El escritor Manuel Vilas, finalista del Premio Planeta.

El escritor Manuel Vilas, finalista del Premio Planeta.

Cultura Entrevista

Manuel Vilas: "El español es cruel, le cuesta alegrarse de lo que le pasa al de al lado"

El escritor presenta 'Alegría', su novela finalista del Premio Planeta, el libro honesto, crudo, entusiasta y poético de un hombre adicto a la vida. 

10 noviembre, 2019 02:50

Manuel Vilas es un autor biológico: su escritura se sustenta en la obsesión con los padres y con los hijos, nuestros cordones umbilicales últimos hacia el mundo. Nuestros amores, también nuestras cadenas. Nuestras verdades más inevitables, más incuestionables. Hay un amor incondicional que nos explica, que nos revela como a fotografías viejas, antiquísimas como la Tierra: es esa procedencia, es esa descendencia. Por eso a Vilas no le bastó con Ordesa (Alfaguara), su gran éxito literario. Tiene más deudas consigo mismo. Tiene más preguntas.

Ahora sigue escarbando -con crudeza, con ternura y también con tiento- en sus raíces con Alegría, finalista del Premio Planeta. El narrador es un hombre frágil, temeroso, que pende de la vida, pero que en realidad se agarra a ella con infinito ahínco: eso es porque la ama, aunque no pueda comprenderla. Eso es porque está aprendiendo a oler la alegría que hay debajo de todas las cosas: un entusiasmo tintineante, un revulsivo químico, una ternura bestial que le ata a esto y a aquello. 

Eso es porque se reconoce adicto a los fantasmas de sus padres, a ver a sus hijos crecer, a esperar paciente a que le contestan al Whatsapp, a pasear por El Prado, a beber Coca-Cola en un Vips, a viajar y a sentirse perdido en hoteles. Se reconoce adicto a la vida. Se deleita por lo grande y lo pequeño. ¿Será este deslumbramiento lo que estábamos buscando: será esta la certeza? Miren que la alegría, dice, es "analfabeta e inculta". Miren que uno tiene un antagonista que no es más que uno mismo. Miren que todo duele, pero. 

¿Qué diferencia hay entre la felicidad y la alegría?

El narrador de la novela, a través de lo que va viviendo, tiene una especie de iluminación y se da cuenta de que el sentimiento que él quiere tener es el de la alegría, porque le parece más primitivo, más atávico y más poderoso que el sentimiento de la felicidad. Y luego ve que el sentimiento de la felicidad se ha banalizado, porque es una especie de urgencia social, hay como una obligación de ser feliz. Se ve mucho en las redes sociales: una exhibición de la felicidad.

Estamos todos muy guapos, viajamos mucho, estamos siempre bien acompañados…

Sí, sí, ¡qué felices, qué felices…! No sé qué. Y si no eres feliz, parece que la culpa es tuya, que es un fracaso de tu vida. Entonces, en ese contexto, descubre un sentimiento que le parece más auténtico, más humano: la alegría.

Me acordaba leyendo tu libro de una frase que dicen en Her, la película protagonizada por Joaquin Phoenix. La amiga del protagonista decía “yo creo que me merezco la alegría”. ¿La alegría es algo que puede merecerse?

La alegría es el hecho de estar vivo, es una adhesión a la vida total, sin concesiones.

Hay algo religioso en el planteamiento que haces en el libro: trazas de dolor y, debajo de todo eso, alegría. Encontrar gozo bajo el dolor.

Bueno, el narrador tiene un antagonista, que se llama Arnold -que representa el ruido, mientras que todos sus seres queridos tienen nombre de músicos clásicos-, que es un recuerdo constante de que la infelicidad, la adversidad, la tristeza, el dolor y la desesperación existen y de que son los enemigos naturales de la alegría. En la novela se produce una lucha. Arnold es la depresión, el antiguo mal de la melancolía. Hay una reflexión sobre la depresión, que es un mal de este tiempo, pero claro, la depresión es un nombre reciente, tendrá 30 o 40 años. El mal antiguo era el de la melancolía, el del trastorno de la personalidad. Y en el libro el narrador está luchando contra la depresión, contra lo negativo. El arma es la alegría. La alegría le viene de la intervención de su padre y su madre muertos, del amor a sus hijos y de sus relaciones de pareja con una mujer.

Con Mo.

