"Como en muchos sueños, al final de éste hay un monstruo", pero "no olvidemos que, al final de cada sueño, hay un ser humano que sueña". La primera frase es de Rust Cohle, el personaje de Matthew McConaughey en la serie True Detective. La segunda es la forma de completarla que tiene Ricard Solé, físico y biólogo, y asesor de la exposición +Humanos, hasta abril de 2016 en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB).

Entre los dos enunciados está toda una pléyade de tecnologías incipientes y, en cierto, modo subversivas: un casco que ralentiza la sensación del tiempo, impresoras de órganos, robots que acunan y duermen a los niños (robots que se rebelan), una máquina para ser el cuerpo de otro, realidades virtuales, proyectos de hombres menguantes, montañas rusas eutanásicas... lo que empieza la tecnología lo termina la imaginación.

"La literatura de ciencia ficción ha sido por encima de todo política, porque ha sido sobre el lugar donde se sitúan los límites. Los límites morales. Los límites políticos", comenta en el prólogo a la exposición Vicenç Villatoro, director del centro.

Lo que parece claro es que la evolución "natural" es ya también "cultural", profundamente humana, acelerada e irremediablemente tecnológica. "Los humanos somos la única especie que escapa al control de la información genética mediante el desarrollo de un lenguaje sin equivalente en la naturaleza, y que también escapa al control de la evolución mediante el desarrollo de la cultura y la modificación del planeta", comenta Solé.

¿Pero quién pondrá los límites, caso de ponerlos? Los responsables de la exposición desde luego que no. Ellos, en un trabajo combinado de científicos y artistas en colaboración con la Science Gallery de Dublín solo muestran y antes o después proponen preguntas (inmensas preguntas). Estructurada en cuatro partes, la muestra deja pendientes todas las respuestas.

Instalación Area V5 Louis-Philippe Demers

Parte 1: la parte de las capacidades aumentadas

Neil Harbisson está considerado como el primer ciborg del mundo. Incapaz de ver los colores, él mismo diseñó una antena que se conecta a un chip implantado en su cráneo. La antena recoge las frecuencias de luz y las traduce a ondas sonoras; en una sinestesia perpetua, Harbisson "oye" los colores. No puede ver más allá del blanco y el negro, pero ahora oye incluso fuera del espectro visual (el color para nosotros inexistente por debajo del rojo, el que merodea por encima del violeta). Una antena similar se muestra en la exposición, y al pasar cartulinas de diferentes colores Harbisson oye las que los visitantes le deciden mostrar.

Algo en cierto modo similar sucede con Aimee Mullins. Nacida sin peronés, llegó a competir en los Juegos Olímpicos de Atlanta con unas prótesis inspiradas en las patas traseras de un guepardo. Prótesis parecidas a las que casi impiden a Oscar Pistorius competir en los Juegos de Londres, ya que para muchos suponen una ventaja frente al resto de atletas... normales.

Una pierna anatómica. Omkaar Kotedia

Para Michael John Gorman, director de la Science Gallery, "toda tecnología es un arma de doble filo, que por un lado amplía capacidades y por otra erosiona habilidades tradicionales". También opina que "es curioso que sean las personas tradicionalmente consideradas como 'discapacitadas' las que actualmente lideren la evolución de las tecnologías". También sucede así con la fabricación de órganos con impresoras 3D, como por ejemplo partes de tráqueas artificiales que ya se han comenzado a implantar. Y así sucederá muy posiblemente con órganos más complejos, como el corazón, que se espera puedan fabricarse a partir de células propias en una suerte de trasplantes completamente personalizados.

La información sensorial disminuirá los viajes de negocios

Fuera de la exposición han quedado tecnologías incipientes cuyo objetivo no es la mera sustitución: técnicas de estimulación cerebral que, según Mavi Sánchez Vives, neurocientífica en el Instituto de Investigaciones Biomédicas August Pi i Sunyer (IDIBAPS) de Barcelona, "podrían producir una mejora cognitiva" o incluso abrir "canales adicionales de información sensorial". O la capacidad de entrar en el cuerpo de un robot "que puede estar en cualquier sitio del mundo donde haya conexión a internet", lo cual "puede cambiar muchos aspectos de nuestra vida". "Por ejemplo, disminuirán considerablemente los viajes de negocios, y tal vez los viajes en general", apunta Sánchez Vives.

Como dice Ricard Solé, esta posibilidad introduce una novedad crucial y llevaría a modificar y complementar la frase de Descartes: "Pienso, luego existo, sea cual sea la forma física que adopte".

Parte 2: la parte del encuentro con los otros

No solo están nuestras capacidades, también está lo que la tecnología puede modificar nuestro contacto con el otro. En lo que tardaba en volver desde el 9 la rueda del teléfono hoy hemos podido recibir dos mensajes de Whatsapp y una llamada de Skype. Y lo hemos asumido con evidente naturalidad. Pero la tecnología puede ir mucho más allá. En el Dispositivo de empatía improvisado los artistas Matt Kenyon y Douglas Easterly diseñaron una "prótesis emocional", un brazalete que clavaba una aguja (llegando a hacer sangrar) cada vez que un soldado estadounidense moría en la guerra de Irak, al tiempo que en una pantalla aparecía su nombre, el lugar y la causa de la muerte. El dolor pretendía reconcienciar al usuario a una realidad anestesiada por los medios de comunicación.

