A Hatshepsut, una de las poquísimas reinas que gobernaron el Antiguo Egipto, la rescató del olvido Jean-François Champollion. Cuando el académico francés, el hombre que descifró el misterio de los jeroglíficos gracias a la Piedra Rosetta, empezó a leer las inscripciones del templo de la faraona de la Dinastía XVIII en Deir el-Bahari, en la antigua ciudad de Tebas, durante su visita al sitio en 1829, descubrió algo realmente extraño: había referencias a dos soberanos. Uno era conocido, Tutmosis III, el faraón guerrero. Del otro, Hatshepsut, no se sabía nada. De hecho, el egiptólogo galo identificó que el nombre de este último —una mujer, en realidad— había sido borrado y sustituido por los de predecesores y sucesores.

Dos décadas antes, cuando Napoleón invadió Egipto, dos de los científicos que formaban parte de la expedición realizaron el primer mapa profesional del Valle de los Reyes, la necrópolis real de Luxor. Haste ese momento se habían abierto once tumbas, y Édouard Devilliers y Jean-Baptisete Prosper Jollois hallaron una más, la de Amenhotep III. No pudieron, sin embargo, atribuir ninguna a ningún rey porque no tenían ni idea de cómo leer ese sistema de escritura que usaba imágenes como signos. Sería su compatriota Champollion el artífice de resolver el código y empujar la egiptología a una nueva dimensión.

Los dos ejemplos anteriores evidencian la importancia inmensa del descifrado de la Piedra Rosetta, un fragmento de una estela tallada en granodiorita en el año 196 a.C. con un texto bilingüe, inscrita en egipcio (jeroglífico y demótico) y en griego antiguo por el clero de Menfis con motivo del primer aniversario de la coronación del faraón Ptolomeo V. Tras años de investigación, Champollion presentó los resultados de su trabajo en una conferencia en París el 27 de septiembre de 1822, hace justo dos siglos. Al principio se enfrentó a un claro rechazo por parte del mundo científico y académico, pero su contribución a la historia del Antiguo Egipto resulta incuantificable.

Vista de la Piedra Rosetta en su vitrina del Museo Británico. The Trustees of the British Museum

La Piedra Rosetta fue descubierta de forma casual el 15 de julio de 1799 por los soldados de Napoleón durante la excavación de unas trincheras en torno a los cimientos de un fuerte cercano a la localidad mediterránea de Rashid. Ya en el momento se publicó en el periódico propagandístico Courier de l'Égypte que las líneas en griego podrían tratarse de una traducción literal del lenguaje de la antigua civilización de los faraones, extinto a finales del siglo IV d.C. También el oficial al mando, Pierre-François Bouchard, entendió la importancia del hallazgo y ordenó hacer copias para enviarlas a Francia. Sin embargo, tras la derrota del ejército napoleónico la pieza y otras antigüedades serían entregadas a los británicos, según las cláusulas del Tratado de Alejandría (1801).

El primer hito en la carrera por descifrar la estela lo firmó el físico inglés Thomas Young, que mostró que algunos de los jeroglíficos, los que presentaban cartuchos —un símbolo oval— hacían referencia a un nombre real, el de Ptolomeo V Epífanes (204-181 a.C.). La otra mente brillante del proceso sería la de Champollion. Nacido en el convulso contexto de la Revolución, el Terror y el ascenso al poder de Napoléon, que también presenció la publicación de los volúmenes pioneros en el campo de la egiptología de Description de l'Égypte, cuando todavía era un niño ya conocía los idiomas hebreo, árabe, chino, amárico o copto, y por supuesto el latín y el griego clásico. Era un auténtico prodigio lingüístico.

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En 1806, con solo 16 años, presentó un estudio en la Academia de Grenoble en el que teorizaba su creencia de que la lengua del Antiguo Egipto pervivía en el copto africano. No falló por mucho: el copto derivaba del demótico a pesar de ser escrituras diferentes. La relación de Champollion con la Piedra Rosetta se inciaría de la mano de su maestro, Antoine-Isaac Silvestre de Sacy.

El avance clave que abriría las puertas al conocimiento de la lengua y la cultura de la antigua civilización se produjo cuando el historiador cayó en la cuenta de que los jeroglíficos representaban signos alfabéticos, silábicos y determinativos, es decir, uno que no se lee pero que sirve para diferenciar palabras con el mismo sonido. Los jeroglíficos, por lo tanto, eran un sistema de escritura que combina signos fonéticos e ideográficos. El erudito galo estableció una lista completa de estas inscripciones y su equivalente en griego.

Retrato de Jean-François Champollion realizado por Cogniet Léon. Museo del Louvre

"Je tiens l’affaire!" ("¡tengo la clave!"), se dice que exclamó Champollion, que desde los 18 años era profesor en la Universidad de Grenoble, cuando el 14 de septiembre de 2022 entró en el despacho de su hermano y le confesó que al fin había logrado descifrar los jeroglíficos egipcios tras lograr leer el nombre de Ramsés II entre las copias de las inscripciones procedentes del templo del faraón en Abu Simbel. Además de la Piedra Rosetta, se había valido para sus investigaciones de un obelisco procente de la isla de File y con inscripciones bilingües, en griego y jeroflífico.

Sus hallazgos los presentó a la comunidad académica en la parisina Academie des Inscriptions et Belles Lettres el día 27 del mismo mes. Entre el público se encontraba su rival Thomas Young, con quien había compartido correspondencia pero de quien se había ido distanciando. El trabajo se imprimió bajo el título de Lettre à Monsieur Dacier, relative à l’alphabet des Hiéroglyphes Phonétiques. Esa jornada está considerada como el nacimiento de la egiptología. Sin poder leer los textos no se sabría apenas nada del Antiguo Egipto.

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Tras la revelación, Champollion fue víctima de cierto aislamiento entre sus colegas. Para sustentar sus interpretaciones, se fue a Turín, donde pusieron a su disposición una gran cantidad de documentos para producir un corpus de textos descrifrados y traducidos. Después, en 1828, se embarcaría en un nuevo viaje de dieciséis meses por el país del Nilo, en el que recabaría información tan importante como la existencia de Hatshepsut. Al regresar a Francia, su salud empeoró drásticamente, mueriendo en París en 1832, a los 41 años.

Exposiciones

Aunque el centenario del hallazgo de la tumba de Tutankamón vaya a eclipsar la efeméride del descifrado de la Piedra Rosetta, los dos países involucrados en el siglo XIX en su estudio han organizado sendas exposiciones para dar a concer este hito histórico. El Museo Británico, que expone la pieza desde 1802 y esquiva todas las peticiones actuales de devolución, ha organizado la muestra inmersiva Jeroglíficos: descubriendo el Antiguo Egipto, que se inaugurará el próximo 13 de octubre y expondrá 240 obras; y el Museo del Louvre abrirá este miércoles en su centro de Lens otro montaje con más de 350 piezas para indagar en el trabajo y el legado de Champollion.