Sí.

¿Cuánto tiempo has tardado en darte cuenta de que la vida puede funcionar así; de que podemos encontrar la alegría debajo de las cosas?

Bueno, el narrador… (risas).

Sí… el narrador. Alejémonos del “yo”.

Hombre, yo creo que tiene que ver con la madurez. Cumplir años es un éxito en la vida. Y el narrador cumple años.

En el libro el narrador está luchando contra la depresión, contra lo negativo. El arma es la alegría

Da la sensación siempre de que quien encuentra la alegría con relativa facilidad es demasiado cándido o inocente. O ingenuo. O inconsciente.

El narrador sabe perfectamente que su alegría no es ingenua. Desde el primer momento se citan los versos de José Hierro: “Llegué desde el dolor a la alegría”. El viaje es desde el dolor a la alegría. De hecho, Hierro estuvo cinco años en la cárcel y cuando sale de la cárcel, va y titula un libro Alegría. Es también un poco la sorpresa del espíritu humano: ser capaz de crear alegría después de haber sentido el dolor… es maravilloso, es un sentido de celebración. Creo que en todo lo que yo escribo hay algo fundamental, que es un vitalismo celebratorio. Mira que se cuentan cosas desgraciadas y dramáticas en mi literatura, pero siempre hay una afirmación de vida. A veces lo dramático está al servicio de decir “todo esto es jodido, ¿eh?, pues aún así, yo sigo enamorado de la vida”.

¿Solamente puede ser libre quien se desvincula de los lazos de sus padres y de sus hijos? Son unas cargas que…

No son cargas…

Mucha implicación emocional.

El narrador está obsesionado con su padre y con su madre.

Y con sus hijos.

Sí.

¿Cómo gestionar ese amor y esa obsesión sin que nos aplaste?

Es imposible. Es una realidad biológica. El hecho de ser hijo es una condición de identidad, y cuando eres padre o madre es otra condición biológica de tu existencia. Somos naturaleza antes que política. Tenemos una existencia política, sí: tu trabajo, tu vida, la construcción de tu mundo sentimental, de lo que te ilusiona… todo eso es muy político. Pero luego tienes una biología: que eres hijo y que probablemente más tarde seas padre o madre. Eso se manifiesta aunque tú no quieras. La gente cuando empieza a acercarse a los 40 años piensa en ser padre o madre (la edad se ha retrasado), y luego lo decide o no lo decide, pero en cualquier caso, pasa por su cabeza esa idea. Cuando muere tu padre o tu madre, te das cuenta de que eras hijo y de lo grave que es eso. Yo distingo mucho entre esos mandatos biológicos y las circunstancias sociopolíticas en las que un individuo se hace. Mis novelas son biológicas, en ese sentido. Ordesa y Alegría son novelas al servicio de la biología.

Entonces es la biología la que nos hace esclavos.

Es que la biología es la verdad. Es lo único real y verdadero que hay, porque el resto es político. Yo he estado obsesionado con el amor incondicional y dije: ¿dónde se da? Y se da en padres y madres hacia sus hijos.

Y no va de vuelta.

No. Un hijo no quiere a su padre o a su madre como le quieren a él.

Eso es angustiante. Cuando el narrador presenta a su hijo, y cuenta que trabaja en Glovo, y que a veces no le contesta al Whatsapp… que sólo le contesta cuando hablan de trabajo… es desgarrador. El padre dice que se siente como un pobre perro persiguiendo las migajas del amor de su hijo.

Sí. Yo eso lo gestioné mal, siendo hijo, por eso escribí Ordesa. Uno cuando su padre y su madre viven, se cree que son eternos y no les das importancia. Porque tú estás muy metido en tu vida social, y estás en lo tuyo, y lo que estás viviendo te parece muy importante, y cuando te llaman tu padre o tu madre para preguntarte cómo estás te parece que esa llamada no tiene sentido… y sin embargo, es una llamada importante.

Es así, pero a la vez: qué responsabilidad tan enorme para los hijos. Qué deuda tan grande con los padres y qué agobiante es eso.

Sólo tienes una responsabilidad como hija: que tu padre y tu madre sepan que te va bien y que estás viva.

Eso lo decías en el poema de El hundimiento que le dedicabas a tu madre, ¿no? El título era un número de teléfono. Decías algo así como “ya nadie me llamará para preguntarme si sigo vivo”.

