la Colina esperaba fuera un "nunca lo he hecho" por respuesta. Y quizá el Loco tuviera razón.

Ya son más de cuarenta años al frente de diarios con la máxima de Robespierre en el timón: "La virtud sin terror es impotente". De sobra era conocida su obsesión por la influencia, los merodeos del poder o la política sin ser político. Pero no había trascendido, siquiera entre sus redactores, el Pedro que no lleva la "jota". El hombre que se entrega a esto porque no sabría vivir de otro modo. "¡Si hasta le ha declarado su amor a una mujer con cuatrocientas personas delante! Irreconocible", decían algunos compañeros de antaño.

Había tanta gente porque estábamos en un teatro, el de Bellas Artes de Madrid, en la trasera del Congreso de los Diputados. Había, por eso y sin que sirva de precedente, parlamentarios en silencio. También empresarios. Y mucho periodista y escritor.

No estaba Quintero, refugiado en Huelva, pero seguro que cuando se entere, pensará algo así como... "En el fondo de sus ojos estaban esas cartas de amor". El Loco llega con la mirada hasta donde no llega nadie. Para rato pensábamos –que Cruz nos disculpe– que existía ese Pedro J. ¡El mismo que llegó a estar de acuerdo con Anson en que las vacaciones eran un invento diabólico y franquista!

Fíjense si se abrió al amor Pedro J. que hasta se abrazó en público con Planeta. Vino para certificarlo el mismísimo presidente del grupo, José Crehueras. Si se lo dicen a ambos hace unos años, no se lo creen.

Vaya país se está quedando. Pedro J. y Planeta juntos de nuevo y quienes estaban en primera fila, los políticos, incapaces de llegar a un acuerdo de Estado. Por cierto, anoche muchos conocimos el rostro de Crehueras, que es uno de los que más manda en este país pero que casi nunca se deja ver. Como Iván Redondo, también entre los presentes, hasta que abandonó el Gobierno de la polis.

Pues qué normal –la virtud más preciada– el todopoderoso Crehueras: subió al escenario, hizo varios apuntes, todos pertinentes, y dio muestra de lo más importante. No padece esa enfermedad del ego que aqueja a casi todos los de su especie.

"A Pedro J. le tengo un respeto al que hoy uno el cariño", dijo. Y Pedro J. se llevó la mano al corazón. ¡Pedro J., queridos compañeros de redacción, con la mano en el corazón! ¡A ver si dura para la reunión de portada de esta tarde!

Tiene razón herr direktor en que él ya era resiliente antes de que Sánchez pusiera de moda el palabro. Al contrario que todos los políticos españoles que han posado con mascotas en sus campañas electorales, él salió en prime time con un pato al que dio consejos de vida... y ya lleva cuarenta y dos años mandando. Esa fue una de las escenas recuperadas en el escenario a través de la pantalla cinematográfica.

"¡Puro teatro!"

Porque el acto, esa triple carta de amor al periodismo, a su verdad –porque es una verdad parcial y poliédrica– y a su mujer, fue eso y nada más que eso: un hombre en el escenario, cual bululú que interpretaba por sí solo a un sinfín de personajes. Con una copa de agua y unos cuantos libros.

El otro día, en una entrevista, le quitaba hierro al asunto cuando se le preguntaba si seguía haciendo teatro, igual que en la universidad, durante sus discursos. A la vista de lo sucedido anoche, no tuvo muy en cuenta lo de la "verdad" en la respuesta. "¡Puro teatro, ha sido un gran monólogo, muy trabajado! Igual que cuando [no] iba a clase!", atestiguaba Alfonso Sánchez-Tabernero, el rector de la Universidad de Navarra, donde estudió Pedro J.

Tan novedosa era la versión que aparecía del director, que creímos absurdamente en la literalidad cuando habló de los tres anillos que llevaba en las orejas. Se refería a los tres diarios dirigidos –Diario 16, El Mundo y EL ESPAÑOL–, pero por un momento imaginamos los piercings.

No fue una cosa almibarada la del escenario porque el amor que predomina en Pedro J. –lo decimos, Cruz, por una cuestión de biografía y temporalidad– es al periodismo; y ese amor resulta muchas veces oscuro, violento y enloquecedor.

Así empezó, con tres sucesos violentos: sus vivencias del 23-F, el 11-M y el golpe del 1-O. De la rebelión posmoderna de Cataluña no hablaremos –él tampoco habló apenas– porque irá en el segundo o tercer tomo.

Del 23-F contó lo ocurrido en la redacción de Diario 16: aquellos periodistas reunidos en asamblea para estudiar una respuesta al chantaje de ETA. O publicaban un informe sobre las "torturas en comisarías españolas" o mataban a los cónsules que tenían secuestrados. En esas estaban, cuando la realidad viajó a Guatepeor. "Clin, clin, clin". El teletipista anunció el golpe de Tejero en el Congreso.

Aparecieron los periodistas que regresaban de la Carrera de San Jerónimo: "Habían visto reptar a los diputados bajo las metralletas". Hubo un pelotón que recibió la orden de asaltar Diario 16, pero no llegó la sangre al río. Pedro J., por si acaso, descolgó la lamina de Botero que ridiculizaba a la "Junta Militar".

Vimos, en la pantalla, la foto de la edición especial: "Fracasa el golpe de Estado". Una profecía autocumplida, pues se escribió cuando el golpe estaba, como mucho, fracasando.

