Madrid

A veces, la felicidad se basa en esos pequeños placeres que tanto sentido pueden dar a nuestra vida: ver una buena película, leer un libro apasionante, degustar una comida exquisita, disfrutar de un paseo en plena naturaleza… En el baloncesto, hay pocas cosas comparables a realizar un mate o, en el caso que nos ocupa, encestar un triple. Ese 'chof' que suelta la red cuando la pelota entra limpia, ese sumar de tres en tres que puede dinamitar un partido, ese tiempo detenido en el preciso instante del lanzamiento… Reencontrarse con el acierto desde el 6,75 le dio medio partido al Real Madrid ante Unicaja este jueves. Desde luego, se necesitaba recuperar la sonrisa tras cuatro derrotas en los cinco partidos previos [Narración y estadísticas: 89-57].

El encuentro ya quedó completamente roto en la primera parte. Al conjunto malagueño le pesó en demasía su pobre inicio en el tiro: un 4/16 matador. Que Salin no se encontrase en el perímetro ya fue una mala señal. Por mucho que Brooks arrancase enchufado, los visitantes se fueron hundiendo poco a poco: el Madrid tenía un día mejor en el perímetro. Si el 'bingo' no lo cantaba Maciulis, lo hacía Rudy. Y, si no, Causeur. O Thompkins. Ni siquiera hacía falta que Doncic se echase el equipo a las espaldas en los primeros compases. Se reservó para la segunda parte. Porque Luka, ya que se acerca la Navidad y como el buen turrón, siempre vuelve. Y más recién recogido su MVP europeo de octubre.

El esloveno también sabe detener el tiempo. En su caso, con alguna que otra penetración en la que, por unos segundos, parece congelado en el aire. Dicen que es uno de los aspectos en los que más se puede asemejar a, palabras mayores, Drazen Petrovic. Eso sí, el '5' que llevaba el croata ahora le pertenece a un tal Fernández. Que su apellido aparezca resaltado aquí no debe sorprender: parece que quien no hace mucho era una de las estrellas de este Madrid de Laso vuelve a ser capaz de generar buenas noticias.

Sí, Rudy está empezando a sentirse cómodo en su papel de secundario. Y es precisamente comodidad lo que va ganando, partido a partido, Walter Tavares. Poco a poco, el juego interior blanco empieza a notar su presencia. Todavía no tiene el mismo empaque que el resto de altos (lógico, hay que darle tiempo), pero ya deja destellos interesantes. Tampoco hizo falta que los postes se luciesen en demasía: Shermadini y Musli ya deslucieron lo suyo en el bando contrario.

Hablamos al inicio de ese placer baloncestístico que uno siente al colgarse del aro. Taylor y Maciulis lo vivieron en sus propias carnes. 48 horas después, el equipo dominador era el Madrid, y no al contrario. La imagen de Unicaja fue muy pobre, sin ninguna capacidad de reacción cuando los locales empezaron a intentar ponerle el candado al marcador. Sólo Alberto Díaz, en el segundo cuarto, intentó que el duelo no quedase finiquitado antes de tiempo: fracasó. Atacar la defensa madridista era chocar una y otra vez contra una fortaleza inexpugnable.

Fue una victoria de esas que parece que se logran sin sudar… aunque ni mucho menos. A ver si ahora va a ser lo más fácil del mundo dejar a tu adversario en tan sólo 38 puntos totales al inicio del último cuarto. No obstante, el Madrid no pudo desprenderse de esa sensación de ganar como si nada. Como decía aquel, a veces es fácil perderse cómo se ha gestado uno de sus triunfos si se malgasta el tiempo parpadeando. Pasa algo parecido con los números de Doncic: para cuando uno se quiere dar cuenta, ya son descomunales. Carroll, al que parece que se le da bien Unicaja, cerró la barraca. ¿Las derrotas anteriores? Olvidadas de un plumazo. Esto es muy largo.

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