Dramatis personae

Juan Carlos de Borbón (1938): Rey. Pese a heredar poderes ejecutivos del franquismo, acaba de apuntalar la Transición a la Democracia. Su relación con Adolfo Suárez, presidente del Gobierno, se resquebraja. Con la excepción de una minoría radical, la Corona tiene el apoyo del Ejército.

Alfonso Armada (1920-2013): militar. Con 16 años participó en la Guerra Civil de la mano de los sublevados. Después, viajó voluntario a Rusia como miembro de la División Azul. Íntimo amigo del Rey, fue su preceptor y ayudante personal. Encarnó la secretaría general de Zarzuela hasta 1977. No congenia en absoluto con Suárez. En el momento del golpe, es segundo jefe del Estado Mayor. Será condenado a treinta años de cárcel por rebelión militar.

España: no forma parte de las instituciones de la Europa occidental. El país está sumido en una crisis económica atroz. ETA asesina cada vez más. El Gobierno boquea desarbolado. Adolfo Suárez está emparedado entre la oposición y el cainismo de los suyos. La UCD se descompone. Izquierdas y derechas llaman a un cambio de rumbo. En el seno del Ejército, hay varias conspiraciones en marcha. Suárez dimite el 29 de enero de 1981. El golpe se produce durante la sesión de investidura de su sucesor, Leopoldo Calvo-Sotelo. 

El 23-F cumple cuarenta años. Hoy, igual que en cada aniversario, la estrecha relación entre Juan Carlos de Borbón y Alfonso Armada alimenta rocambolescas teorías de la conspiración.

¿Qué hizo exactamente el Rey aquella noche? Esa pregunta siempre conduce al nombre de Armada. Y cuando el interrogante se refiere al general, acaba apareciendo el monarca. Íntimos amigos, se reunieron hasta en tres ocasiones entre enero y febrero de 1981.

La sentencia situó a Alfonso Armada y Comyn como cabeza pensante del golpe. Maquinó un plan estilo De Gaulle: forzar una situación de alto voltaje -el asalto al Congreso- para intervenir como mesías salvador al frente de un “Gobierno de concentración” que corrigiera el desventurado rumbo de España. Dicho de manera más prosaica: activar un golpe para “reconducirlo” él mismo y alcanzar la presidencia del país.

Armada sabía -y actuó consecuentemente- que sólo mencionando el apoyo de Juan Carlos I conseguiría que el golpe produjera un efecto dominó en el Ejército. Desde el principio, transmitió a sus cómplices que Zarzuela estaba al tanto de todo. Y eso era verosímil para el resto de militares: el jefe del Estado mantenía una profunda amistad con el general.

El argumento es todavía más claro si se le da la vuelta: sólo Juan Carlos I podía parar el golpe. A la hora de la verdad, el Rey empleó su carisma para hacer justo lo contrario a lo deseado por Armada: convenció a los capitanes generales para que no se sublevaran. Así murió el 23-F.

En aquel Ejército, el grueso de altos cargos había hecho la guerra con Franco. Estaban esperando una señal, incluso un asomo de duda en Zarzuela, para acompañar a Milans del Bosch y sacar las tropas a la calle. Pero Juan Carlos I, en el instante clave, no dudó: abortó el golpe. Sin embargo, ¿cuáles fueron los errores del hoy Emérito en aquellos meses de 1980 y 1981? Porque los hubo. Y graves.

40 años del 23F

"El apoyo del Rey"

Siempre “dentro de la Constitución” y con “el apoyo del Rey”. Esas fueron las dos grandes bazas con las que decía contar Armada. De hecho, la totalidad de los militares que participaron en la operación aseguró haberse alzado porque Armada les mentó el apoyo del Rey.

La sentencia reitera que el general tenía pensado presentarse en Zarzuela al poco de la toma del Congreso para aprovechar su ascendencia sobre el monarca y hacerse con la presidencia. El 23-F, se mire por donde se mire, fue un acontecimiento que empieza y acaba en estos dos protagonistas.

Antonio Tejero fue, en cierto modo, un actor secundario. El guardia civil puso la pólvora, pero no dirigió la orquesta. El reportaje que sigue bebe de varios trabajos publicados al respecto, entre ellos Anatomía de un instante, de Javier Cercas (Literatura Random House), Golpe de timón (Editorial Comares), publicado por Alfonso Pinilla; y El 23-F y los otros golpes de Estado en la Transición (Espasa), de Roberto Muñoz Bolaños.

