Manuel Moreno
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"Fue el día de la detención. Al llegar al juzgado, me encontré a una mujer vestida con un camisón blanco, llena de sangre, la cara desencajada y con la Guardia Civil a su lado. Pregunté y me fui enterando de lo que había ocurrido. Era repulsivo. Aquella sensación no se me olvidará en la vida".

Este es el recuerdo que le brota a Emilio Sánchez cuando se le pregunta por el 'exorcismo' de Almansa: el sobrecogedor parricidio ocurrido en este pueblo manchego de Albacete en el que una niña de 11 años fue asesinada el 18 de septiembre de 1990. Su madre, Rosa 'la curandera', estaba convencida de que el diablo poseía a su única hija y trató de sacárselo en un macabro ritual satánico con la ayuda de una amiga.

Emilio Sánchez sigue el ejemplo de su padre, Virginio. Abogado todavía en ejercicio a sus 73 años, rememora con tristeza la espeluznante escena que vivió en el juzgado de Almansa, entonces en la calle Aragón, a un kilómetro y medio de la casa donde a una cría le arrancaron las vísceras unas horas antes.

Portada del semanario 'El Caso' sobre el crimen de Almansa.

"Le sacaron las entrañas", tituló su portada el semanario de sucesos El Caso, cuya extensa crónica de cuatro páginas firmó Paco Venegas. José Manuel Bretones, redactor por entonces, recuerda que este crimen no tuvo la relevancia nacional que se merecía por un motivo: la matanza de Puerto Hurraco (los hermanos Izquierdo asesinaron a nueve personas por rencillas familiares) había sucedido unos días antes, el 26 de agosto. "Y la gente pedía más morbo de este tema", afirma.

La lectura de los hechos probados en la sentencia estremece cuando están a punto de cumplirse 35 años del asesinato de la cría. El día de autos, Rosa Gonzálvez Fito tiene 36 años, "de profesión, sus labores", y "de informada buena conducta", como se recoge en la resolución judicial, de 16 densas páginas escritas en papel cebolla. Casada con Jesús, es también la madre de la única hija del matrimonio, Rosi, que hace un par de meses ha cumplido 11 años.

Desde 1984, la progenitora se viene dedicando a actos de curanderismo en Almansa, la localidad donde nació y donde vive. A finales de 1989, conoce a María Ángeles Rodríguez Espinilla, que a sus 28 años está casada con Martín y también tiene de profesión "sus labores" y "de informada buena conducta".

Su amistad se va intensificando hasta que en abril de 1990 María Ángeles comienza a 'trabajar' con Rosa en el domicilio de ésta, en el número 4 de la calle Valencia, adonde la gente acude para 'curarse' de sus dolencias. Sus vecinas cuentan que Rosa tiene una gracia: pone la mano y sana. Con ese supuesto don, llegan personas enfermas, supersticiosas o no, creyentes o no, para que ella les toque y sanen de inmediato. "Es una mujer normal que hace el bien", la describen en un pueblo que tiene 23.000 habitantes.

En la casa de Rosa, de dos plantas, María Ángeles pasa muchas horas y las relaciones con su esposo se van deteriorando. Esto provoca en ella una cierta inestabilidad emocional y la necesidad de un apoyo afectivo, que en parte encuentra en la sanadora. Con esa estrecha relación llegan a septiembre de ese año. El día 13 de ese mes, una hermana de María Ángeles recala en Almansa procedente de Valladolid. Es María Mercedes, una empleada de hogar soltera de 26 años "sugestionable" y con un "sustrato neurótico-depresivo", se lee en la sentencia.

"Tiene metido a Martín"

Las tres acuerdan salir a cenar dos días después. Es sábado y se acuestan a altas horas de la madrugada del domingo. Sobre las tres y media de la tarde, Rosa llama por teléfono a María Ángeles, que se va inmediatamente a la casa de su amiga, donde permanece toda la tarde. Durante esas horas, Rosa trata de 'sacar del cuerpo' de María Ángeles a su esposo. "Tiene metido a Martín y le está haciendo mucho daño", dice mientras introduce la mano en la boca a su amiga, a la que hace escupir sangre. Rosa, además, sube y baja la escalera y corta estampas con unas tijeras, echándolas a una palangana con agua. También trata de sacar 'el mal' a los hijos de María Ángeles, que han ido al domicilio con María Mercedes y a los que hace sangre en la garganta.