Exactamente. Eso es. Y a quién le importará si sigo vivo.

¿Cómo participa el amor de pareja en todo esto? ¿Qué sabes tú del amor que no sabías con 18 años?

(Ríe). Esa es una pregunta muy jodida… Pues es que en realidad el amor sentimental en la edad madura sigue siendo un misterio. No existe una solución. No sé qué contestarte.

Uno cuando su padre y su madre viven, se cree que son eternos y no les da importancia

No es tanto una solución como una percepción.

Ahora lo percibo con más serenidad. Con menos angustia. No he visto a dos seres humanos que esto lo vivan de la misma manera, ¿eh? Hay quien lo resuelve de una forma y quien lo resuelve de otra, pero muchas veces puede ser angustioso. Encontrar el amor y que dure.

¿Qué sabes del sexo que no sabías con 18 años?

Lo que sé del sexo es que es una experiencia terrible.

Uy.

Cuanto más sexo es, más terrible es. Porque se da la pérdida de la identidad. La banalización del sexo pues… no tiene mayor interés, me imagino, pero el sexo concebido como algo intenso es una experiencia de lo más terrible que hay en el ser humano. Es transformadora. Es una salida de tu identidad.

¿En qué nos convierte? ¿En el otro?

Es una pérdida. El otro te ve desnudo. Física y psíquicamente. Eso que se dice de “la intimidad” es una buena imagen. “Relaciones íntimas”. Esa idea de relaciones íntimas está muy bien para clasificar el sexo. Son relaciones donde todas las máscaras se desvanecen y el otro ve cómo eres. Te ve sin máscaras sociales. Todo ser humano, conforme va cumpliendo años, se va construyendo máscaras que le permiten vivir en sociedad. Máscaras que permiten que los demás le acepten. El sexo hace que todas esas máscaras desaparezcan. Dos personas que se encuentran sexualmente no tienen ninguna máscara, salvo la de su cuerpo. Y, en ese sentido, es una experiencia terrible.

En el libro dices que siempre hay que robarle al capitalismo, porque, pase lo que pase, él siempre nos quitará más a nosotros.

Te la quita. Sí. El capitalismo nos roba lo más importante, que es esa alegría. 

¿Realmente eres menos feliz ahora que antes; después de triunfar, de ganar dinero con la literatura, de recibir premios…?

Yo como vengo de una familia de clase media baja, siempre sentiré que las cosas no me las merezco. Es una obsesión de clase social. Una especie de sensación de vulnerabilidad. Y luego hay una cosa del capitalismo que perturba muchísimo, y es la abundancia material. Tirar cosas, ¿no? Yo vengo del recuerdo constante de mi padre de la Guerra Civil, donde no había nada… a mí ahora tirar cosas me produce una enorme tristeza. Tiramos tantas cosas… por ejemplo, los vasos de plástico. A mí me produce un sentimiento catastrófico. Le temo. En Alegría, creo que me estoy convirtiendo en un místico, cada vez más. Es un sentimiento místico de respeto a la materia. De respeto a las piedras, a las casas, a los árboles, a todo lo que ocupa un volumen. Es difícil de explicar. Es un respeto a las cosas que existen.

En tus poemas siempre he encontrado algo austero, severo, a veces irónico… hay como un fracaso subterráneo que hilvanas todo el rato y del que luego te recuperas. ¿Cómo se compatibiliza eso con todo lo bueno que te está pasando?

Ya… Es que no me estoy dando cuenta de que… no sé, mi psicología es muy jodida. Es muy de psiquiatra. Yo creo que profesionalmente me va bien porque puedo vivir de mi trabajo, pero más allá de eso no tengo conciencia de nada. De mi supuesto éxito no tengo conciencia. Ya, ya sé que parece… falsa modestia, ¿no?, pero es que es verdad. Para mí seguir vivo es un problema. Yo tiendo mucho a… tengo muchas cosas en la cabeza, tengo la relación con mis hijos, vengo de un pasado, en fin, con filos que todavía están pendientes. Para mí el éxito ahora es que escribiendo me puedo ganar la vida. Eso es un éxito profesional. Pero más allá de eso, sigo estando asustado. Sigo viviendo asustado, y cada vez que me despierto por las mañanas pienso que es increíble que no me haya muerto. Esto no se lo había dicho a nadie. Eso le pasaba a Lou Reed, que es uno de mis ídolos. Decía: “Es un milagro que siga vivo”. Esto, que parece una tontería, no lo es, y tiene que ver con Alegría. La alegría es: “Sigo vivo”. Estar vivo es un éxito. Te despiertas por la mañana y estás vivo, joder, es un éxito. Coño, sigo estando aquí.

