La División Azul.

La División Azul.

Historia SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Teodoro Palacios, el capitán de la División Azul que salvó a comunistas españoles en los gulags

Cautivo durante 11 años, convivió con españoles republicanos en los campos de concentración soviéticos, donde surgió una extraña alianza entre ambos bandos.

18 agosto, 2019 02:27

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La División Española de Voluntarios, conocida comúnmente como División Azul, fue una unidad de españoles que juraron luchar por Hitler en contra de la Unión Soviética. Entre 1941 y 1943 cerca de 50.000 soldados españoles dieron su vida en la frontera oriental junto al ejército alemán.

Una de las contiendas más cruentas en la que se vieron envueltos los divisionarios fue la batalla de Krasni Bor, a las puertas de Leningrado, la actual San Petesburgo. En aquel episodio bélico menos de 6.000 españoles se enfrentaron a 44.000 soviéticos en una ardua lucha en la que los inferiores españoles consiguieron acabar con casi 10.000 soldados enemigos. 

De esta manera, la División Azul consiguió evitar el avance soviético que intentaba liberar el sitio de Leningrado. No obstante, 300 divisionarios cayeron prisioneros en los diferentes gulags de la Unión Soviética. No era algo habitual, pues según escribe el licenciado en Historia Carlos Caballero Jurado en La División Azul: de 1941 a la actualidad, los españoles solían combatir "hasta la muerte antes que dejar cogerse vivos" —a diferencia de los voluntarios italianos, quienes carecían de "espíritu de lucha"—.

Entre todos aquellos voluntarios en manos de los comunistas destacaba un capitán cántabro que había combatido como alférez provisional en la Guerra Civil española. Su nombre era Teodoro Palacios Cueto y había sido apresado junto con un pequeño número de supervivientes tras quedarse sin munición después de nueve horas de combate.

El general Cochenhausen (de espaldas) toma juramento de fidelidad al general Muñoz Grandes sobre el sable desenvainado del militar germano.

El general Cochenhausen (de espaldas) toma juramento de fidelidad al general Muñoz Grandes sobre el sable desenvainado del militar germano. AFDA

Durante once años lo mantuvieron preso en los campos de concentración de Cheropoviets, Moscú, Suzdal, Oranque, Potma, Jarcof, Borovichi, Rewda, Chebacof y Vorochilogrado y no volvería a su patria hasta 1954, donde escribiría con la colaboración de Torcuato Luca de Tena el libro-reportaje Embajador en el infierno y narraría sus andaduras en la gélida Rusia. "¿Qué se puede esperar de un país que no tiene ni flores ni pájaros?", escribía. Su estancia en los gulags le supuso tener que lidiar con secuelas cardíacas y falleció finalmente de un infarto en 1980.

El "último caballero"

A lo largo de la década que pasó detenido en los campos comunistas compartió experiencias con presos de todos los países europeos. "Este capitán es respetado y querido por todos los prisioneros de cada país y también temido por los rusos debido a su firme actitud. Nosotros le hemos dado el sobrenombre de: el último caballero sin miedo y sin tacha", comentó el comandante austríaco Nicolás Conte Chorinsky una vez volvió a su hogar. A su vuelta, pidió al ministro de la Guerra español la repatriación de los 69 españoles que seguían sufriendo penurias en la Unión Soviética y con los que había convivido en uno de los gulags. 

Una de las escenas más curiosas que se dieron en los campos de concentración fue la convivencia entre españoles de ideologías diametralmente opuestas. Los primeros meses que los divisionarios azules permanecieron en el campo de Oranque vieron llegar extenuados y con síntomas de haber sufrido mucho a un grupo de nuevos presos, con la novedad de que venían acompañados por muchas mujeres con niños pequeños. Pero lo más insólito era que hablaban español.

"¡Viva España!", gritó el alférez José del Castillo, el cual fue respondido con un silencio incómodo: eran españoles republicanos. Eran exiliados de la Guerra Civil que tras la caída de Francia en la Segunda Guerra Mundial fueron trasladados a Berlín. Supieron aprovechar el asedio soviético a la capital alemana para huir y asaltar la abandonada embajada española, donde izaron la tricolor.

Debido a una confusión catastrófica, los rusos los detuvieron pensando que eran los embajadores de la España de Franco y no fueron capaces de cambiar de idea a los soldados comunistas. Fueron enviados a Moscú y, finalmente, aquella larga andadura que comenzó cruzando la frontera con Francia, terminó en Oranque.

Dejemos las diferencias políticas. Todos somos españoles. Y eso basta

"La historia de nuestros compatriotas corrió como reguero de pólvora por el campamento. Yo decidí violar la orden de incomunicación y ponerme en contacto con ellos", confesaba en su libro el capitán Palacios, a quien le dedicaron sus primeras palabras en español.

–¿Quiénes sois?

–Somos prisioneros de la División Azul...