El principio

Vayamos al principio: Antonio Tejero, teniente coronel de la Guardia Civil había sido condenado en 1980 a siete meses de prisión y suspensión de empleo y sueldo por la conocida como Operación Galaxia. El plan consistía en secuestrar Moncloa con el Consejo de Ministros reunido en su interior.

El guardia civil no cesa en su empeño y concibe un nuevo golpe. Como bien indica Javier Cercas, esta vez Tejero no comete el error de "compartir su secreto con tanta gente": "Reduce su núcleo de confianza. Sabía que el plan anterior se frustró porque alguien se fue de la lengua".

El pronunciamiento del teniente coronel es uno de los más rupturistas de los que hay en marcha. Un año antes del 23-F, el CESID elabora un informe que recoge muchas de las conspiraciones nacientes.

Paralelamente, en octubre de 1980, el general Armada envía al Rey otro informe: propone una moción de censura contra Suárez en la que el candidato alternativo no sea el jefe de la oposición, sino una figura independiente.

Habla de un historiador de prestigio, un catedrático o un general, aunque todavía no da nombres. Reitera que el gobierno de concentración naciente debe ser “plenamente constitucional” y “votado por el Congreso”. Así lo recogen los profesores Pinilla y Muñoz Bolaños.

La unión de los golpes

Tejero entra en contacto con Jaime Milans del Bosch, monárquico, militar de prestigio, carismático, comprometido con la dictadura y, por ello, con mucha capacidad de arrastre en el Ejército. Milans se entrevista con Tejero y le empuja a detener toda operación que no cuente con el beneplácito de la Corona. Ahí entra en juego Alfonso Armada. 

Según Pinilla, la llamada Operación Armada consistiría, entonces, en aplacar a los militares duros y convencerlos de la necesidad de que el golpe de Estado fuera más bien un “golpe de timón” que -a su juicio de sus instigadores- “reconduciría la situación y salvaría la Corona”. “Dentro de la Constitución”.

Incluso los políticos comienzan a oler lo que se cuece en el Ejército. Importantes dirigentes de PSOE y UCD se muestran proclives a un Ejecutivo de concentración antes de que se concrete un golpe militar.

Cercas, en este punto, diagnostica la llamada "placenta del golpe": todos esos coqueteos de los partidos -y también del Rey- con la posibilidad de que irrumpiese un "gobierno de concentración". "Esto no quiere decir que las organizaciones políticas formaran parte del golpe, sino que, con sus especulaciones, generaron un clima propicio para él", señala el escritor. Un caldo de cultivo perfecto.

3 de enero de 1981: Alfonso Armada visita a Juan Carlos I en Baqueira. Según Pardo Zancada -otro militar implicado en el golpe-, el Rey le dice al general que está harto de Adolfo Suárez. También le anuncia que está a punto de nombrarle segundo jefe del Estado Mayor, lo que supondrá la mudanza de Armada de Lérida a Madrid.

Siete días más tarde, el 10 de enero -así lo establece la sentencia del Consejo Supremo de Justicia Militar- tiene lugar una reunión entre Armada y Milans en Valencia: hablan -narra el profesor Pinilla- de “reconducir el resto de las acciones militares”. Con ese objetivo, acuerdan ver en Madrid a sus impulsores. El plan comienza a tomar forma.

Armada, tiempo después, cuando se le preguntó al respecto, no fue demasiado concreto: aseguró que era consciente de que “las cosas iban a cambiar por decisión de la superioridad” y que lo transmitía a sus amigos para tranquilizarles. Una vez más, utilizaba la sombra del Rey.

Armada, junto a Juan Carlos y Sofía, en el discurso de aceptación de la jefatura del Estado. Efe

La reunión clave 

Milans es -tal y como describen los profesores Muñoz Bolaños y Pinilla- el encargado de paralizar el golpe de Tejero y otras conspiraciones en marcha para dar prioridad a la Solución Armada. Después de charlar con él, suele enviar a un hombre de confianza para que mantenga al tanto a Armada. Paradójicamente, el nombramiento de este general como segundo jefe del Estado Mayor tenía como objetivo informar al Rey de lo que sucedía en el Ejército.

