De la anfitriona a la celebritie

De la anfitriona a la celebritie

Corazón ORIGEN DE LA CRÓNICA SOCIAL

Antes eran anfitrionas y ahora van de celebrities

Las crónicas sociales del S.XIX fueron el germen de la prensa rosa. Becquer fue uno de los primeros cronistas, pero también hubo un Mariñas, un Peñafiel, una Villacastín... 

11 febrero, 2016 01:41

Las crónicas de sociedad del S.XIX comenzaron ocupando cuatro líneas y poco a poco se fueron extendiendo en todos los periódicos de la época, ante el interés que despertaron entre los lectores. Incluso la gente que no sabía leer ni podía comprarlo acudía a las plazas para pedir a los señores que las leyeran en voz alta.

Marisol Donis, farmacéutica y criminóloga ha recogido lo mejor de la crónica social del Madrid de ese siglo, en el libro 'Periodismo de Confitería' que representa el germen de lo que hoy conocemos como prensa rosa. A las celebrities o socialités de hoy se las denominaba anfitrionas. “Todos los días había una fiesta. En la capital había un grupo de familias millonarias y el resto todos estaban muertos de hambre. En las crónicas se hablaba de los aristócratas; los de cuna (que ostentaban el poder social) y los burgueses ennoblecidos (el poder económico)”, explica la autora. En estos divertidos encuentros los hombres hacían negocios y las mujeres buscaban novio para las hijas.

La mejor anfitriona del siglo fue Manuela Kirkpatrick, madre de Eugenia de Montijo (emperatriz de los franceses) y de Paca (duquesa de Alba). “En sus salones se preparaba, regulaba, la política del país. Era muy casamentera”, recuerda Marisol.

La peor era la princesa francesa Rattazzi, descendiente de Napoleón Bonaparte, casada con el diputado español Rute. “Como anfitriona era caótica, sus invitados nunca sabían cuando comenzaba la cena o baile. La casa (palacio Altamira) era un desorden total. Aún así fue una de las mujeres más populares durante el reinado de Alfonso XII, gracias al apoyo incondicional del cronista Kasabal”, relata. Los cronistas solían escribir de sus fiestas: “En la casa todo estaba frío excepto el agua”.

Para ser considera fiesta tenía que tener como mínimo 300 invitados y se gastaban fortunas en las meriendas o en las cenas. Encargaban el catering a Lhardy o el Café Suizo. “Algunas señoras daban la misma cantidad que se habían gastado en la fiesta y la donaban a la beneficencia".

Pero sabedoras de que tardarían en recibir la limosna, al final de la fiesta, ya de madrugada, por la parte de las cocinas del palacio repartían las sobras entre la gente. Estas eran muy abundantes porque casi no comían nada para guardar la línea”, añade. Por eso luego cuando fallecían las anfitrionas más caritativas, todos los mendigos de Madrid seguían al féretro en el entierro.

El Mariñas, Peñafiel o Villacastín de la época

No eras nadie si no tenías un cronista al lado que te nombrara. El único tema prohibido era el adulterio, si se pasaban de rosca escribiendo los retaban a un duelo de pistola. Los cronistas sociales solían ser sobornados con sobres por las grandes señoras, para que hablaran bien de ellas y las alabaran en sus textos.

Empezaron ejerciendo como tal, autores como Pedro Antonio de Alarcón, Gustavo Adolfo Becquer, el Padre Coloma. Estos se retiraron muy prontito porque decían que era una profesión de alto riesgo , por la amenaza constante del duelo. Y dieron paso a Ramón Navarrete, Montecristo, Kasabal, que triunfaron durante 30 o 40 años.

Llama la atención que entre tantísimo hombre sólo destacó una mujer en este papel, Concepción Gimeno. A la que la autora encuentra parecido en nuestro siglo en Rosa Villacastín ”porque es elegante escribiendo y en la manera de contar las cosas e incapaces de insultar a alguien”.

Kasabal podría ser el Mariñas de la época. “Tenía predilectas y mataba por ellas, aunque ellas le dieran de lado. Pero luego tenían la misma lengua viperina”, asegura Marisol. Ramón Navarrete tenía el mismo estilo de Jaime Peñafiel; “Él en su sección de LOC habla en clave. Es lo mismo que hacia este cronista en el S.XIX para evitar pasarse de rosca”, recuerda.

La conclusión a la que llega la autora al final del libro es que la aristocracia de antes no tiene nada que ver con la de ahora y tampoco las fiestas que se organizan. “Ahora las aristócratas trabajan, son imágenes de marcas, cosas así, se preocupan de los hijos. En aquella época ni los veían, se pasaban el tiempo con las institutrices, excepto cuando enfermaban. Podían pasar meses sin verlos. Y ahora, estudian en el extranjero, se mezclan con todo el mundo. El haberse popularizado tanto les ha hecho perder distinción. Y no se gastan un duro en los eventos, ponen un photocall, y lo paga el sponsor de turno”, concluye.

Marisol Donis, farmacéutica, criminologa y autora del libro

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* 'Periodismo de confitería' se presentará el próximo martes 16 de febrero, a las 19:30 horas en el Salón de Actos del Ateneo de Madrid (C/ Prado, 21).