La tinta de los bolígrafos se congela y las baterías pierden potencia rápidamente. El metal se pega a la piel y el vodka se solidifica. Así es cómo se vive en el lugar habitado más frío del mundo: Yacutia, también conocida como república de Sajá, Rusia. Lo que en otros lugares son tareas sencillas, allí requieren muchísimo tiempo. Arrancar el coche, cocinar, lavar la ropa o ducharse se convierten en quebraderos de cabeza para los yacutianos.

En una de las localidades de esta región siberiana, Oymyakon, que significa ‘agua que no se congela’, se llegó a experimentar, con termómetro en mano, una temperatura de -67,7° C en 1933. También se tienen registros, por extrapolación, de haber alcanzado los 71,1 °C bajo cero. Como el sol apenas brilla en esta ciudad, la gente ya se ha acostumbrado al frío y a la oscuridad. Cuando son los días más cortos del año, las noches pueden llegar a durar 21 horas.

Aunque se puede creer que la vida es inviable, alrededor de 900 personas viven en este pueblo remoto. Para no congelarse de frío, los lugareños extreman la precaución: nunca permanecen más de 20 minutos en el exterior.

[Cómo es la vida en el lugar habitado más frío de la Tierra: el termómetro llegó a registrar 71,2 ºC bajo cero]

El calor es gratis: hay una central térmica que abastece a la población durante todo el año. Además, existen manantiales cercanos con agua corriente. Pero cuando no se puede recoger el agua de estas fuentes, se toma la nieve y cubitos de hielo y se derriten.

Esto es lo que hace la familia de Stanislav, que comparte su vida en el canal Soy Kiun, dedicado a enseñar las cotidianeidades del lugar habitado más frío del mundo. 

Antes de recoger el hielo, corta la madera para poner en funcionamiento las estufas que calentarán la cabaña y derretirán el agua. La temperatura en la sala de vapor puede alcanzar los 70 °C. Stanislav y su hijo, con sus palas, recogen nieve suficiente para poder lavarse y hacer la colada.

La casa de baños se va calentando poco a poco hasta alcanzar la temperatura deseada. Ese es el momento ideal para meterse dentro de la cabaña. Padre e hijo disfrutan de una sesión de sauna aprovechando el calor. 

Después salen al exterior, que suele estar en torno a los -50 °C, y se restriegan nieve por todo el cuerpo para aclimatarse antes de la ducha. Dentro, se aseguran de enjabonarse bien para eliminar los restos de sudor y suciedad.

Fresca y crujiente

Con la casa de baños calentada, Sinaida y Julia, la esposa e hija de Stanislav, se ponen manos a la obra. Cada domingo, lavan a mano la ropa de la familia.

Después de exprimir el exceso de agua, tienden las prendas en el jardín de su casa para que se sequen el aire gélido.

A los pocos minutos, las temperaturas calcinan las telas y endurecen como tablas. Este método deja la ropa crujiente y fresca, libre de gérmenes.

Asentamiento soviético

Originalmente, la ubicación donde se erige el pueblo era utilizada por pastores de renos que abrevaban a sus rebaños en los cálidos manantiales de la zona.

Durante los años 20 y 30 del siglo pasado, “el gobierno soviético, en sus esfuerzos por sedentarizar a las poblaciones nómadas —alegando que eran difíciles de controlar y estaban atrasados tecnológica y culturalmente— convirtieron el lugar en un asentamiento permanente”, explica Nick Middleton, viajero y profesor de geografía, en una entrevista concedida a la National Geographic.

Esta zona ostenta el título Polo del Frío y ha sido reconocida por el Libro Guinness de los Récords, junto a la localidad de Verkhoyansk —también en Rusia—, como el lugar habitado más frío del planeta. 

¿Cómo es la muerte?

Tal como cuenta Middleton, el mayor problema al que se enfrentan en estos lugares gélidos es la muerte. “En las zonas de permafrost, donde la capa superficial del suelo tiende a descongelarse en verano y volver a congelarse, los objetos enterrados de gran tamaño tienden a subir a la superficie”, cuenta.

Por eso, para enterrar a sus muertos —una práctica que toman de los europeos—, los siberianos calientan la superficie de la sepultura durante varios días y esperan a que se descongele la tierra par enterrar el féretro.

Este viajero estadounidense pudo presenciar un funeral con sus propios ojos y explica que la tradición siberiana para enterrar a los muertos era muy distinta a la que tienen ahora. “Los siberianos solían realizar entierros en el cielo: envolvían los cadáveres en lonas y los colgaban de los árboles; pero el gobierno soviético probablemente lo desaconsejó”, añade en declaraciones a National Geographic.