Luego vino la exclusiva del papel jugado por el general Armada –no fue al Congreso a detener el golpe, como se creyó, sino a consumarlo– y la expulsión de Pedro J. del juicio por la presión de los militares.

Sobre el 11-M, Pedro J. volvió a reafirmarse en su actuación de entonces. Contó que había achacado el crimen a ETA en la portada, pero que cambió de opinión al escuchar la voz de Aznar al otro lado del teléfono.

En esa tesitura, aprovechó para defender su modelo periodístico, el de quien no escatima en arrimarse al poder, en hacerse "amigo" –lo es de Aznar y Zapatero– para tener un mejor acceso a la noticia.

"Yo sabía que Aznar, pese a estar convencido de que había sido ETA, no tenía pruebas. Porque si no me las hubiera contado a condición de que no las publicase. Gracias a esa cercanía, decidí, en el último instante, quitar a ETA de nuestra portada. Nuestros colegas de El País hicieron lo contrario. Tras la llamada de Aznar, incluyeron a ETA", explicó.

Protagonistas

A continuación, en ese viaje al pasado que estábamos viviendo, comenzó la fase titulada "Protagonistas"; y sonó en nuestra cabeza la maravillosa sintonía de Luis del Olmo.

De Juan Carlos I explicó el paso de la admiración a la decepción. Y un puñado de anécdotas divertidísimas, como cuando el Rey le dijo en Zarzuela: "¿Amigos o enemigos? Yo ya sé que tú sabes que yo le dije a Juan Tomás de Salas [propietario de Diario 16] que no se sentase a mi lado mientras tú fueras el director del periódico. ¡Pero no pensé que fuera tan tonto de hacerme caso!".

El Mundo, recordó Pedro J., fue el primer medio en destapar uno de los escándalos que luego caracterizaron la biografía del Emérito, como cuando firmó en Madrid una ley pese a encontrarse en Suiza esquiando con su amante Marta Gayá.

–Yo también tengo derecho a mi vida privada –se le quejó Juan Carlos I después.

–El único español que no puede decir eso es su majestad.

Le tocó el turno a Adolfo Suárez, que un día le invitó a almorzar para contarle: "Vamos a hacer un país maravilloso". Fue la época en la que Pedro J. estuvo realmente tentado de entrar en política a lomos de la UCD.

En el último almuerzo conjunto, todavía en 2002, Suárez le repitió al hoy director de EL ESPAÑOL la misma anécdota tres veces. Ambos se preocuparon. Uno y otro se dieron cuenta de esa mutua preocupación. Y fue "muy incómodo". Así empezó la enfermedad de uno de los políticos más queridos por Ramírez.

De Felipe González quedó de manifiesto esa primigenia fascinación –el socialista fue una gran fuente de información para el Pedro J. de ABC– y la ruptura posterior. Es el único presidente con el que no se habla.

Fueron proyectadas en pantalla esas imágenes en los pasillos del Congreso, en las que aparece González echándole la bronca a Ramírez con un dedo apuntándole al pecho. "Cuando ETA deje de matarnos a nosotros, nosotros dejaremos de matarles a ellos", dijo Ramírez que le dijo a él González. El enfado tuvo que ver con las primeras informaciones publicadas sobre los GAL.

Aznar sigue siendo hoy "amigo" de Pedro J. Aunque esa amistad no fue óbice para que a punto estuviera de romperse con la entrada de España en la guerra de Irak. Ni siquiera el pádel pudo templar gaitas con ese asunto.

Pedro J. fue muy criticado por su competencia debido a su intensa cercanía con la familia Aznar-Botella [Ana estaba hoy entre el público] y el resto de los que luego serían ministros, como Rodrigo Rato.

A Zapatero –una de las debilidades para muchos incomprendida de Pedro J.– lo definió como "la mejor persona que ha pasado por Moncloa": "El poder no le cambió. Ha sido el mismo, con su idealismo, sus aciertos y sus errores".

A Rajoy sólo le dedicó un adjetivo, "inane", y se resistió a definir a Sánchez: "Los dados de la Historia todavía ruedan".

El cierre del acto estuvo relacionado con las "dichas" y las "desdichas". En el apartado de las primeras, brillaron las grandes exclusivas frente al felipismo: la entrevista a Roldán, la conversación con Amedo y Domínguez... 

Lo amargo fueron los intentos de asesinato de ETASoares Gamboa, su compañero de los maristas de Logroño, a punto estuvo de hacerlo– y el montaje del vídeo sexual. Ahí cargó las tintas de nuevo contra Felipe González: "Gracias al libro sobre Manglano he sabido que Felipe se enteró un mes antes que yo de lo que estaba pasando".

Tres cartas de amor dedicó a "nuestros héroes": José Luis López de Lacalle –asesinado por ETA cuando volvía de comprar todos los periódicos–, Julio Fuentes –reportero asesinado en Afganistán– y Julio Anguita Parrado –reportero asesinado en la guerra de Irak–.

Después, llegó el final. Las últimas cartas de amor. Las de Cruz. Ahí no entramos. Este periódico, pese a las sobradas pruebas en el escenario de su existencia, no ha logrado tener acceso a las pruebas documentales. Al teatro llegó Robespierre y del teatro se fue un romántico amante –incluso sonriente– del periodismo. Que dure, por la cuenta que nos trae.

"Una hora con Pedro J.", se tituló el acto. Sus editores temieron que pudiera convertirse en Cinco horas con Mario. Al final fueron tres: dos de teatro y una para la firma de los libros.

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