E.E.

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EL DISCURSO DEL REY

La izquierda quería que Felipe VI se hiciese un 'Paquirrín'

El autor define las dos herencias recibidas por el Rey de su padre, la democrática y la personal, y critica tanto a quienes querían que las enterrara como su mismo discurso de Navidad.

27 diciembre, 2020 01:53

La izquierda de este país quería un imposible: que el Rey Felipe se hiciera un Paquirrín en su discurso de Navidad; que a imagen y semejanza del hijo de Isabel Pantoja renegase en televisión de Juan Carlos I, que dijera que se siente engañado y que él mismo le iba a denunciar y a llevarle ante los jueces. Afortunadamente, no lo hizo.

Esa misma izquierda era consciente de su deseo imposible y lo que buscaba era que el Jefe del Estado diera un paso más hacia la ruptura constitucional, que él mismo abriera las puertas a su ansiada III República Española. Ansiaba ver derramar la sangre familiar por todos los televisores del país; que les dijera a los españoles, a ser posible con lágrimas en los ojos, que su padre nunca había sido ni un buen padre, ni un buen Rey.

No fue un gran discurso. Hasta la realización fue mala de necesidad, con cambios de plano que parecían sacados de un ejercicio de la escuela de cine. Es posible que haya sido el peor de todos los que ha hecho Felipe VI desde que llegó al Trono, pero no por no mencionar de forma directa a su padre, ni por repetir de forma mecánica los mismos y discutibles argumentos del Gobierno de Pedro Sánchez sobre la pandemia y las medidas que han tomado las autoridades políticas en estos doce meses; el error estuvo en las débiles, desdibujadas y ramplonas referencias a la crisis económica, y a las medidas que se han puesto en marcha. Hasta cuando tuvo que referirse a las necesarias ayudas europeas se notó que estaba leyendo unas notas que le habían escrito con más prisa que argumentos.

Es la España real la que quería que su Jefe del Estado demostrara que estaba a su lado, que pedía a los políticos responsables lo mismo que ellos, pero con la fuerza de estar en lo más alto de la pirámide del Estado. Que hablase del aumento insostenible del número de parados, que reclamase la llegada urgente de las ayudas sociales aprobadas a los hogares, que se dirigiese a los autónomos obligados y a la subida real que han tenido sus impuestos. Que el pueblo sintiese que se sentía pueblo, que acabase con la sensación de que la Monarquía es una isla en medio de una España en la que, para encontrar la esperanza, millones de españoles luchan cada día contra esa misma España en negro en la que parecen vivir los políticos. Nada más y nada menos.

Discurso más largo que otros años, tan sólo para dar más vueltas de las necesarias alrededor de la pandemia y el sacrificio de los que la han afrontado y la afrontan en primera línea: el personal sanitario en su conjunto. Bien está el reconocimiento, no habría estado de más que en lugar de poner voz a los gobiernos se la hubiera puesto a ellos, a los que piden más medios y más financiación para una sanidad pública que ha puesto ante los ojos de los ciudadanos sus carencias.

Juan Carlos I, su padre, recibió de la dictadura de Francisco Franco una herencia envenenada que supo resolver, mal que les pese a parte de la izquierda y parte de la derecha, con la valentía necesaria para que se pudiesen celebrar elecciones democráticas, con el Partido Comunista presente en las mismas, apenas dos años después de la muerte del dictador. Asumió riesgos necesarios frente a unas Fuerzas Armadas y una parte importante del sistema político de entonces. Eligió bien las compañías y nuestro país, hoy, puede presumir de haber realizado una auténtica proeza democrática en la que muy pocos creían.

Ese mérito personal del padre Rey al tiempo que colectivo está hoy en entredicho. Cuando se habla del "régimen del 78", el año de la Constitución, se hace con el deseo de dinamitarlo, como si nada de lo que se ha hecho tuviese ningún valor. Y conviene recordar que si Juan Carlos se desvió del camino -si incurrió en prácticas nada éticas, si ha arrojado su personal historia al lodazal de la corrupción-, sin su decisión de enterrar el franquismo -cambiando las propias leyes que lo sustentaban hasta dotar a los españoles de una Carta Magna digna de cualquier país de nuestro entorno-, tal vez no hubiera sido posible y desde luego no con tanta rapidez.

Felipe VI ha recibido una estupenda herencia democrática y una maña herencia personal. En su discurso ha dado otro paso para dejar la segunda y seguir ayudando a la primera. Ya lo hizo en su primer discurso navideño. Se está equivocando en los tiempos. Ahora, en la España 5.0 en la que ya vivimos, los cambios necesitan mayor velocidad que en 1977, igual sentido de la Historia, y mejores consejeros dentro y fuera del palacio de La Zarzuela.

*** Raúl Heras es periodista.

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