El casamiento, esa especie vegetal del período pre-cuaternario, corre grave peligro. De extinción. El matrimonio es, en realidad, esa app natural que mide nuestro nivel de aguante con algunos de nuestros semejantes. ¿Y la matrimoniada? Pues la suma de bodorrio más tiempo. Bodorrio + tiempo. Toda una ecuación. O misterio sin resolver. Si Lord Byron nunca dejó de preguntarse por qué diablos alguien había fabricado un mundo como el nuestro, mi gran duda existencial también adquiere visos de no obtener respuesta: ¿quién inventó el matrimonio? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué? Y lo que es peor: hoy por hoy, tiempos duros en los que, al parecer, no se casa ni dios (ni por la iglesia, ni por el juzgado ni a través de la PSP), ¿por qué siguen los de Antena 3 empeñados en darnos ‘dating show’ por liebre con esta insulsa ‘matrimoñada’? ¿Cuándo se enterarán de que su ‘Casados a primera vista’, tan falso como la bola de cristal de Rappel, no cuela por mucha psicóloga o sexóloga que metan en el saco?

Antena 3 no sabe ser Telecinco, aunque lo sigue intentando con todas sus fuerzas. Día tras día. Mes tras mes. Busca, y rebusca, como si fuera el pelmazo de Matías Prats vendiendo sus soporíferos seguros, pero no encuentra la fórmula mágica de la ‘telehorrorisión’ más adecuada para estos tiempos tan cansinos y absurdos como revueltos. Y es que, aunque resulte paradójico, ser Telecinco no resulta nada fácil. Repito: nada. Hace falta para ello ir por la vida catódica sin demasiados complejos. Lo mismo que los concursantes de este florido engendro ‘antenatresero’ que, por lo visto y padecido, ha arrancado con bastante fe su segunda temporada. Y es que hay que tener muuuuuuuuuy pocos complejos, o estar muy desesperado, para contraer matrimonio, a capón, ante las cámaras. Eso, o ser actores contratados para el caso. Algo que, de poder comprobarse pronto, dejaría al pobre DiCaprio sin su añorado Oscar.

¿Quién en su sano juicio se casa civilmente sin conocer a su pareja hasta el día de la boda y, tras un mes de turbulenta convivencia, toma la decisión de continuar con la farsa o divorciarse? ¿Quién? ¿Eh? ¿Quién? ¿Quién está dispuesto a perpetrar algo así sin ser un actor de telenovela rancia? ¿Qué obscuros familiares conceden carta blanca para que pueda hacerse algo así? Pues, por lo visto, no faltan candidatos a lavar sus trapos sucios con el jabón Lagarto del morbo y la desvergüenza ajena. Tal es el caso de Andrea y Bernardo, mis favoritos. Una especie de Rasca y Pica ‘asturalicantinos’ que no han dejado de zurrarse la badana desde que se dieron el ‘Sí, quiero’. Con ellos no hay ‘superpsicólogas’ que valgan. Ese pobre Bernardo, empeñado como está en enamorar de una vez a la ‘princesa’ de su cuento chino y sin aceptar, porque el chico anda necesitado, que se ha casado, a primera ‘bosta’, con la bruja de ‘La Bruja y Don Cristóbal’, aunque sin titiriteros de por medio. Porque normal, lo que se dice normal, no lo es mucho el que tu futura parienta conviva con hurones hipervitaminados.

Tampoco es que les vaya mejor, en su infeliz casamiento, a Alberto y José Ramón. Los consabidos ‘gayers’ que no pueden faltar en todo ‘dating show’ que se precie de serlo. Verlos pasear de la manita por una Chueca decadente y emperijilada, al borde de un ataque de celos y a punto de llegar a las manos por culpa del coleguita íntimo de Alberto, es algo así como constatar que lo que hace Pedro Almodóvar, ¡Peeeeeeeeedro!, desde los años de la movida ochentera, tiene más de telerrealidad que de ficción. ¿O era micción?

O al revés. Lo que constatamos todos al ver estos desposorios de pega es que lo único que arrastran todos ellos es ficción. Y ya sabemos todos, a estas alturas del partido, que ficción viene de fingir. O sea, mentir. Otra cosa es que televisivamente estemos tan necesitados de engaño como otros, al parecer, lo están de maniatarse al enemigo en un enlace nupcial.