Bronca en el Congreso de los Diputados. No es la primera vez que se escribe esa frase, pero sí la primera que conduzca a la cuarta convocatoria de elecciones generales en menos de cuatro años en España. El hemiciclo se convirtió este miércoles en una nueva caja de ruido y reproches cruzados en el día en el que los diputados estaban citados para hablar de Europa y celebrar la primera sesión de control al Gobierno. 

El debate se convirtió en una especia de secuela de la investidura fallida de julio y acaso en el segundo intento que nunca llegará a producirse la semana que viene. A día de hoy, y con unos días de margen, parece imposible que el Rey pueda proponer formalmente un candidato tras consultar con los partidos la semana que viene. 

Los mayores gestos de animadversión los procedentes de Pedro Sánchez y dirigido a Albert Rivera y Pablo Iglesias, y viceversa. Entre ellos parecen mediar diferencias, acaso abismos, que superan lo político. Rivera no quiere reunirse con Sánchez cuando es invitado a debatir sobre la investidura. Sánchez no quiere reunirse con Iglesias, a pesar de que su investidura o la nueva convocatoria electoral depende de Unidas Podemos. Los tres dirigentes sólo se hablan a través de los medios y para atizarse. 

Sánchez llama hipócrita a Rivera: “Es un político ausente al que nadie entiende ya”

"Dice que quiere usted limpiar la basura del PP, pero apuntala a sus gobiernos; se dice liberal y centrista, pero pacta con la ultraderecha. Y dice que no quiere bloquear al Gobierno de España. Ya, señor Rivera. Hay una diferencia tal ente lo que dice y hace. ¿Sabe lo que es? Un hipócrita", le espetó en la sesión de control Sánchez al líder de Ciudadanos, que gesticulaba con grandes signos de descontento. 

Durante el debate, Sánchez le reprochó a Rivera que no quiera sentarse con él a discutir sobre la investidura y al tiempo reproche al socialista depender de independentistas. No en vano, la suma de PSOE y Ciudadanos supera cómodamente el umbral de la mayoría absoluta. Rivera le recriminó sus alianzas con partidos nacionalistas y le aseguró que, si Sánchez quiere hablar, "mañana mismo" pueden sentarse a hablar de la aplicación del artículo 155 de la Constitución. 

"Ante el desacato y la desobediencia a la que vuelve a llamar Torra, le pido que le requiera, conforme al artículo 155, el cumplimiento (de la Constitución) y la retirada de esas palabras", dijo en referencia al llamamiento del president de la Generalitat a la desobediencia si el Tribunal Supremo condena a los dirigentes independentistas procesados. 

Sánchez no quiere ver a Iglesias

Con Iglesias, el desencuentro de Sánchez fue menos teatralizado. Parecía más de verdad. Que importaba más porque había más en juego. En el hemiciclo se palpaba la tensión cuando uno u otro hablaba sobre la investidura. 

"¿Sabe cuántas veces me ha llamado por teléfono desde la investidura fallida? Cero. Un mensaje felicitándome por mi paternidad, y se lo agradezco... ¿Pero usted cree que es serio que desde la investidura fallida no hayamos hablado por teléfono ni una sola vez?", se preguntó Iglesias, que arremetió contra Sánchez en tono duro pero guardando las formas. El líder de Podemos no parece el mismo que en 2016 tumbó a Sánchez hablando de la cal viva de los GAL. Es contundente en los argumentos, pero mucho más educado en el tono. 

En cualquier caso, a Sánchez le depara el mismo resultado: una investidura fallida. Ambos aseguraron querer evitarlo, pero su compromiso sonó hueco en el hemiciclo, porque no vino acompañado de nada más que reproches y discrepancias sobre quién debía llamar a quién y para qué. 

"Sentémonos usted y yo, y pongámonos a trabajar", le pidió Iglesias. "Le vuelvo a tender la mano", dijo. Sánchez lo rechazó. "Si tiene algo nuevo que plantear, más allá del Gobierno de coalición, convoque a la mesa de negociación", le respondió. Sánchez le explicó que hay muchas más formas de entenderse que la coalición y que funcionan en otros países. 

Al final, el morado acabó elevando el tono. "Hay algo más importante que la ideología y es su palabra", le reprochó. El socialista le acusó, por su parte, de "evitar un gobierno progresista votando con la derecha, como en julio". Si el de Podemos le recordaba los presupuestos de Montoro vigentes, el del PSOE le señalaba por querer estar en el Ejecutivo para controlar a su socio. 

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