La alegría es: “Sigo vivo”. Estar vivo es un éxito. Te despiertas por la mañana y estás vivo, joder, es un éxito

A Cristina Morales, Premio Nacional de Narrativa, se le está exigiendo mucho, con mucha dureza, porque ha sido crítica con el sistema. En tu pesimismo también hay una crítica. Cada uno en su estilo, claro.

Pero yo no me alegro de ver cafeterías ardiendo, yo me tomo café en las cafeterías (risas). Leí sus declaraciones.

¿Por qué parece que hay un sentimiento como de culpa cuando la gente que ha sido crítica con un sistema, con un país, con una realidad social, tiene dinero o recibe un premio o le pasa algo bueno? ¿Por qué parece que hay que despojarse de todo para poder hablar? Es muy perverso.

Esto tiene que ver con la tradición española, que es una tradición muy de culpabilizar y donde las posesiones y el dinero… tenemos una relación complicada con el dinero, a lo mejor porque hemos sido muy pobres, no sé por qué. Los americanos no tienen esto, son más prácticos a la hora de hablar de dinero. También es una época de crisis, y es una época donde mucha gente lo está pasando mal. Hay muchas envidias. Puede nacer la envidia. 

Dicen que es el gran pecado ibérico.

Un poco sí. Al español le cuesta alegrarse de lo que le pasa al de al lado. Hay esa crueldad. Pero que le vaya bien al de al lado no significa que tú tengas que sufrir, joder (risas). ¿Por qué tienes que sufrir tú? Es un error básico. Eso me parece muy español.

Parece que hay un pastel, y si alguien coge un trozo grande, tú te llevas menos.

Sí, pero eso es una mala relación con la vida. Si le va bien al de al lado y tú por eso te sientes triste y fracasado es que tienes una mala relación con la vida. Algo en tu vida no va bien. Tú tienes que vivir, estar a gusto con tus actos. Esto lo da la edad: el éxito social es una ilusión. El dinero sirve para vivir mejor y lo que quieras, pero también es una ilusión. No existe realmente. Te puedes comprar un Mercedes, si quieres, pero…

¡Joder!

Sí, sí, es importante (risas). Mejor tenerlo que no tenerlo, pero en el fondo no es tan importante como lo parece. No lo es. Por supuesto, mejor tener un Mercedes que no tenerlo… pero…

¿Qué es lo que más te preocupa a ti?

Que me quieran mis hijos.

Qué rápido lo has dicho.

Sí.

No has tenido que pensártelo nada.

No…

Y te quieren.

Espero. Igual que la preocupación de tu padre es que tú le quieras a él. Tu padre se encuentra tranquilo si tú le quieres y a ti te va bien. Es un descanso biológico. En ese momento se produce alegría.

Esa sensación va a ser como eterna, ¿no? Porque tus hijos sentirán lo mismo con sus hijos y así hasta el fin de los tiempos.

Exacto. Es una cadena misteriosa. Hay muchos misterios en la vida humana. No lo saben los científicos, lo que es la herencia. Y los escritores también estamos en eso.

¿Qué es España hoy para ti?

A veces pienso que es un país en descomposición. Veo una acritud, y una crueldad, y una falta de empatía terrible. Yo creo que el sentimiento de cordialidad en estos momentos es lo más revolucionario que hay. Hay una pérdida de cordialidad en la vida sociopolítica española bestial. La gente no es cordial. ¡La gente se odia! En la escena política ves mucho odio. No ves gente debatiendo con posturas distintas. Los pactos se han roto. El pacto de “tú tienes una idea para arreglar la sociedad y yo otra, pero ambos queremos arreglarla”. El pacto de la Transición. Tenemos visiones de cómo progresar diferentes, pero el objetivo era el progreso y la modernidad. Pero la mediocridad de la política española… el tema catalán ha supuesto una distorsión tremenda.

A veces pienso que es un país en descomposición. Veo una acritud, y una crueldad, y una falta de empatía terrible

¿Qué es Cataluña para ti?