Les cerraron la ventana en las narices. No obstante, tras varios intentos, un grupo de republicanos se les acercó. "Dejemos las diferencias políticas. Todos somos españoles. Y eso basta. Llevamos muchos años prisioneros y podemos seros útiles", comentó Palacios. Y es que aquellos que lucharon en la batalla de Krasni Bor conocían a la perfección las duras condiciones que padecían los prisioneros en la Unión Soviética.

"Hubo semanas en Cheropoviets que, sobre una población prisionera de dos mil almas, morían de treinta a cuarenta hombres de hambre diariamente. Y surgió el canibalismo. Es preciso anticipar que entre los españoles este caso no se dio jamás", destacaba Palacios Cueto. Quienes más sufrían el hambre en el infierno blanco eran los niños y mujeres de los españoles republicanos. De esta forma, los divisionarios azules renunciaron a parte de sus ínfimas raciones para que los niños y mujeres contaran con más alimentos.

Asimismo, el capitán Palacios advirtió a los compatriotas republicanos que no tenían que ceder a las órdenes de trabajo de los soviéticos, pues solo a los soldados prisioneros les podían exigir tales imposiciones: "Les informé que la obligatoriedad del trabajo era solo para los soldados prisioneros. Y que ellos debían negarse, alegando no ser prisioneros, sino internados. Redacté con ellos un escrito de protesta dirigido a Moscú y aconsejé a los hombres declararan la huelga de hambre mientras no recibieran respuesta". 

Alférez José del Castillo (izquierda), capitán Teodoro Palacios Cueto (centro) y Teniente Rosaleny Jiménez (derecha)

Alférez José del Castillo (izquierda), capitán Teodoro Palacios Cueto (centro) y Teniente Rosaleny Jiménez (derecha)

Fue así como, en palabras del capitán, los comunistas españoles se convirtieron "del día a la noche de enemigos en aliados". No pasaría mucho tiempo hasta que sus caminos se volvieran a separar —momentáneamente—. Los españoles republicanos fueron enviados a un campo filial a pocos kilómetros. "¡Qué será de nosotros sin su protección!", les decían los republicanos. Por suerte, el teniente Rosaleny conocía de primera mano aquel gulag. 

Por medio de un teniente rumano, envió una carta a sus antiguos compañeros de aquel campamento, sugiriéndoles la idea de que hicieran una colecta de azúcar, leche y pan para los niños y las mujeres. Sin embargo, los republicanos rechazaron generosamente la colecta como favor a aquellos divisionarios azules que tanto les habían ayudado. "Me demuestra que la compenetración entre los seres humanos se manifiesta a veces mucho mejor en los días adversos que en los prósperos", relató Palacios en Embajador en el infierno.

Retorno a España

Fue un día cualquiera de 1954, un año después de la muerte de Stalin. De pronto, se comunicó a los españoles que serían repatriados. Cruzaron en tren toda Rusia hasta llegar a Odesa. Allí vieron la bandera de la Cruz Roja, la cual generó los llantos silenciosos de los soldados. "A través de dos rusos que iban pronunciando nuestros nombres, fuimos pasando uno a uno y alcanzando la pasarela que unía la cárcel infinita con la nave de la libertad". 

Junto al buque, que marchaba hacia el sur desde el Mar Negro, se alejaba Rusia. El Semíramis, así se llamaba el barco en el que retornaron a España, se convirtió en la barca de Caronte al revés —en ese mismo barco compartían camarote con antiguos pilotos y marinos comunistas españoles—. Se detuvieron en Estambul, donde el embajador español, esta vez el de verdad, recibió a los 286 españoles con un abrazo. "Decían que no nos entendían, pues hablábamos muy bajo, como con miedo de oír nuestras voces, y que no movíamos los labios al hablar".

Cuando en algún pueblo, o ciudad hubo quien trató de recordar el pasado izquierdista de los españoles republicanos, los mismos divisionarios repatriados salieron en su defensa

Era inevitable que más de una década de cautiverio no hubiera influido en la gesticulación y la personalidad de los presos aunque los periodistas que les rodeaban no pararan de gritar "¡Vuelven como se fueron!". El 2 de abril arribó el Semíramis a Barcelona. Tras el recibimiento masivo en la ciudad condal, los antiguos prisioneros trataron de rehacer sus vidas. Tal y como explica Caballero Jurado en La División Azul: de 1941 a la actualidad en relación a los españoles comunistas, "cuando en algún pueblo, o ciudad hubo quien trató de recordar su pasado izquierdista, los mismos divisionarios repatriados salieron en su defensa". 

Los gulag significaron una etapa oscura en la historia contemporánea de España, donde convivieron españoles que diez años atrás combatían entre ellos. "Y quizá sea esto lo único positivo de aquella experiencia de los campos: que unió a españoles de los dos bandos que habían estado enfrentados desde la Guerra Civil, porque eran víctimas por igual de aquel sistema esencialmente opresor que fue el estalinismo".