Martín, el marido de María Ángeles, entra en la vivienda y logra llevarse a sus hijos, pero no a su esposa. Pasan las horas y el hombre vuelve sobre las dos de la madrugada del lunes 17, si bien también regresa a su casa sin María Ángeles. En un tercer intento, cuatro horas después, consigue por fin que María Ángeles le acompañe a su domicilio.

Sin embargo, sobre las ocho y media o las nueve de la mañana, Rosa vuelve a telefonear a María Ángeles diciéndole que la necesita, por lo que ella regresa a la casa de la curandera. Allí están Jesús, el esposo de la sanadora, y la hija de ambos, a la que llaman Rosita por su corta edad: unos esplendorosos 11 años. También se encuentran Ana María y Josefa, hermana y madre de la curandera porque Jesús las ha avisado al encontrar a su mujer "como loca" mientras María Ángeles culpa a su propio esposo, Martín, de estar "metido en el cuerpo de Rosa".

María Mercedes entra en la habitación donde están todos. Ve a su hermana, María Ángeles, con un cuadro de la Virgen en la mano, que lo pone encima de la cabeza de Josefa porque "el mal está en ella". Entonces, todos comienzan entonces a rezar y encender velas porque Rosa lo ha dicho.

La curandera va más allá. A Josefa, su madre, le quita la dentadura postiza, que tira al suelo y la pisa con fuerza. Después golpea a la mujer en sus partes íntimas con una fregona mientras abofetea al resto acusándoles de que "el mal" está en todos ellos, y acaba echando un cubo con agua en la cabeza de su propia progenitora.

El delirio de la sanadora no decae. Ordena a todos que salgan al pasillo, que se despojen de las ropas negras, como así hacen, y que suban por la escalera a cuatro patas, pisando solamente las baldosas blancas, "no las negras".

"Serguey, un ser de otro planeta"

Alrededor de las seis o las siete de la tarde, Rosa y María Ángeles se calman un poco. La curandera le agradece que le haya salvado la vida y su amiga contesta que es "Serguey, un ser de otro planeta". Rosa cuenta luego que había tenido un cáncer en un hombro y que María Ángeles había ofrecido su vida por ella. Finalmente, ambas se marchan al dormitorio del matrimonio mientras que María Mercedes se va a la casa de su hermana y de Martín, en tanto que Ana María y Josefa se dirigen al suyo. Jesús, el marido de Rosa, y su hija permanecen en la casa.

Sobre las diez o las once de la noche de ese mismo lunes, 17, María Mercedes vuelve al domicilio de Rosa y pretende acceder al dormitorio de matrimonio para hablar con su hermana. Pero ésta se lo impide porque "tú no eres Mercedes". Como respuesta, da un puntapié a la puerta y entra. En ese momento, Rosa y María Ángeles se lanzan encima de ella, la arañan, la tiran del pelo y la arrojan al suelo, si bien María Mercedes logra salir del dormitorio.

Esta mujer regresa más tarde, entra en la habitación sin resistencia y Rosa la sorprende diciéndole que "tú sí eres Mercedes". Entonces, le ordena que se siente en una silla y que dé la mano a María Ángeles porque la necesita. La invitan a quedarse "para que tu hermana no muera" y, como María Mercedes está cansada, permiten que se meta en la cama con ellas.

Ya de madrugada, la del martes 18, el esposo de Rosa entra en el dormitorio, donde Jesús es agredido por su mujer y por María Ángeles. Le obligan a que limpie las manchas de sus orines mientras le dicen que lleva dentro el espíritu de Martín, el esposo de María Ángeles. También le ordenan que suba a la habitación de Rosi porque "el mal, que es Martín, está en ella"; que la baje y que él se acueste después en la cama de la niña. Jesús lo cumple.

La niña se queda con las tres mujeres y acuestan a Rosi en la cama junto a María Mercedes, que está dormida. Rosa y María Ángeles la despiertan más tarde y le dicen que se tumbe en el suelo. "Si quitáis el mal, hacedlo", les convida María Mercedes, quien se encuentra indispuesta. Entonces, Rosa la agarra por los pelos mientras vocifera que "el mal" está en ella y que el diablo "es Martín", el marido de María Ángeles.

Ésta y Rosa la golpean en sus partes genitales y le meten los dedos por la boca hasta hacerle sangrar. "¡El mal ya ha salido!", exclaman para después dirigirse a la niña, a la que abofetean y le mandan que "cambies los ojos" mientras le chillan que ella no es Rosi, sino Martín. La niña grita y Jesús, que no ha podido conciliar el sueño, fuerza la puerta y entra para llevarse a su hija. Pero es agredido por las tres mujeres, que le quitan el jersey y el reloj para arrojarlos en un cubo de agua.

