Cuando el por entonces primer ministro de Japón, Shinzo Abe, apareció sobre el estadio de Maracaná en el acto de clausura de los Juegos Olímpicos de Brasil, lo hizo ataviado con una gorra roja claramente visible. Todo el mundo reconoció al personaje. Mario era el mejor embajador que el país podía brindar al mundo para realizar la invitación para la siguiente cita olímpica.

Con todas sus ramificaciones (Super Mario, Mario Kart, Mario Party, etc), es la franquicia de videojuegos más vendida de todos los tiempos, superando los 800 millones de copias, muy por encima de titanes como Minecraft, Call of Duty o incluso Pokémon. Pero más allá de su poderío comercial, Mario es un icono absolutamente reconocible que trasciende su impronta en el medio.

Y hasta ahora, lo ha hecho con una presencia bastante tenue en otras expresiones culturales, probablemente por el fracaso estrepitoso de Super Mario Bros. (1993), la película de acción real protagonizada por Bob Hoskins y producida por Roland Joffé, que convirtió a Nintendo en un guardián de sus propiedades intelectuales extremadamente celoso. Temerosos de diluir el enorme valor de sus icónicos personajes, los japoneses se han mantenido impertérritos ante cualquier propuesta de trasvase transmediático. Hasta ahora.

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Mario y Luigi son dos hermanos italoamericanos que tratan de lanzar su incipiente empresa de fontanería apostándolo todo a un vistoso anuncio de televisión. Su padre carga sobre Mario la responsabilidad de haber dejado un trabajo seguro en la construcción y de haber arrastrado en su temeridad a su hermano menor.

Cuando el estallido de una tubería causa una inundación que amenaza al barrio, Mario ve la oportunidad de demostrar a todos su solvencia. Sin embargo, durante la reparación en el subsuelo, los dos hermanos se ven arrastrados a otra dimensión con destinos dispares. Mientras Mario aterriza en el Reino Champiñón, Luigi cae en los dominios de Bowser, el rey de los koopas, inmerso en una campaña de conquista. Dispuesto a todo por salvarle, Mario se alía con la princesa Peach en su búsqueda de un ejército capaz de hacer frente al invasor.

Los juegos principales de Mario nunca se han significado por establecer complejos escenarios narrativos. Todos los títulos de los ochenta eran mínimas variaciones del tropo de la damisela en apuros, un esquema que funcionaba bien por aquel entonces pero que hoy en día es absolutamente impracticable. Con el sugerente intercambio de roles con Luigi, Nintendo e Illumination han esquivado el que podría haber sido un contratiempo del que la película no habría conseguido recuperarse. A partir de ahí, todo va sobre ruedas.

Matthew Fogel, guionista de la película, ha contado con mucho margen de maniobra en la caracterización de personajes y lo ha aprovechado para presentar un reparto colorido con motivaciones sencillas pero claras. Con unos magros 92 minutos de duración, la cinta se mueve con un ritmo brioso donde la música juega un papel preponderante, ya sea con las masivas orquestaciones de los inmortales temas originales de Koji Kondo o con las puntualizaciones de grandes clásicos de los

ochenta que juegan con la nostalgia del público más adulto.

Hay algunos momentos para la introspección, pero en líneas generales el estudio de animación ha apostado por una concatenación de secuencias de gran complejidad que van aumentando su espectacularidad de manera paulatina y entre las que destacan, por méritos propios, la alocada persecución por el arcoíris y la épica batalla final, con un giro sorprendente que eleva la tensión al máximo y donde la película desvela todas sus cartas. Es un desenlace apoteósico que explota al máximo el lenguaje y las posibilidades de la animación.

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Y es que la decisión de realizar la película así, en vez de con imagen real, se ha demostrado un acierto total. Visualmente es un delirio, un sueño febril de luz y color fundamentado en cuatro décadas de ideas geniales. La traslación de las mecánicas que componen el núcleo lúdico de los juegos ha sido muy inspirada, con unos poderes (o power-ups) que rescriben sobre la marcha las leyes de este mundo y cambian la propia cinética de los personajes.

A diferencia de otras adaptaciones que tratan de esconder sus orígenes, Super Mario Bros. La Película abraza con tesón sus raíces lúdicas y no pierde el tiempo tratando de explicar por qué hay plataformas suspendidas en el aire o cómo funcionan las tuberías. En un universo con unas reglas que únicamente parecen responder al concepto de diversión, la cinta es capaz de mantener un cierto nivel de coherencia que va más allá de los meros guiños.

Un momento del filme

Desde luego, con tanto material a sus espaldas, los huevos de pascua son innumerables, detalles que los más avezados sin duda apreciarán pero que no resultan vitales para el desarrollo de una trama que, como ya he mencionado, ni hace experimentos ni lo requiere.

Nintendo ha encontrado en Illumination al mejor colaborador posible. Cuesta imaginar una versión de este proyecto mejor de lo que han terminado presentando. Mario es su franquicia más famosa y el símbolo de la propia empresa. Después de la película del 93, no se podían permitir otro tropiezo. Y no lo han hecho.

Esto tiene visos de ser el inicio de una gran franquicia que podría animar a Nintendo a explorar otros trasvases de sus propiedades como, por ejemplo, The Legend of Zelda, con un tono completamente diferente y que podría funcionar tanto con una animación tradicional (hay varios estudios japoneses que lo podrían hacer muy bien, una vez que Studio Ghibli ya no es una posibilidad realista) como con acción real.

Lo más difícil ya lo han hecho. Ahora tiene que responder la taquilla. Todo parece indicar que lo va a hacer, pero es necesario un verdadero puñetazo en la mesa que deje claro el cambio de paradigma. 2023 es un auténtico parteaguas para las adaptaciones de videojuegos que demuestra el valor añadido que aporta que los propios creadores compartan el timón con colaboradores de renombre y solvencia acreditada.