Ni una sonrisa. Ni un gesto de alegría. Ni un atisbo de felicidad. 15 meses después de ser sancionada por dopaje, el mismo día que terminaba su castigo por haber tomado una sustancia prohibida (meldonium) durante las primeras semanas de 2015, Maria Sharapova entró a la pista central del torneo de Stuttgart para regresar a la competición contra la italiana Vinci (7-5 y 6-3 en 1h43m) con la cara seria, envuelta en una concentración que dejó de piedra al mundo entero, como no podía ser de otra forma pendiente de su vuelta. La victoria de la rusa, de menos a más durante el cruce, inauguró su segunda vida y dejó las cosas claras, por si había dudas: a los 30 años, Sharapova todavía tiene algunas cuantas cosas que decir.

“Los primeros segundos antes de entrar en la pista han sido espectaculares”, reconoció la campeona de cinco grandes, citada con Ekaterina Makarova en la siguiente ronda. “He estado esperando este momento durante mucho tiempo”, continuó la rusa, que en menos de dos horas pasó de no tener ranking a ser la 510 del mundo, consecuencia de los 55 puntos que sumó con el triunfo frente a Vinci. “He estado entrenando bastante fuerte desde enero, pero han sido fases diferentes. Pasé mucho tiempo en el gimnasio y luego seguí en la pista, antes de comenzar a jugar partidos las últimas semanas”, detalló Sharapova. “Es un proceso largo y la transición debería ser suave. Hoy estaba un poco oxidada. He cometido algunos errores, pero en general lo he superado y eso es lo positivo”.

A falta de su mejor tenis, que debería llegar con el paso de los partidos, Sharapova compitió siendo fiel a su ADN. Así, y desde que perdió el saque en el arranque del encuentro (0-2), la rusa llevó los peloteos al terreno de la garra, que es algo que perderá el día que se muera porque competidoras como ella ha habido muy pocas en la historia. De grito en grito, apretando el puño en puntos que no tenían mayor importancia, Sharapova se reenganchó a la pelea. Recuperó el break (2-2) y desde entonces fue en línea ascendente: con una solvencia sorprendente para una jugadora fuera de ritmo (casi 500 días sin disputar un encuentro), la rusa se hizo con el partido y dejó descompuesta a Vinci, incapaz de reaccionar ante el poderío de su oponente en un partido complicado de gestionar desde el punto de vista emocional.

Sharapova, durante su partido contra Vinci en Stuttgart. Ronald Wittek Efe

“Sentí que tenía que crecer como persona, me distancié un poco de la raqueta y pasé mucho tiempo sin golpear una bola”, aseguró la rusa. “Por eso, es importante jugar puntos, juegos, sets…. es un viaje que oficialmente ha comenzado hoy”, siguió Sharapova, que tras Stuttgart jugará en Madrid y Roma, donde también ha recibido una invitación para el cuadro final. “Los directores de esos torneos me han ofrecido una invitación, pero no es una invitación para ganar el título. Todavía tengo que jugar esos partidos y por supuesto ganarlos”, cerró la ex número uno mundial, todavía pendiente de las decisiones que tomen Roland Garros y Wimbledon, donde ahora mismo se libran guerras internas entre los partidarios y detractores de facilitar su reinserción al circuito con el premio que supone una invitación.

Antes, Sharapova tiene mucho por hacer. Por ejemplo, seguir sumando victorias y soñar con un trofeo que acabaría bien pronto con el problema: si gana Stuttgart, si consigue desbaratar todo el entramado del sentido común, la rusa pegaría un buen salto en la clasificación y se aseguraría olvidarse de los favores. Aunque no ocurra en el torneo alemán, lo normal es que lo acabe consiguiendo más pronto que tarde.

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