Algo no funciona en un país que maltrata en vida, ignora y olvida a sus políticos, escritores, artistas, filósofos, investigadores y cuando mueren  se les coloca en altares laicos, patrióticos o estelares. Esto no es de ahora, sino de siempre. El más llamativo espectáculo, por reciente, es el de D. Alfredo Pérez Rubalcaba. Un escándalo. Presumiblemente, tras Pedro Sánchez en el escaso tiempo que lleva de presidente, haya sido el político más insultado, denostado y desprestigiado. ¿Cuándo se decía la verdad, antes o ahora? Algo no funciona en el país.

El “circo Rubalcaba” terminará pronto. Los ecos finales serán tapados por los estruendos venideros. Todos los que querían aparecer lo han hecho. Seguramente con la convicción, inocente o no, de que si uno ha girado próximo a un planeta brillante, pueda parecer una estrella. El cosmos, sin embargo,  se empeña en señalar nuestra nimiedad. Todos admiraban, eran amigos o tenían una anécdota edificante de Rubalcaba. En realidad  la gente se suele acercar a los políticos por el poder  que se les supone o por las maldades que se le atribuyen. Pocos, o nadie habla ahora de cómo, cuando se presentó  a la presidencia de España, se le consideró un resto del pasado. O cuándo se obstinó en ser Secretario General de su partido, se pensó que era un símbolo obsoleto frente la  modernidad que representaba “CarmeChacón –pronúnciese la “e” como si fuera “a”-, mujer y catalana. Ahora, por los impulsos de masas que nos mediatizan, ese hombre resulta ser un patriota, un estratega finísimo, una buena persona. Las maldades antiguas se transforman en  políticas magistrales. Nadie cuenta las “putadas” para que descarrilara el final del terrorismo por el que él trabajó. Nadie cuenta la imagen de maniobrero o tramposo que se trasmitía del personaje. Con un tipo tan malvado, la actividad política no podía ser noble, España no podía progresar. En estos días, en cambio, ha sido proclamado hombre de Estado, un superhéroe marvel de la España democrática.

Ciertamente se necesitan personas como él, inteligentes sin parecerlo, listo sin alardes, modesto ante “egos” insufribles. Personas así son obviadas por la mediocridad imperante. No quieren a nadie a su alrededor que descubra, sin pretenderlo,  carencias propias. Por eso, cuando se fue, se fue. Adiós, buenas.  Se incorporó a la Universidad para que allí, oculto entre aulas, sus hoy grandes valores emitieran más fulgurantes destellos, aunque a pocos iluminaran.

El texto podría haber terminado ya. Hubiera quedado incompleto. Resta decir, no en detrimento suyo, que Alfredo Pérez Rubalcaba fue militante del PSOE desde los comienzos de la Transición. Un mérito que no es ningún mérito, pero que no se debiera olvidar. Que formó parte del “clan de Majadahonda”, con las connotaciones que se atribuyeron al término. Que en diferentes ocasiones no encontró hueco en Madrid para ser Diputado. Que, por ejemplo, en Toledo, ocupó el segundo lugar en la lista al Congreso. Que permaneció fiel al proyecto de construcción de una sociedad más equilibrada, pacifica e igualitaria. Y que ese proyecto lo han realizado afiliados al PSOE, es decir, un proyecto  de partido. E insisto en el protagonismo colectivo para no caer en el individualismo exacerbado del momento. Ahora, tras los duelos magnificados y euforizantes, va a comenzar con Pedro Sánchez una historia más truculenta que la de Rubalcaba. Va a ser la pieza a cazar. Lo ha sido ya, pero nada equiparable a lo que vendrá, cuando unos y otros se recompongan de sus derrotas cercanas. Eso sí, cuando fallezca, se pintará un expresionista cuadro mortuorio. Llevamos siglos practicando. El último ensayo ha sido el del Sr. Rubalcaba.