Tenía razón Simeone al final de la primavera pasada. Como siempre. La Liga estaba "peligrosamente preparada para el Real Madrid". En concreto, preparada para la destrucción del Real Madrid. Tan preparada, que a ratos parecía más bien una desarticulación. Ya en noviembre fue necesario rescatar a Benzema del calabozo. Y 2016 comenzó con James volando por la M-40 perseguido por una patrulla de policía camuflada. Para entonces, ya había sucedido lo de la Copa en Cádiz. En lugar de señalar y despedir a algún culpable, Florentino Pérez se puso a despachar comparecencias semanales que recordaron a aquella fase de Cospedal del despido simulado y la indemnización en diferido de Bárcenas. Todo estaba preparado. Peligrosamente.

Tanto, que el Madrid se lanzó a pelear los restos del curso de una forma casi contracultural. Era insólito que algo así sucediera sin Mourinho. Es más, con Zidane al mando y Mourinho en el paro. Pero sí: el Madrid se plantó en el gran homenaje al recién fallecido Johan Cruyff en el Camp Nou, y se llevó el partido renunciando de entrada al balón y con diez. Eran la resistencia. El Barcelona, que llevaba semanas con la Liga ganada con toda la lógica, dudó. Los 12 puntos de ventaja se fueron derritiendo al sol de la nueva versión del cuento, que en algunos momentos pareció inevitable. Salvo para Luis Suárez.

El Barcelona celebra la Liga en el espacio abierto por la seguridad en Los Cármenes. Pepe Marín Reuters

Su voracidad no entendió de eso, del mismo modo que no comprendió aquel penalti-asistencia a lo Cruyff que Messi había pactado con Neymar: Suárez vio la pelota suelta en el área, se abalanzó a por ella y casi atropella al brasileño antes de marcar. Esa misma voracidad fue lo que hizo rendirse el domingo a Cristiano. Pidió el cambio en el descanso al ver que no alcanzaría el Pichichi, porque el uruguayo nunca tiene suficiente. Así ganó el Barcelona por segunda vez la misma Liga que había tenido en el bolso en marzo.

Aunque en esta ocasión lo haya hecho con la alegría como cercada, un poco resistencia también. Cuando terminó el último partido, una invasión de campo en Granada los obligó a huir al vestuario, a una celebración semi clandestina; hasta que la seguridad acordonó un pequeño espacio en la hierba para que pudieran tomarse la foto de recuerdo. A esa misma hora su estadio lo tenía tomado Bruce Springsteen con un concierto. Y a los que se juntaron en Canaletas, les llovió encima. Una alegría muy justa cercada por todas partes, pero sobre todo por la final de Milán. El curso del Real Madrid no acaba hasta el 28 de mayo, y allí también estará Simeone.