Alaska y ‘Macario’

Alaska y ‘Macario’

Corazón TELETRIDENTE

Alaska y ‘Macario’

Alaska, Mario y su interminable ‘reality’ conforman un trío de hecho. O de desecho. Audiovisual, por supuesto.

28 enero, 2016 00:15

Ahí siguen. Prosiguen. Como el punto sobre la i. Incansables. Ajenos a esa realidad que algunos tachan de única, de verdadera. Rodeados de micros y cámaras por todas partes. Alicatados de asistentes y guionistas hasta el techo. Tróspidamente lúcidos. Inintercambiables. Viviendo en su lunalunera particular. Regodeándose. Bailando. Se pasan el día bailando. O viajando. O partyleando. Y los vecinos, mientras tanto, no dejamos de alucinar. Corrigen así nuestro estrabismo. Esta es la historia del muñequito que se rebeló contra el ventrílocuo, dejándolo sin voto ni poderosa voz.

Superándolo en retórica, en verbigracia, como a un José Luis Moreno laringectomizado. Parece un terrorífico cuento de Poe. Pero no lo es. Alaska, Mario y su interminable ‘reality’ conforman un trío de hecho. O de desecho. Audiovisual, por supuesto. En un submundo de Yupi en el que las cazadoras de cuero cuestan más de 6.000 ‘lereles’.

A Alaska le ha salido un grano en forma de ‘groupimarido’. Su nombre es Mario; su apellido, Vaquerizo. Monarca consorte y absoluto en la República del ‘Despedroche’ de Lladró. Pictoplasma televisivo que ha tomado MTV España, igual que Los Simpson Neox y Antena 3, repitiéndose hasta la náusea en incontables reposiciones, porque monta tanto, tanto monta, Alaska como ‘Macario’. Lo suyo no es un matrimonio, sino un martirmonio. César y Cleopatra, el café y la leche, Isabel y Fernando, Homer y Marge. La tradición los une, la televisión en la que aparecen nos resume.

Es ficción, puro teatro

Lo que nunca sabremos es cómo se lo montan, Alaska y ‘Macario’, cuando no andan enfangados en esas intimidades postizas en la que se desenvuelven como atunes de almadraba en su pecera. Sudoku catódico de género. E irresoluble. Un incongruente follón heterosexual.

Su historia no es verdadera, ni falsa, sino todo lo contrario. Alaska y Mario. Mario y Alaska. Dos divas y un destino que es, en realidad, puro desatino. Omnipresentes en la MTV. Como esos fantasmas flemáticos que habitan, en riguroso low cost, en ciertos castillos de la campiña británica, por Winchester o aledaños, a cambio de una taza de Twinings.

Ellos deciden, a nuestro pesar, que algo se ponga de moda. Al resto nos toca arder frente a su hoguera de vanidades de Todo A Un Euro. Esto no es vida. Es ficción. Puro teatro. Kitsch en pantalla de plasma. Un programa hecho a su entera medida de botines de cuero ‘chupamelapunta’ y pantalones de pitillo. Síntoma de la perversión última de los ‘realities’. No en vano la sexta vez que uno se enfrenta al momento en que Alaska pide a su cirujano plástico un par de tallas pectorales más, ¡ay Señor!, ahí es cuando se abre de, par en par, en modo patadón, la Puerta de Tannhäuser de la estolidez.

Seguiremos. Proseguiremos. Incansables, porque no nos quedará ninguna otra opción ni tendremos ganas de zapear, asistiendo al desmorone cotidiano de esta matrimoniada intangible. Y es que al formato le sobra materia, y ritmo, y colorín, pero le falta espíritu. Uno ve a Alaska y Mario afanarse en cada entrega y no llega jamás a reconocerlos entre tanto ruido, entre tanto secundario berlanguiano y magistral: Topacio Fresh, América, Elena Benarroch… Hubiera sido preferible un poco menos de astracanada y un poco más de sentimiento. Se queda uno, hipnotizado frente a la pantalla, con ganas de saber qué piensa esta pareja cuando se apaga el botón rojo de la cámara.

¿El punk era esto?

Cómo viven. Quiénes son. De qué hablan. Sobre qué discuten. Y es que Mario, como Bertín, hace un daño irreparable al televidente: cree, entre lata y lata de Mahou trasegada, sonriendo a carcajadas, que ha inventado la naturalidad. De ahí, a versionear a Frank Sinatra, hay un pequeño, aunque peligroso, paso.

Si el fin primordial de ‘Alaska y Mario’ es dar a conocer la exacta imagen de Mario y Alaska para el mundo entero y real, me temo que no lo logran satisfactoriamente.

¿El punk era esto? ¿Defender -a capa, espada y embutidos en costosas prendas de Chanel- la gestión de Esperanza Aguirre? ¿Bajarse del escenario para pontificar sobre el ser y la nada en la sección cutrecorazonera del programa de Federico Jiménez Losantos? ¿Sobrevivir por encima de las posibilidades y al margen de toda realidad?

¡Pues que el brazo incorrupto de San Joey Ramone nos coja a todos confesados (o por el cuello, hasta que exhalemos el último suspiro)!