Es un problema político de primer orden en este país y urge una solución, no sé de qué naturaleza. Hay una violencia y una ruptura de la convivencia en Cataluña, y es un problema catalán, porque la violencia está en Cataluña. Claro que repercute en toda España, pero el problema al final es allí. La inestabilidad está allí. Y genera inestabilidad económica, que es lo que más me preocupa, en realidad. Yo en eso soy muy economista, ¿no? De la prosperidad de la clase media depende la democracia. Y sin democracia no hay libertades ni hay nada, ni hay vida social.

Bueno, todo el mundo cree que es clase media, pero a la hora de la verdad

La gran invención de la democracia ha sido la construcción de la clase media.

La invención, ¿como ficción o como invento, como descubrimiento real?

Como invento real. En cuanto un señor o señora tienen un salario razonable, un trabajo digno, se produce la clase media. Si ese señor o señora tiene espacios de ocio, para la cultura, para el crecimiento personal… un trabajo que contribuya a la creación de riqueza del país, un orden constructivo de la vida, un objetivo. Entonces estamos hablando de clase media razonable y buena. Y eso se había hecho. A partir de 2008… claro. La crisis económica es un torpedo contra la clase media.

¿Vox se puede considerar continuismo franquista?

No, tiene un contexto: entre el populismo, el nacionalismo, la xenofobia y el problema catalán. Yo, de entrada, soy demócrata. En Alegría narro un encuentro con Felipe González, ese encuentro fue real. Fui a una comida con Felipe González y lo vi como un maestro de escuela. Era un hombre que se había pegado 40 años de su vida repitiendo tres conceptos, intentando razonar tres conceptos desde todos los ángulos posibles. La igualdad, la democracia y el progreso, ¿no? Una repetición constante de obviedades. Una obviedad de la democracia es que es muy fácil tolerar al que piensa como tú, pero la labor de un demócrata profundo es tolerar a quien piensa de manera distinta. Democracia es eso, saber que hay un señor que piensa completamente lo contrario que tú y ser capaz de darle la mano y decirle “buenos días, pase usted primero”.

¿Y si el pensamiento de ese otro te expulsa a ti?

Hay que volver a darle la mano.

¿Ves como hay algo religioso debajo de tu pensamiento?

(Risas). ¡Bueno, hay que volver a darle la mano, porque yo creo en la democracia!

Ponemos la otra mejilla.

Pues habrá que darle la mano todo el rato hasta que al final entienda que es mejor dar la mano que cualquier otra cosa. Hay que convencerlo para que dé la mano. Es una idea whitmaniana de la democracia. Yo soy muy whitmaniano. Es la fraternidad.

¿Para qué sirven los premios?

En el caso del Planeta, para mí es una ampliación de mi público. Yo entiendo la literatura como la búsqueda de lectores. La literatura existe cuando hay alguien al otro lado. La letra es la posibilidad de encontrar miles y miles de lectores. Yo entiendo la literatura como comunicación.

En el libro hay una gran obsesión por la muerte. Si mañana fuese tu último día, ¿qué te gustaría hacer en esas 24 horas?

Me iría a esta tienda de aquí al lado a comprarme un Rolex (risas). Intentaría arreglar las cosas pendientes. Hablaría con unas cuantas personas. En Alegría narro una cosa que me pasó a mí. Me llamó un amigo en las navidades de 2014 para preguntarme qué tal estaba. La conversación era que qué tal estaba yo, y yo le conté… y a la semana siguiente de esa llamada murió. Tenía cáncer. Yo creía que lo había superado, y le pregunté, y no me dijo nada. Las últimas noticias que tenía era que le había ido bien. Su llamada era para despedirse. Pero no dijo “me estoy muriendo”. Eso me produjo una perplejidad tremenda. Es la última llamada pero sólo lo sabe quien llama. Yo entendí que era una llamada de navidad… me dijo que se encontraba bien y enseguida cambió de tema. Todo el rato me asediaba a preguntas sobre mí. Me di cuenta de que era una despedida calculada y meditada. He pensado mucho en esa llamada. Aunque no lo supiera, me estaba proponiendo cómo me tenía que ir yo del mundo cuando me tocara. Era una especie de ejemplo: “Mira con qué elegancia soy capaz de irme de este mundo”. Me estaba mostrando un camino.