6 de febrero de 1981: Armada y el Rey vuelven a verse en Baqueira. Estiran la sobremesa hasta altas horas de la madrugada. La Reina Sofía se ha marchado a Madrid poco antes porque su madre está muy enferma -fallecerá poco después-. Juan Carlos de Borbón se queda en Baqueira.

Una semana más tarde, el 13 de febrero, diez días antes del golpe, se produce el último encuentro. El más importante de todos. Esta vez en Zarzuela y a petición del Rey. Especifica el profesor Pinilla que el general avisa al Monarca de la “preocupación” y el “descontento” que palpita en las Fuerzas Armadas.

Muñoz Bolaños, en conversación con EL ESPAÑOL, va más allá: “Mi hipótesis es que, aquel día, el Rey autorizó a Armada a reconducir cualquier situación golpista que se produjese. Es decir, pone en marcha la Solución Armada para acabar con la crisis que provocaría un golpe”. Sin embargo, no existen pruebas documentales al respecto.

Sobre la última reunión de Zarzuela, también existe el testimonio del propio Armada, recogido en un libro de conversaciones con el general publicado por el profesor José Manuel Cuenca Toribio. En esas páginas, el militar insiste en que contó al Rey que Tejero podía tomar el Congreso. “¡Desleal yo al Rey! Conté todo cuanto sabía (…) Nunca he ocultado nada a mis superiores”, dirá también Armada en su libro Al servicio de la corona.

Los errores del Rey

El general siempre trató de presentarse en escena como un hombre tan fiel a la Corona como para guardar silencio a costa de su propia condena. La sentencia, en cambio, lo retratará como un militar ventajista que fraguó un plan para ganar en cualquier caso: si prosperaba el golpe, presidiría un gobierno de “concentración nacional”; si fracasaba, se presentaría en la Cámara como el artífice de la solución.

Resulta prácticamente imposible que el Rey barajara proponer a Armada como presidente de un Gobierno de concentración. Tuvo la posibilidad para hacerlo, y la descartó. Fue tras la dimisión de Suárez. Pero en lugar de elegir al general, cumplió con la Constitución y postuló a Leopoldo Calvo-Sotelo.

No obstante, a finales de 1980, tal y como reveló Cercas en la presentación de su libro hace ya once años, el Rey cometió sus errores más graves: "Actuó con temeridad, fue imprudente e indiscreto". De manera coloquial, pidió a muchas personas que le "quitaran de encima a Suárez" porque creía que aquel gobierno iba a arruinar la democracia e indirectamente la monarquía. Más combustible para el golpe.

Armada, con bigote, ante un joven Juan Carlos de Borbón. Efe

El golpe 

Llega así el 21 de febrero por la noche. Un piso de la calle pintor Juan Gris -lo que ahora se indica fue revelado por Tejero y negado por Armada-. El general le dice al guardia civil -la referencia es el libro de Pinilla-: “Esta es una operación en nombre de la democracia y del Rey”. Armada insiste a Tejero en que no debe derramarse sangre y en que, una vez asalte el Congreso, debe “esperar indicaciones”. La sentencia aludirá a este episodio, pero no lo considerará un hecho probado.

22 de febrero, veinticuatro horas antes del golpe. Esta vez es Milans del Bosch quien declara: el capitán general de Valencia cruza una llamada con Armada. Según Milans, Armada le dice que, en cuanto se asalte el Congreso, él irá a Zarzuela para hacerse cargo de la situación. “¿Has hablado con el Rey?”, pregunta Milans. “En las últimas horas, no”, responde Armada. El plan sigue adelante.

El desenlace

Ahí va el desenlace. Antonio Tejero, como estaba previsto, irrumpe en el Congreso junto a sus hombres. Disparan al techo, forcejean con el vicepresidente Gutiérrez-Mellado. Los diputados -salvo Suárez y Carrillo- se tiran al suelo. La democracia, amordazada. Tejero y los suyos llaman a la calma. Insisten en que está a punto de llegar la “autoridad militar”.

Armada, en el Cuartel General del Ejército. Se ofrece a su superior para ir a Zarzuela a “explicar al Rey lo que sucede”. En la Casa Real desconfían. Minutos antes ha llamado el general Juste -responsable de la División Acorazada Brunete- para preguntar por Armada, lo que suena “muy raro”. Sabino Fernández Campo, secretario general de Zarzuela, responde con la ya mítica frase: “Ni está ni se le espera”.

