Antes de empezar, mientras sonaba el himno, Messi comparecía serio ante las cámaras. No había alegría, ni un atisbo de niñez, nada. Cabeza baja, quizás concentración y nerviosismo. Puede que tensión. O preocupación. O vaya usted a saber qué. Su cara, en cualquier caso, no era la del chico que disfruta en el Barça, la del ciclón que repele rivales entre regates y disparos teledirigidos. Su rostro era otro. Y eso, después, se notó sobre el césped. Ningún tiro en 90 minutos, apenas una ocasión sin encontrar el refugio de los palos, planicie, ausencia de chispa y decepción. Él podía remar, pero no encontraba acompañantes. Ni siquiera un carro del que tirar hacia delante. ¿Adiós a la selección? ¿Hasta siempre a sustituir en el trono de Dios a Maradona?

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Messi, huérfano de ángel, se encontró solo. Qué hacer, por dónde ir… Muchas preguntas. Poco juego. Y él, mientras, pensando en lo que podía llegar desde su país. Sabe cómo se las gastan sus paisanos. Y el tiempo pasaba sobre el campo sin que pudiese tirar ni crear peligro. Y, de pronto, el error de Willy Caballero. El portero argentino intenta picarla y Rebic remata. Cae el primero. Y Modric tira desde fuera del área para colocarla en la escuadra. Y cae el segundo. Y Rakitic contempla la puerta, la empuja… y cae el tercero. Decepción, debacle y abismo.



Este partido, obviamente, no será el final de Messi. No, no lo será, pero puede que lo sea en el próximo partido contra Nigeria. Entonces, le tocará decidir. ¿Dirá adiós como tras la Copa América; tras fallar aquel penalti? He ahí la cuestión. Tras varios varapalos, el astro del Barcelona tendrá que recapacitar sobre su futuro, sobre si él tiene parte de la culpa de que su selección no dé la talla en las grandes citas –o, por decirlo de algún modo, no las gane, pues fue finalista en Brasil–.

Messi. Reuters



Porque sí, él fue el que no quiso a Dybala –y, posiblemente, el que motivó su suplencia–, el que pidió que Mascherano siguiera en la selección, el que pide esquemas y coloca y destituye entrenadores. Él, indirectamente, ha influido en el devenir y la preparación de esta selección de cara a este Mundial. Y él, sí, él se siente responsable. Ya lo dijo tras fallar el penalti contra Islandia. Entonces, pidió perdón. ¿Lo peor? La redención no llegó frente a Croacia (0-3).



Ahora, capitulado el partido –y mientras espera el siguiente–, tendrá que aceptar las criticas y aguantar las comparaciones. La más dolorosa, esa en la que Cristiano Ronaldo aparece por detrás, como su sombra, arrebatándole las últimas Champions, los goles en este Mundial –el portugués lleva cuatro– y el próximo Balón de Oro. Eso difícilmente lo soportará. El único consuelo podría ser una clasificación de Argentina en la última jornada. Pero, después de tal varapalo, parece complicado. Seguramente sea imposible. Con el abismo tan cerca, quién se atreve a salir. Quizás, lo único que quede será su adiós a Argentina.



Pero no sólo a la selección, también a la leyenda. Messi lo tiene todo. Ha ganado Ligas, Copas y Champions League; ha sumado tripletes y sextetes. Tiene Balones de Oro y un sinfín de premios individuales. Pero, eso sí, le falta un Mundial. Maradona, el Dios que sigue alumbrando los sueños de los argentinos, lo sepultará en los libros de historia. Se quedará ahí, en un limbo, en lo que pudo ser y nunca fue. Y esa es su pena y su frustración. ¡Vaya palo!

Leo Messi, decepcionado tras caer contra Croacia. Reuters

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