El marido de Rosa sale corriendo para pedir ayuda, lo que Rosa aprovecha para que todas se vayan al dormitorio de la niña, en la planta superior, con un único fin: estar más seguras y que el "espíritu de Martín" no las encuentre porque iría a matarlas. En la habitación de Rosita, atrancan la puerta con la cómoda y una de las dos camas, acuestan a la pequeña en la otra y comienzan nuevamente a rezar, gritar y gesticular.

"¡El mal está abajo!"

Jesús llega a su casa acompañado de su cuñada Ana María, hermana de la curandera, sobre las seis de la mañana. Intentan entrar en el dormitorio, pero no lo consiguen. Desde fuera, oyen cómo María Ángeles y Rosa empiezan a romper todo, a clavar agujas en muñecos, despedazar estampas, orinarse encima de las ropas e incluso a andar sobre clavos y cristales. "¡El mal está fuera y no se va!", vociferan mientras Rosa echa colonia a María Ángeles en la cabeza, boca, nariz y ojos. "¡El mal está abajo!", brama la curandera.

María Ángeles pone una toalla bajo sus partes genitales, porque "¡me viene un aborto!", y Rosa presiona fuertemente su vientre hasta que sale sangre. Entonces, Rosa bufa: "¡El mal está en la niña, que está embarazada del demonio!". Mientras su amiga sujeta a la cría por los brazos, su madre le mete una mano entre las piernas. Rosi se defiende a patadas, pero su progenitora le arranca la vagina, los ovarios e intestinos. Su hija se muere mientras Rosa exclama: "¡He sacado uno! ¡He sacado otro!".

Al estar cansada, cambia la posición con María Ángeles, quien sigue extrayendo los intestinos de la niña mientras la mujer grita: "¡Aquí hay un nido!". Todo ocurre ante la atónita mirada de María Mercedes. Paralizada y asombrada, coge una mano de la pequeña y junta su cara a la de la niña, ya pálida y agonizando. "¡Rosi no va a morir!", grita su madre mientras ordena a María Ángeles que continúe "sacándole todo el mal que tiene dentro", cosa que así hace.

Jesús y Ana María siguen fuera, rezando y oyendo las indicaciones que les da Rosa desde dentro. Tal es el estado de estupor y la "ideación paranoide" del marido y de su cuñada, como se cita en la sentencia, que no les permite prever la situación de peligro de la niña ni pedir ayuda. Así están hasta las nueve de la mañana, aproximadamente, en que logran acceder al dormitorio.

Ya dentro, María Ángeles y Rosa agreden a Ana María con la ayuda de María Mercedes. Con Rosi ya muerta, le dicen que "la clave de que la niña vuelva a vivir está en tus ojos", por lo que la madre se tira sobre su hermana para arrancárselos e intentar ponérselos a la pequeña. Esto provoca que Jesús salga corriendo de la habitación y vaya a la casa de una vecina, desde donde llama a la Policía, que se presenta inmediatamente. Sus agentes descubren el horror.

"No se acordaba de nada"

Tesifonte Enrique Tomás fue el abogado de pago de María Ángeles, a la que no conocía. Llevaba nueve años ejerciendo cuando se encargó de su defensa en este abominable caso. "Ahora, todos los abogados que intervienen en un procedimiento pueden estar en las declaraciones de los demás acusados. Entonces no era así. Yo estuve a solas con ella en el juzgado y me dijo que no se acordaba de nada. No era consciente de lo que había hecho", rememora el letrado, aunque sus recuerdos son vagos.

Antes del juicio, a su clienta la vio solamente una vez en la cárcel albaceteña de La Torrecica, donde también ingresaron Rosa y María Mercedes al día siguiente de los terroríficos hechos. "No recuerdo conversaciones con ella, pero sí me mandó una carta muy bien redactada y con una letra muy bonita. La gente puede pensar que las autoras eran personas analfabetas, pero nada de eso. Rosa y María Ángeles sabían escribir muy bien, no eran personas incultas ni de clase baja, sino personas que habían estudiado", cuenta este abogado, todavía en activo a sus 70 años.

