A medida que pasan las horas, quedan menos dudas de que Zaza, con ese penalti a medio camino entre la danza de la lluvia y el asalto apache, hizo precisamente lo que que quería hacer. Después de tenerlo más de dos horas en el banquillo durante el Alemania-Italia, el seleccionador italiano lo metió en el campo después del minuto 119. Conte usó los últimos segundos de juego para colocarlo sobre la hierba, y al hacerlo lo señaló como predestinado, un tipo con una única misión: estaba allí para tirar un penalti.

Para entender lo que sucedió después, hay que recordar lo que había sucedido antes. El secreto de la gloria de esta Eurocopa se encuentra en la jibarización. Las ondas emocionales más intensas las había provocado hasta entonces Islandia, un equipo que parecía directamente escupido por un volcán alrededor del que vive menos gente que en Alicante. También Bale, trasplantado desde el jardín de la undécima a macetilla de la selección de Gales, un equipo para el que cada avance en el cuadro desprende el aroma de la emoción de los pioneros.

Este empequeñecerse para acceder a la gloria recuerda la escena final de Indiana Jones y la última cruzada. Con su padre agonizante, el arqueólogo se adentra en una gruta en busca del santo Grial, que podría salvarle. Como es lógico, el lugar está repleto de trampas y las instrucciones con las que cuenta son muy vagas. "Sólo el penitente pasará", se va repitiendo mientras entra. "Sólo el penitente pasará. El hombre penitente se postra ante Dios. El penitente se arrodilla ante Dios. ¡De rodillas!". Lo hace y al instante le pasa por encima una enorme cuchilla que le habría rebanado el cuello. Le salva esa repentina humildad.

Incluso puede pensarse que Cristiano sigue adelante a base de dejar escapar goles sencillos. Con todo esto, el penalti de Zaza ya se ve más como un sortilegio que como la estupidez que pareció esa noche. Mwepu Ilunga fue víctima de una confusión similar en el Mundial del 74. Formaba en la barrera de Zaire cuando Rivelino estaba a punto de tirarles una falta. Al pitar el árbitro, echó a correr y pateó la pelota. Años después explicó que lo había hecho a propósito. Acababa de enterarse de que Mobutu, el dictador zaireño, había decidido no pagarles las primas prometidas. La maniobra fracasó: el árbitro sólo le sacó amarilla.

A Zaza tampoco le funcionó el baile y unos minutos después, ya con Italia eliminada, Barzagli lloraba en un pasillo: "Nadie se acordará de todo lo que ha hecho esta selección". Quizá no se recuerde todo, pero lo de Zaza quedará. Y, como lo de Mwepu Ilunga, quizá hasta se entienda.