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En un momento en que la tierra parece agotarse y el cambio climático marca el paso de las estaciones, hablar de esperanza desde el campo puede parecer ingenuo. Pero hay quienes, sin grandes titulares ni tecnologías espectaculares, están haciendo algo profundamente revolucionario: volver a escuchar a la tierra, cuidarla, dejar que respire y sanar con ella. Esta es la historia de Rocío Torres, una joven bodeguera y viticultora que decidió romper con lo establecido para dar un paso valiente donde el foco se pone en otro elemento: el suelo.

Desde pequeña lo tenía claro: acabaría en el viñedo. No como imposición familiar, sino como una decisión natural. Su amor por los seres vivos la llevó primero a estudiar Veterinaria, pero no tardó en entender que su lugar estaba más cerca de la tierra. "Yo ya sabía que iba a trabajar en el viñedo, pero quería hacerlo a mi manera", dice, con la convicción de quien no se conforma con repetir esquemas heredados.

Tomar esa decisión no fue solo profesional, sino también íntima. Había algo emocional, casi espiritual, en su forma de mirar el campo. Sentía que el viñedo no era solo un cultivo, sino una herencia viva que debía evolucionar. “Cada generación ha hecho las cosas según sus valores”, reflexiona. “Yo también necesitaba que el campo hablara en mi idioma. Y mi idioma es cuidar, no exprimir”.

Su forma de hacer las cosas cambió por completo tras ver un documental en Netflix, Kiss the Ground (Besa el suelo). No fue solo una película más. Fue, como ella lo describe, una sacudida. “Se me pusieron los pelos de punta, como si me cayera una luz del cielo. Lo vi y supe: esto es lo que tengo que hacer con mi vida”. El documental hablaba de un modelo agrícola que no solo cultiva sin destruir, sino que ayuda a sanar el planeta. La agricultura regenerativa. Y en ese momento, supo que tenía que intentarlo.

Regenerar vida

La base de esta forma de cultivo es simple y profunda a la vez: el suelo no es un soporte inerte, es un ser vivo. Donde la agricultura convencional ve polvo, ella ve un ecosistema complejo lleno de vida microscópica que necesita equilibrio, respeto y tiempo. “Antes tratábamos el suelo como una mezcla de potasio, magnesio y otros nutrientes. Ahora lo entendemos como un organismo que respira, que sufre si lo rompemos y que puede sanar si lo cuidamos”, explica.

Una de las decisiones más visibles y polémicas fue dejar de arar. En una tierra donde la viña arada, limpia y sin una sola hierba es casi un símbolo cultural, optar por dejar crecer una cubierta vegetal parecía una provocación. “Nos llamaban locos. Nos decían que aquello no era una viña, que estaba sucia, abandonada. Pero es que lo limpio para muchos es lo muerto para el suelo”, sentencia. Y en esa cubierta de hierbas que tanto molesta a algunos, ellos han encontrado un aliado: protege de la erosión, conserva la humedad y aloja vitalidad.

Esa vida invisible en el subsuelo se volvió una obsesión. Entendió que no hay malas hierbas, sino manejos inteligentes. “No es que algo sea bueno o malo, es cómo lo gestiones. Si una planta compite con la viña, la segamos. Pero si la dejas, también puede ayudarte. Solo hay que observar”, explica. La agricultura regenerativa exige paciencia, delicadeza y un tipo de inteligencia que se aleja de la fuerza bruta y se acerca a la intuición.

Los primeros años no fueron fáciles. En un clima seco como el de Castilla-La Mancha, donde cada gota de agua cuenta, dejar crecer vegetación adicional parecía una locura. Y, efectivamente, la producción bajó. Pero no se rindieron. “La agricultura convencional es cortoplacista. Quiere sacar todo ahora, sin pensar en lo que vendrá después. Nosotros miramos con ojos de futuro. Queremos dejar la tierra mejor de lo que la encontramos”, cuenta mientras piensa en el futuro.

Hoy, años después, el viñedo respira distinto. El suelo retiene más agua. Las raíces se hunden con más fuerza. La microbiología ha florecido y las plantas son más sanas, más resilientes. Rocío no se encuentra sola ya que investigadores de distintas partes del país se han interesado en su trabajo.

Bancos con flores

“No queríamos ser diferentes por serlo. Solo queríamos hacer lo correcto. Pero cuando ves que empiezan a llamarte desde fuera, que quieren saber cómo lo estás haciendo... entiendes que esto es más grande que nosotros”, explica tras las recientes llamadas por vinicultores de diferentes puntos de España.

Impulso

Además, recientemente ha sido reconocida con una beca internacional financiada por PepsiCo, que premia proyectos de agricultura regenerativa en distintos países. “Fue como una validación. Un reconocimiento a todo el esfuerzo que llevamos años haciendo”, argumenta muy feliz.

Beca Ruraltivity recibida por Rocío Torres

El cambio también ha llegado a su bodega, Torres Filoso, situada en Villarrobledo. Allí elaboran vinos de mínima intervención: sin aditivos, sin sulfitos añadidos, sin productos químicos. Solo uva, levaduras naturales y tiempo. “Queremos que el vino hable por sí solo".

Aprendizaje

Aun así, queda un gran reto: educar al consumidor. “La mayoría de la gente no sabe lo que hay detrás de un vino como este. Tenemos que contar la historia para que puedan valorarlo”. Cuando lo hacen, dice, la respuesta es emocionante. “Muchos nos dicen que este vino sabe distinto. Y sí, claro que sabe distinto. Está hecho desde otro lugar, con otra intención”.

Bodega Showcooking

Su historia no es solo la de una transformación agrícola. Es también la historia de una reconciliación con la tierra. De una generación que no quiere producir más a cualquier precio, sino hacerlo mejor, con sentido, con alma.