Nueva York (enviado especial)

El partido cambia radicalmente con una decisión que vale el pase a la final del Abierto de los Estados Unidos. Rafael Nadal se encuentra en un callejón sin salida durante el cruce contra Juan Martín Del Potro, que le está ganando sin sufrir por el costado del revés, donde el balear ha puesto la diana para aprovecharse de las debilidades que tiene su contrario por ese lado. El plan, sin embargo, no funciona y el campeón de 15 grandes lo arregla con valentía y puntería: rectificando sobre la marcha con determinación, una de sus especialidades, el número uno abandona la idea de centrarse solo en el revés y moviendo de lado a lado a su rival le remonta bailándole en la cara (4-6, 6-0, 6-3 y 6-2) para citarse el próximo domingo en la final (23 de Grand Slam, la cuarta en Nueva York) con Kevin Anderson, vencedor 4-6, 7-5, 6-3 y 6-4 de Pablo Carreño. El título está muy cerca. 

“Me estaba equivocando en el comienzo jugándole demasiado a su revés”, reconoce luego Nadal, que si gana el trofeo sumará 16 grandes y quedará a tres de los 19 de Roger Federer, récord absoluto. “Ha sido un cambio anunciado. Lo tenía que hacer sí o sí, o no iba a ganar el partido. Del Potro me estaba esperando allí para matarme y había que cambiar algo”, prosigue el número uno, que pasa de conectar nueve ganadores en la primera manga a 25 entre la segunda y la tercera. “A veces lo intentas y no sale, pero hoy sí ha salido. Tenía claro lo que debía hacer y cuando he hecho el cambio táctico el nivel tenístico ha estado ahí, y ha sido muy alto”, cierra el finalista.

“A partir del segundo set, Rafa ha jugado de manera muy inteligente: moviendo al rival, desgastándole, cambiando las alturas…”, celebra en la puerta del vestuario Carlos Moyà, uno de los entrenadores de Nadal. “De entrada estaba un poco tenso y la pelota no le corría tanto, pero luego ha sido imposible para Del Potro porque no podía aguantarle el ritmo”, añade el ex número uno del mundo. “Es el mejor Rafa de todo el torneo, pero la ocasión también lo exigía, sobre todo después de perder el primer set”.

“Le tenía que jugar al revés, pero no podía cambiar de dirección si no metía buenos golpes”, le sigue Toni Nadal, tío y técnico del tenista. “Por eso repetía al revés, porque no se atrevía a cambiar de direcciones”, continúa. “Era difícil llevar la iniciativa, pero luego ha sido más agresivo y ha conseguido golpear la derecha con más decisión. Ha terminado jugando muy bien, con pocos fallos y buenas decisiones”.

El cielo está despejado y la temperatura es agradable para una noche de verano (20 grados), pero los truenos que salen de las raquetas de los oponentes hacen disfrutar de lo lindo a la gente, que primero se posiciona a favor del argentino (“¡oe, oe, oe, oe! ¡Delpo! ¡Delpo!”, canturrean) y después ayudan a levantarse a Nadal (“¡vamos matador!”) cuando todo se iguala. El partido, está bien claro desde antes de empezar, es una final camuflada en la ronda previa porque el ganador debería ser el que levante la copa de campeón el próximo domingo. Con esa enorme tensión, expuestos a la oportunidad de sumar un Grand Slam, los rivales se tantean sin reservas y pronto empieza la batalla. 

Del Potro, golpeando una derecha ante Nadal. Robert Deutsch Reuters

La estrategia manoseada del favorito y el cansancio tarda 10 minutos en destaparse. Del Potro, que se pasa los días previos al encuentro despejando balones fuera mediante esos dos argumentos (que Nadal es candidato indiscutible al título y que su estado físico no es el mejor para enfrentarse al mallorquín con garantías), encadena varios estacazos que cortan el aire en el tercer juego del partido, le arrebata el saque al español (3-1) y evapora cualquier duda sobre si está listo para llegar a la final cuando gana la primera manga a palo limpio. 

Si hubiese que jugarse la vida en un tiro, la mayoría elegiría el drive de Del Potro. La dinamita que el argentino produce con su derecha es tan potente que a ratos le dobla la mano a Nadal, indefenso como el preso que mira al rifle en un fusilamiento. El número uno no tiene soluciones y tampoco las prueba porque está empeñado en seguir a rajatabla el planteamiento que ha fabricado junto a sus entrenadores antes de salir a jugar, y que poco a poco se va volviéndose en su contra. 

Como es lógico, Nadal quiere que el revés de Del Poto no deje de sangrar en toda la noche. El 85% de los tiros del mallorquín buscan el golpe a dos manos del argentino, jugada que se repite durante la mayor parte de la primera manga. Dentro del acoso y derribo contra el lado más débil de su rival, el balear va cambiando las alturas y los ángulos, pero choca con el mismo problema. La derecha de Nadal no le hace daño al revés de Del Potro, que le espera plantado en en ese lado, que se atreve a apretar y que encuentra en el cruzado un motivo para respirar. Se puede decir más alto, pero no más claro: por ahí esta vez no me vas a ganar. 