El letrado recuerda que hace 35 años podía haber en Almansa no más de 10 curanderos, algunos muy conocidos, como 'la Botera'. Más había en la cercana localidad alicantina de Villena, a 40 kilómetros, adonde acudían de otros lugares para formarse, como hizo Rosa. Para Tesifonte, los comentarios de la gente sobre sus cualidades sanadoras la "empujaron a creerse" que verdaderamente curaba. "Ella se llegó a creer que era un ángel", afirma.

Absueltas

El 22 de enero de 1992 se celebró el juicio en la Audiencia Provincial de Albacete con la presencia de numerosas televisiones extranjeras, porque "había tenido una gran repercusión internacional con esto del diablo", dice Tesifonte. Su defensa "estaba clara porque el fiscal no acusaba. Los informes del médico forense lo dejaron claro: tenían enajenación mental y, según el artículo 20 del Código Penal, los acusados están exentos de responsabilidad criminal", cita el abogado de María Ángeles.

Fallo de la sentencia.

Efectivamente, el tribunal absolvió a las tres procesadas. En Rosa y en María Ángeles concurrieron la eximente completa de enajenación mental. Sufrieron en el momento de los hechos un "episodio psicótico agudo de tipo trastorno esquizofreniforme", según se lee en la sentencia. Fue de tal marcada intensidad en la madre que no la permitió tener conocimiento de sus actos. Sucedió parecido en el caso de su amiga, que tampoco tuvo conciencia de la realidad. Se decretó el internamiento de ambas en un centro destinado a enfermos mentales, en su caso en el hospital penitenciario psiquiátrico de Alicante, del que salieron con los años.

En cuanto a María Mercedes, los tres magistrados consideraron que no participó en el asesinato, pero sí en la agresión a Ana María para arrancarle los ojos. No obstante, la exoneraron del delito de lesiones por sufrir un trastorno mental transitorio.

Ana María en el hospital después de que intentaran arrancarle los ojos. Lamanoquemecelacuna.blogspot.com

Las tres fueron condenadas a pagar una indemnización de 45.000 pesetas a Ana María por las lesiones que le causaron en la cara y en los ojos. Sus gastos de curación en el Hospital General de Albacete ascendieron a 372.750 pesetas y fueron sentenciadas a pagarlos, si bien a María Mercedes se la declaró insolvente.

El entorno familiar, la fuente

"Es muy difícil para la sociedad entender que, en un crimen como el perpetrado contra Rosi por su madre y su tía, el entorno familiar, el que debe de cuidar y proteger a un menor, sea la fuente de un homicidio tan brutal e injusto", afirma Marta P. García Caro, trabajadora social, experta en Criminología y Victimología, después de leer la sentencia. "Pero se debe entender que una persona que bajo un delirio esquizoide, cuyas capacidades volitivas y cognitivas están anuladas, no es imputable, sencillamente porque no es consciente de lo que está haciendo", asevera.

Explica que "el delirio ha tomado el control de su capacidad de agencia, no está actuando bajo criterios razonables. Cuando una persona sufre un delirio, está fuertemente condicionada por su sistema de creencias y entorno sociocultural". Si la persona es profundamente religiosa, "es probable que su delirio se base en personajes relacionados a sus creencias". Si estamos ante un creyente acérrimo en la vida extraterrestre, "su delirio puede girar en torno a una posible conspiración alienígena". Porque creencias y trasfondo psicosocial "son fuertes condicionantes en el proceso disociativo que acompaña al delirio", concluye.

Después de salir del hospital penitenciario, Rosa ha estado cuidando personas mayores en la provincia de Alicante, quizá sin que ellas ni sus familiares supieran lo que esta mujer, ahora con 71 años, había hecho a su única hija. También fue vista caminando por Almansa con la cara tapada con una bufanda para que nadie la reconociese, mientras que María Ángeles y su marido, Martín, se divorciaron.

La casa donde se cometió el parricidio, con una cruz invertida. Lamanoquemecelacuna.blogspot.com

La casa quedó maldita. Llegó a verse, junto a la puerta principal, una cruz invertida pintada de rojo en la fachada de tono claro. "Tardaron por lo menos veinte años en venderla y luego la tiraron", detalla el abogado Emilio Sánchez.

Edificio construido sobre el solar donde estaba la casa, que fue derrumbada años más tarde.

En el solar construyeron un edificio con cocheras y no quedó rastro del inmueble en el que un supuesto exorcismo se llevó para siempre a la pequeña Rosita. A día de hoy, todavía se recuerda el crimen en Almansa, donde hay gente que piensa que fue cosa del diablo.