Y hay bastante más: están los teóricos (y ya comercializados) tests de compatibilidad de ADN que, a través de análisis genómicos, prometen determinar la química amorosa de las posibles parejas. Están los dispositivos de teledildónica, que facilitan "relaciones sexuales táctiles desde lugares separados". Está, incluso, la "máquina para ser otro", una suerte de realidad virtual que lleva a interpretar el cuerpo de otra persona como el propio. Que puede hacer lo mismo transportándonos incluso al de una muñeca Barbie. Están, claro, los robots.

Una de las obras de la exposición. Yves Gellie

Una de las imágenes más rotundas de la exposición es si cabe una de las más simples. Se trata de una cuna con un bebé de plástico en su interior, mecido a intervalos por un brazo robótico de aspecto industrial, semejante a una grúa. En el texto de la exposición se dice: "La crianza escapa a lo que se espera de un trabajo o un comportamiento racionales. ¿Es posible transferir algunas tareas automáticas y repetitivas a un dispositivo robotizado sin afectar al desarrollo del bebé?". Y después, en el fondo: ¿sería tan diferente a otras tecnologías como las aspiradoras, creadas para facilitar el trabajo doméstico?

Parte 3: la parte del entorno

Seguramente no haya habido especie que haya modificado más su entorno que la nuestra. Y esta capacidad no hace sino crecer. Los animales domésticos y muchos cultivos ya fueron una suerte de modificación, pero ahora existen ranas translúcidas, ratones sin costillas, mosquitos transgénicos dirigidos para tratar de combatir la malaria. Eso es una muestra del potencial de cambio, pero la imaginación va más allá.

Anthony Dunne y Fiona Raby recrean un grupo de personas que, ante la escasez de comida en un futuro superpoblado, utilizan la biología sintética para crear bacterias intestinales que nos permitirían obtener nuevos nutrientes; y de ahí grupos de recolectores urbanos obligados a operar al margen de la sociedad ante una dieta comercial cada vez más limitada e inaccesible.

Se especula incluso con la posibilidad de "comedores solares", aptos para humanos con capacidades fotosintéticas fruto también de la biología sintética, al estilo de la subsistencia vegetal. "La fotosíntesis humana es aún muy especulativa", comenta Solé. "Se ha conseguido, en contra de lo que esperábamos a priori, que bacterias fotosintéticas sobrevivan en el interior de células de animales. No sirven como fuente de energía, pero uno hubiera imaginado que forzar esta relación no daría otro resultado que la muerte de ambos componentes. No es así", añade.

Debemos hacer lo posible para que la sociedad no se desconecte

Algunas tecnologías ya están aquí; otras no, pero no son del todo descabelladas. En el fondo, ni siquiera la ciencia-ficción puede pensar en formas de vida nunca antes vistas, en colores inexistentes. Son puzles montados con piezas ya conocidas, pero que recombinadas adquieren una nueva dimensión. "La ciencia ha invadido un territorio que hace solo una década parecía parte de la cultura no científica, y debemos hacer todo lo posible para que la sociedad no se desconecte", asegura Solé. Porque la tecnología está forzando los límites.

Parte 4: La parte de la vida en sus límites

La tecnología permite ya editar el ADN, manipular incluso la información genética de un embrión. En +Humanos no aparece esta herramienta, pero sí una manera de pensar en ciertas posibilidades de forma particularmente visual. En la pieza Transfiguraciones se alinean varios bebés de plástico, cada uno convenientemente modificado. En uno se ha estirado la piel del cuero cabelludo: así disipará mejor el calor en un contexto de cambio climático. En otro se ha formado una agujero tras la oreja: dotado de un esfínter propio, servirá para administrar de forma fácil y rápida los fármacos que pudieran ser necesarios.

En otra esquina, las preguntas: "¿Quién tendrá la propiedad de los materiales genéticos en el futuro? ¿Se debería permitir a los padres escoger los rasgos genéticos de sus hijos?"

Y así, llegamos al final. Si podemos decidir sobre el principio, tanto más deberíamos poder hacerlo sobre el fin. La última pieza es la llamada Montaña rusa eutanásica. Para John Allen, expresidente de la Philadelphia Tobogán Company, "la montaña rusa definitiva se obtendría cuando subieran 24 personas y todas llegaran muertas". No sería imposible fabricarla. Una versión aún imaginaria con múltiples ascensos, descensos e interminables giros promete llevar "de la euforia a la emoción, de la visión en túnel a la pérdida de consciencia, y finalmente a la muerte".

Si podemos manipular la vida, hagámosla lúdica hasta el final. ¿O no?

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