“Preocuparse por la imagen y la salud es algo natural y normal”, explica Paloma Carrasco, psicóloga del Centro de Excelencia en el Tratamiento de la Obesidad del Hospital Quirónsalud Sagrado Corazón. Verse bien es uno de los principales motivos por los que uno decide apuntarse y frecuentar el gimnasio. Pero en algunos casos, cuando se logra una rutina de entrenamientos constante, este hábito inofensivo puede, como afirma Carrasco, llegar "a convertirse en una obsesión". Es entonces cuando puede aparecer la vigorexia.

Se estima que, en España, el también conocido como síndrome de Adonis afecta a unas 700.000 personas. Así lo recoge un informe del Colegio de Farmacéuticos de Barcelona. Por lo general, esta condición se da más en hombres entre 18 y 40 años.

Sin embargo, no quiere decir que este trastorno no se presente en las mujeres. El nutricionista del centro Olympia Quirónsalud, Alfonso Carabel, admite que “cada vez empieza a haber más casos de mujeres que lo padecen”.

“Cuando no saltarse un entrenamiento es más importante que ver a tus amigos o salir a cenar, y conocer cosas nuevas no es compatible con saltarse tu dieta, podría empezar a haber un problema de vigorexia”, explica Carabel. En estos casos, las relaciones, el ocio, el trabajo o la familia pasan a un segundo plano respecto al cuerpo. Y esta obsesión aparece, añade, cuando el que entrena “tiene un objetivo claro en su mente y está dispuesto a apartar de su vida todo lo que le impida conseguirlo”.

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La vigorexia genera problemas fundamentalmente psicológicos, según Carabel, especialmente sobre "las relaciones y prioridades que tiene la persona con el trastorno". Pero en algunos casos, va de la mano con problemas de la relación que se tiene con los alimentos.

Un trastorno invisible

La vigorexia, también llamada dismorfia muscular, no está catalogada como una enfermedad, pero sí como un trastorno mental que puede incluir un trastorno de la conducta alimentaria. “Las personas con vigorexia suelen cambiar sus hábitos alimentarios, provocando un aumento exagerado de ingesta proteica y carbohidratos, y normalmente va acompañada con la ingesta de sustancias anabolizantes”, explica Felipe Del Valle, jefe del área de Nutrición en el Centro de Excelencia en el Tratamiento de la Obesidad del Hospital Quirónsalud Sagrado Corazón.

Forma parte de los denominados trastornos dismórficos corporales (TDC), que se caracterizan por una preocupación por defectos físicos corporales no existentes, o apenas perceptibles, que generan un gran malestar psicológico o un deterioro en el funcionamiento de la persona que lo padece.

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Y a diferencia de otros trastornos mentales relacionados con el físico, como la anorexia, Carabel explica que “no hay marcadores físicos (como tener un Índice de Masa Corporal (IMC) demasiado bajo) que determinen cuando esta obsesión está generando un riesgo para la salud”.

Más allá del culturismo

La vigorexia no solamente tiene que ver con la autopercepción corporal, sino que va más allá. Puede ir acompañado de un cambio radical en los hábitos alimentarios, que si no cuentan con una supervisión especializada, puede generar problemas de salud a largo plazo.

Y a diferencia de lo que se podría creer, los síntomas de este trastorno no son exclusivos de las personas que practican fisioculturismo, pero sí son las más sensibles a los síntomas. Un estudio publicado en 2018 en la revista Scientific Reports, reveló que los fisicoculturistas presentaban un mayor grado de dismorfia muscular que otros grupos como los atletas de fuerza y las personas que practican fitness.

“Hay deportistas aficionados de disciplinas como el triatlón o el ciclismo que entrenan más de 20 horas a la semana en busca de resultados deportivos de manera compulsiva”, explica Carabel. Por eso, “también hay personas vigoréxicas que se obsesionan, ya no tanto por la imagen, sino por los resultados, la consecución de resultados y se alejan de las relaciones para priorizar el deporte ante todo lo demás”, aclara.

Una cuestión de autoestima

Las personas que sufren vigorexia presentan una característica particular: un historial marcado por una autoestima baja que repercute en su imagen corporal. Y durante el camino hacia la vigorexia, la autovaloración física juega un papel fundamental. “Al empezar a entrenar y mejorar su físico, la persona que padece este trastorno aumenta su autoestima a través de lo que ve en su físico”, señala Carabel. 

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Paralelamente, “se encuentra refugio en el entrenamiento y en la mejora del cuerpo”, explica Carabel. Los estímulos propios son igual de importantes que los que se reciben del exterior. Un entorno que normalice o incluso dé alas a aquellos que deciden entrar en el círculo vicioso de la vigorexia. “Los feedbacks positivos que recibe del exterior o de gente de su entorno que considera un ejemplo”, matiza Carabel.

"Colocar la imagen física como centro en el que desarrollar la autoestima es, sin duda, un error grave", señala Carrasco. "Buscar el reconocimiento, la admiración o la aprobación de los demás mejorando nuestra imagen personal hará que seamos vulnerables y débiles. El motivo principal por el que cuidar el cuerpo y hacer ejercicio debe ser mejorar la salud en general", añade.

Los más asiduos al deporte no deberían tener problemas físicos si han hecho las cosas bien y han estado bien asesorados en todo momento. “Al final suelen ser personas que han hecho deporte a diario y han cuidado su alimentación, por lo que no debería haber ninguna consecuencia física negativa”, destaca Carrasco.

Pero cuando no se ha llevado tan bien, aclara, “pueden desarrollar problemas a nivel muscular y articular, como desgaste y malformaciones”. Y a nivel orgánico, presentar “disfunciones por el consumo excesivo de nutrientes o por su falta de manera extrema en periodos largos de tiempo”.

Los tres especialistas de Quirónsalud que han podido conversar con EL ESPAÑOL acerca de este problema coinciden que tanto para su prevención como para su tratamiento pasan por contar con especialistas que guíen a la persona en riesgo de sufrir dismorfia muscular o vigorexia. En los entrenamientos, el deportista “debe consultar su dieta con un nutricionista y su entreno con un entrenador”, concluye Carabel. Y, cuando crea que hay existe un problema, es vital buscar ayuda psicológica.