Pasan las horas, pero el Rey no se pronuncia. Otra circunstancia que alimenta la hipótesis que aquí se baraja: ¿esperaba el Rey a Armada? Sin embargo, esa tardanza tiene que ver con los contactos entre Juan Carlos I y los capitanes generales de las regiones. Quería testar su parecer y evitar que se sumaran al pronunciamiento. Eso explicó Francisco Laína, jefe del gobierno provisional aquella noche, en una entrevista con este periódico

Para entonces, detalla Muñoz Bolaños, el Rey empieza a intuir -a través de varios militares- que Armada no es sólo el hombre que reconduce el golpe, sino quien está detrás de él. Por eso camina con pies de plomo y sólo acepta comunicarse a través del teléfono. Le cierran las puertas de Zarzuela.

El general Alfonso Armada. Efe

Armada, al límite

Tiempo después, Armada -a través de Milans- se propone presidente del Gobierno a los capitanes generales de las regiones. Pero le hace falta la autorización de Zarzuela. Había dicho al resto de conspiradores que contaba con ella, pero no era cierto.

Bien entrada la noche, la Casa Real da permiso a Armada para ir a hablar al Congreso con el teniente coronel de la Guardia Civil y proponerse presidente del Gobierno. Pero Zarzuela le deja claro: “No lo hagas en nombre del Rey”.

¿Cómo lo consiguió Armada? Vía telefónica, desde el Cuartel General, presionó con el alto riesgo de que el Ejército se dividiera -entre los sublevados y los fieles al Rey- y que se produjera un enfrentamiento armado -millones de españoles habían vivido la guerra-. También alertó del peligro de que Tejero se descontrolara y hubiera una masacre en el Congreso. Javier Cercas hace un relato pormenorizado de esta escena en Anatomía de un instante.

Sabino Fernández-Campo, militar y secretario general de Zarzuela, reconoció que se autorizó a Armada a ir al Congreso como solución in extremis.

Muñoz Bolaños recurre para explicarlo a lo que le contó el propio Armada. “Me dijo: ‘Una misión a título personal es una misión donde no puedes decir el nombre de la persona que te envía. ¿Tú crees que alguien que va al Congreso a título personal viaja vestido de uniforme y en coche oficial?’ Creo que está claro”, reitera este profesor de Historia.

Armada llega al Congreso de los Diputados a eso de las 23:50. Tal y como explica Alfonso Pinilla, el general ordena a Tejero que retire a los guardias del hemiciclo para poder proponerse como presidente del gobierno de concentración.

De acuerdo a las declaraciones de ambos militares manejadas por Muñoz Bolaños, el guardia civil comienza a alterarse cuando escucha que, si el plan sale adelante, deberá exiliarse. En ese caso, el Gobierno entrante proporcionaría a Tejero los medios para salir y vivir fuera de España.

La tensión alcanza su punto álgido cuando Tejero pregunta quiénes van a formar el nuevo Consejo de Ministros. Cuando se da cuenta de que aquello no es su soñada Junta Militar, se encierran a discutir.

Tejero monta en cólera. Viene a decir que él no se ha jugado el tipo para meter en el Gobierno “a los rojos y a los comunistas” y que la propuesta es una “chapuza”. No hay manera de convencerle. A partir de ese momento, el teniente coronel de la Guardia Civil queda abandonado a su suerte. Milans le dice a Tejero que haga caso a Armada, que es la única solución posible, pero él no atiende a razones.

Después de numerosos intentos para que deponga su actitud, a las 10:30 del 24 de febrero, se rubrica el pacto del capó. Tejero exige que los suboficiales y los guardias que le acompañan queden sin responsabilidad. También pide salir en coche y entregarse en la Dirección General de la Guardia Civil. Por parte de los supuestamente no sublevados firma… el general Armada. 

Cuentan que Juan Carlos I rompió a llorar cuando se cercioró de que su gran amigo, profesor y preceptor le había traicionado: se había dado cuenta de que Alfonso Armada no había intentado simplemente reconducir el golpe militar mediante un Gobierno de concentración nacional; él mismo había planeado la asonada.