El sentido táctico acude al rescate del español tras perder el primer set y el arrojo de dar el paso adecuado le salva del abismo. El mallorquín necesita mudar la piel de su plan o va perder la semifinal. Lo que sucede entonces no es un ningún milagro, es Nadal renunciando a su intención de destruir a Del Potro por el revés para atreverse a jugar a todos los rincones de la pista y hacer que el gigante se mueva. De repente, el balear ha pasado de tener una sola vía de entrada al cruce a contar con un abanico enorme de posibilidades y esa es una grandísima noticia.

El parcial de 9-0 que el número uno le propina a Del Potro (de 4-6 a 4-6, 6-0 y 3-0), con el que se acaba la semifinal, lleva la firma del mejor Nadal en muchos años (45 ganadores por 20 errores no forzados), a distancia del que festejó el histórico triple 10 (llegó a esa cifra de títulos esta temporada en Montecarlo, Barcelona y Roland Garros) y acercándose al tenista que en 2013 reinó en por última vez Nueva York. Ahora, a una sola victoria de volver a hacerlo, Nadal lo tiene todo para ganar de nuevo la copa. 

Anderson, celebrando un punto ante Carreño. Mike Segar Reuters

Antes, Carreño ve pasar la oportunidad de clasificarse para la final escoltada por las dentelladas de Anderson. El sudafricano, al que no le afecta ni un poquito perder el primer set del partido, se clasifica para pelear por su primer título grande de zambonazo en zambombazo (22 aces) y sin sentir el pánico que se apodera de su oponente en el corazón del duelo.

Anderson comienza el partido apretando el puño tras ganar el primer punto del encuentro con un saque directo. El gesto no es casualidad porque el cruce también se juega en la cabeza de los oponentes, conscientes de que la oportunidad es mayúscula. A pesar de eso, Carreño sale del vestuario para enfrentarse al día más importante de su vida con una sonrisa en la cara. El español va endureciendo el gesto poco a poco, suelta algún grito de rabia y termina dejando que sus músculos se agarroten por la tensión de todo lo que hay en juego. En consecuencia, compite bajó presión y ahí está la clave de todo, aunque de arranque sea un pulso ilusionante para el joven aspirante.

En los primeros minutos queda claro que Anderson está impaciente y un poco acelerado. El sudafricano no quiere ir al cuerpo a cuerpo porque con la bola en juego sufre, y si ya tiene que moverse de lado a lado acaba con los pulmones pidiéndole que baje una marcha, incapaces de aguantar en el arranque el ritmo que imprime Carreño en cada peloteo. Por eso, el gigante (2,03m y 93kg) quiere tres cosas: que todo pase por su raqueta (lo consigue), que sea muy rápido (también) y que la idea le salga bien (falla en el comienzo, pero lo borda después) para celebrar la victoria. 

Al principio, el éxito de Carreño nace de una idea tan sencilla como arriesgada. El español deja que Anderson haga lo que quiere y aprovecha las consecuencias que eso tiene. Poniendo solo solidez, una base que pocas veces suele venirse abajo, el número 19 no construye golpes ganadores (dos), pero tampoco errores (uno) y tiene la primera manga en la mano porque Anderson se deja sus oportunidades intentando ir de línea en línea (ocho ganadores por 14 errores) y fracasa en ese todo o nada.

Carreño, tras resbalarse en el partido ante Anderson. Anthony Gruppuso Reuters

Anderson, en cualquier caso, no saca bandera blanca y sigue ahí, echándole el aliento a su rival en el cogote. La fortaleza mental de Carreño, hasta entonces indestructible, se marcha con dos dobles faltas cruciales. La primera, sacando por el tie-break de la segunda manga, le deja vía libre al sudafricano para empatar la semifinal. La segunda, buscando el 2-2 en la tercera, permite que Anderson (3-1) se suelte y se convierta en un tenista imparable que acierta todo lo que pega, y lo que pega es prácticamente todas las bolas que le pasan por su lado.

El número 32 del mundo juega con autoridad y se enfrenta a los momentos complicados de la semifinal demostrando un coco durísimo. De la cabeza de Anderson nace el impulso que le permite jugar con esa agresividad destructiva (58 ganadores). Tan alto es su nivel de confianza, tan grande la fe en sí mismo, que el sudafricano se marcha haciendo lo que de entrada no puede: ya no solo le gana los puntos a su rival cosiéndole a guantazos, también es capaz de hacerlo masticando los intercambios sin acabar fallando. Imposible ganarle así, claro. 

Así, la histórica final española del último grande del año que muchos esperaban frotándose las manos ya ha pasado a ser un sueño lejano, aunque Nadal está en el camino para que eso caiga en el olvido: el mallorquín es tremendamente favorito para ganarle el título a Anderson el domingo.

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