Samanta, Adela, Merritxel y otras dicharacheras reporteras caídas de ese arbolito chafardero que es el gonzo como género periodístico mal entendido. Merritxel, Adela, Samanta… Podrían ser nombres de huracanes. Pero no. Se trata de la nómina completa de nuestras aguerridas ‘periolistas’ patrias, militantes activas del ‘hágaselo-usted-mismo’.

Ellas se lo guisan… Eso sí, hiperactivas como pocas nos han salido estas Señoritas Pepis de la Comunicación Audiovisual. No paran. Si Merritxel debutaba hace un par de semanas en un puticlub. y andará a día de hoy resacosa por culpa del cebollón de ayahuasca que se cogió ante las cámaras, ‘Samamanta’ Villar, la reina madre del invento, regresa ahora a nuestras vidas para dar a luz. Fíjate tú qué cosas. ‘9 meses con Samanta’, en Cuatro. Ahí lo dejo.

Si el calostro es el nuevo mensaje… ¡apaga la tele y vámonos porque el fiambre de McLuham no deja de dar cabezazos desde su tumba! ¡Bienvenidos todos, pues, a la televisión gestacional! De antología del disparate gonzo. ¡Y lo mejor de todo es que vienen ‘gemeliers’! ¡Mellizos, para ser exactos! Samanta empieza fuerte. Pasa de susurrar sandeces, en plena noche, a la cámara de visión nocturna, a vomitar arrodillada frente a un váter.

Nos enteramos, al rato, de que lo único que le quita las náuseas matutinas a Samanta, es comer. Zampar como si no un existiera un mañana. Y engulle en dos bocados un melocotón tamaño sandía y una vez recuperada, en compañía de su pareja, un tal Raúl, nos muestra cómo le hacen la primera ecografía. ¡Por vía vaginal! Entonces es cuando uno, que tampoco es que encienda la tele para empezar a sufrir, se plantea si esta gente sabe que existen las elipsis.

Pero no. Qué van a saber. Si todo esto es digno de un Pulitzer a la Tontuna. Morbo que te quiero morbo. Media ración morcillera de ‘vedettismo’ televisual. Gonzo de lo más ‘gore’. Exhibicionismo cutresalchichero. ¡Acabamos, guiados por la propia ‘Samamanta’, que aunque esté recién embarazada no conoce el miedo, dentro de un quirófano asistiendo a una operación intrauterina! ¡Cirugía fetal a chorrazo! ¡Y Samanta levitando de alegría ante el ‘scoop’! Telehorrorisión de postoperatorio. Con musiquilla de piano para acompañar.

Semana 10 de gestación. Los antojos de Samanta. Kiwis. Una docena de kiwis. Obliga al pobre Raúl a comprar doce kiwis para llevárselos a Dinamarca. Raúl. Pobre Raúl. El gran protagonista de la cosa. Se pone uno, por un momento, en la piel de Raúl, y le entra el agobio. Raúl, el compiyogui de Samanta, es un santo varón. Aterroriza la sola idea de que tu mujer se tire los nueve meses de embarazo rodeada de cámaras y grabando estupideces, a las cuatro de la madrugada, después de vomitar.

El caso es que se lleva los kiwis Samanta a la mismísima Dinamarca, donde al parecer ya no huele tanto a podrido. Y nos habla de su estreñimiento, al borde de las hemorroides. De ahí lo de los kiwis. Comienza sus días de embarazo Samanta poniéndose hasta el culo de ellos. Repleta de energía y con ganas. De ahí, al banco de semen danés que suministra a España y a muchos particulares.

Conocemos a uno de los donantes, Markus, un rubillo desgarbado. Y Samanta nos demuestra que su nivelazo de inglés está realmente a la altura de lo que sus progenitores invirtieron en su educación. Parece ser, o eso nos cuentan, que uno de cada dos daneses aprovecha las pausas del cigarrito en el curro para donar un chorrazo de semen. Muy aplicados estos ‘guiris’. Suministradores de la semilla original del mundo libre. Markus no parece tener complejos a la hora de mostrar su modus operandi. Teme uno, por un momento, que acabemos viéndole en acción, manubrio en mano, pero, afortunadamente, tiran de elipsis.

Semana 11. Samanta parece haber enloquecido y pasea por su casa, cámara en mano, sacando barriguita frente a todo espejo que se cruza en su camino.

Y así, entre vistosas ecografías, sangrientas cesáreas, empachos de kiwi, dudas de madre primeriza, hemorroides, sacaleches, amargos despertares e inseminaciones varias, vamos echando el rato. Hasta ese momento cumbre en que vemos a una pareja de lesbianas recibir el semen para ser inseminadas. “Aquí es donde se inyectará”, dice una de ellas, mostrando una enorme jeringuilla. Y os juro que en ese momento empiezo a temblar, porque tengo la certeza de que lo van a mostrar. “¿Y hasta dónde hay que introducir la jeringuilla?”, pregunta Samanta, muy en su línea. “Hasta el fondo”, responde la aludida.

Pues eso: hasta el fondo.