Todo empezó en las elecciones europeas de mayo de 2014. Un partido populista al que casi nadie prestaba importancia, que repudiaba el euro y cuyos líderes eran jaleados en circuitos marginales, apareció con una fuerza sorprendente en las urnas. Nadie se lo esperaba. Los socialdemócratas se pusieron nerviosos, pero el que cometió más errores a la hora de interpretar el fenómeno fue el jefe de un gobierno conservador.

De esos polvos vienen estos lodos. El partido era el UKIP, que obtuvo la primera mayoría con casi un 30% de los votos. El jefe de Gobierno era Cameron, que vio que los tories se desangraban por su derecha euroescéptica y se imaginó un escenario de pesadilla: perdería las elecciones de 2015 a manos de los laboristas y de los nacionalistas escoceses. Como una forma de taponar la herida ofreció realizar en 2016 un referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea.

David Cameron, primer ministro del Reino Unido de Gran Bretaña.

David Cameron, primer ministro del Reino Unido de Gran Bretaña. Facundo Arrizabalaga/Pool Reuters

La sorpresa se produjo en mayo de 2015 cuando, desafiando todos los pronósticos, Cameron obtuvo la mayoría absoluta en las elecciones generales. Su victoria fue tan resonante que hasta privó del escaño al líder del UKIP, Nigel Farage, que se vio obligado a presentar su renuncia, aunque la dirección de su partido no la aceptó. De haber sabido en mayo de 2014 lo que iba a pasar un año después, Cameron nunca hubiese puesto a subasta la permanencia de su país en la UE. De pronto descubrió que había estado boxeando con unas sombras en la pared.

Grandes multinacionales británicas manejan informes que dicen que el Brexit no tendrá impacto en sus cuentas

Pero el primer ministro ya había metido la pata. Al error de jugar a la democracia extrema, convocando referendos a diestra y siniestra, se ha unido la absurda campaña del miedo patrocinada por su Gobierno en los últimos meses. Al final, la crisis interna de un partido se ha transformado en una crisis nacional y, sobre todo, en una gran crisis de confianza en la democracia representativa. Cada vez que Cameron u Osborne anuncian que el sol no volverá a salir para los pensionistas británicos, estos se preguntan: ¿Y si el Brexit es tan rematadamente malo, por qué el gobierno me lo pregunta a mi?

El impacto del Brexit es relativo. El informe más serio, el del Tesoro británico, sostiene en su escenario central que el PIB británico podría reducirse un 6,2% en 15 años y estima que eso supondría 5.400 euros menos para cada familia. Sin embargo, hay grandes multinacionales británicas que manejan informes internos donde el impacto es nulo, mientras otras creen que la desaparición de las trabas europeas hasta puede resultar estimulante para su economía. El mayor riesgo es el del tipo de cambio, pero éste ya existía porque el Reino Unido no está en el euro.

Que las pérdidas bursátiles se concentren en el continente es un síntoma de dónde creen los inversores que se van a producir los problemas si el Reino Unido abandona la Unión. El proyecto europeo carece de un horizonte desde hace años. Los pilotos de este gran aeroplano intentaron despegar sin la velocidad adecuada a comienzos de este siglo y el avión entró en pérdida con la famosa Constitución europea. Después vino la crisis del euro, con todas sus lecciones no aprendidas.Y lo más probable es que una reacción en caliente, como la que propicia el ministro García-Margallo, acabe siendo pura escenificación o un error que acabe fortaleciendo a los enemigos de Europa.

Lo más parecido a la globalización en el siglo XIX fue el Reino Unido. Así que tienen más experiencia que los demás

Hace pocas semanas, José María Aznar advertía de lo engañoso que es avanzar a ciegas en una mayor integración fiscal europea, una solución que se repite como un mantra en todos los países del euro cada vez que se pregunta hacia dónde irá Europa. El riesgo de buscar soluciones rápidas, con demostraciones de lealtad inquebrantables a un proyecto europeo que ha mutado, es enorme.

Lo más parecido a la globalización, en el siglo XIX, ha sido el Reino Unido, así que tienen más experiencia en esto que los demás. Por cada ciudadano que residía en las Islas Británicas, había otros 63 repartidos en sus dominios. Al mismo tiempo, fue de los primeros países que descubrió el efecto red y que se podía ganar dinero creando valor en los vínculos (¿qué otra cosa es el comercio?) y no sólo en los bienes físicos (de ahí el desarrollo de la bolsa y las finanzas). Esto marca una diferencia importante con la visión continental. Para las naciones continentales pertenecer a la Unión Europea supone, en cierta forma, ser dueño de una cuota de poder, como si fuera un trozo de tierra, definir un espacio (Schengen, por ejemplo) en el que las cosas adquieren un valor. Para los británicos la pertenencia a la UE es una mera relación, una capacidad de influir, de cambiar las cosas, una realidad relacional, no física. Eso significa que, aunque voten por irse, al día siguiente volverán a negociar una nueva forma de influir.