El cambio horario es uno de los temas más debatidos a lo largo del año. Cada vez que se acerca el momento de adelantar o retrasar una hora los relojes, surgen los mismos planteamientos. Se habla de aspectos como su eficacia o de si ayuda realmente a la eficiencia energética, pero hay algo más a tener en cuenta: la salud.
El cambio en el sueño que acarrea se ha relacionado anteriormente con una mayor cantidad de infartos y de accidentes de tráfico. Ahora, los autores del trabajo, publicado el pasado lunes en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), han añadido a la lista los ictus y la obesidad.
Tras modelar la exposición a la luz, los impactos circadianos y las características de salud en cada condado de Estados Unidos, vieron que adoptar de forma permanente el horario estándar podría evitar unos 300.000 casos de ictus al año y reducir la obesidad en 2,6 millones de personas.
Los investigadores compararon tres políticas horarias diferentes (el horario estándar permanente o de invierno, el horario de verano permanente y el cambio bianual) y cómo podrían afectar a los ritmos circadianos de las personas y a la salud pública.
El equipo descubrió que, desde una perspectiva circadiana, se ha tomado "la peor decisión". Tanto el horario estándar permanente como el horario de verano permanente serían más saludables que estar cambiando el reloj en primavera y en otoño, siendo el horario de invierno el que beneficia a más personas, sostienen.
Dejar de forma permanente el horario de verano también beneficiaría a la población, pero en menor medida. Los modelos de este equipo de Stanford muestran que esta opción disminuiría la prevalencia nacional de obesidad en un 0,51% y la de accidentes cerebrovasculares en un 0,04%.
Por otro lado, los resultados para el horario de invierno permanente muestran una reducción del 0,78% y el 0,09%, respectivamente. "Mantener el horario estándar o el horario de verano es, definitivamente, mejor que cambiar dos veces al año", asegura Jamie Zeitzer, autor principal del estudio, en declaraciones a los medios.
Para obtener estas estimaciones, los investigadores emplearon datos procedentes de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades sobre la prevalencia de artritis, cáncer, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, enfermedad cardíaca coronaria, depresión, diabetes, obesidad y accidente cerebrovascular.
El ciclo circadiano humano dura algo más de 24 horas (para la mayoría de las personas, unos 12 minutos más), pero puede modularse con la luz, explican los autores. Cuando hay luz por la mañana, se acelera y cuando hay luz por la tarde, se ralentiza, explica Zeitzer.
El investigador de Stanford expone: "Generalmente, se necesita más luz matutina y menos luz vespertina para mantener una buena sincronización con un día de 24 horas". Lo que vieron Zeitzer y su equipo fue que, a lo largo de un año, la mayoría de las personas experimentarían un desequilibrio menor con un horario de invierno permanente, que prioriza la iluminación matutina.
"Los beneficios varían ligeramente según la ubicación de la persona dentro de cada zona horaria y su cronotipo: si prefiere madrugar, acostarse tarde o algo intermedio", puntualizan.
Un tema controvertido
A pesar de la existencia de estudios como este, la comunidad científica no tiene una opinión común en este tema. José María Martín Olalla, profesor titular del Departamento de Física de la Materia Condensada de la Universidad de Sevilla, expone que el cambio de hora "es una adaptación social a la variación de la hora del amanecer".
Por otra parte, el experto valora que esta investigación es "un avance en el intento de entender cómo afecta globalmente el cambio de hora", dentro de la escasez de datos sobre ello.
Martín reconoce que apenas hay estudios que lo analicen debido a la enorme dificultad que supone hacer el experimento de estar un año sin cambio de hora para ver qué ocurre. No obstante, cree que es un progreso "muy limitado porque el modelo no tiene en cuenta la razón del cambio de hora".
El físico observa que no se trata solo de adelantar o retrasar unos hábitos. El problema, para él, es que va "contra natura". Se retrasan los hábitos en verano, cuando más temprano amanece y más fácil es adelantar la actividad; o se adelantan en invierno, cuando más tarde amanece, y más propensos somos a retrasar la actividad. "Ese imposible dilema explica la utilidad del cambio de hora", defiende.
Otras limitaciones reconocidas dentro de la comunidad científica apuntan que el modelo empleado para la investigación asume un patrón de exposición a la luz y horarios de sueño idealizado para toda la población.
En sus cálculos, los investigadores asumieron hábitos de luz constantes y relativamente compatibles con el ciclo circadiano, incluyendo un horario de sueño de 22:00 a 7:00, exposición a la luz solar antes y después del trabajo y los fines de semana, y exposición a la luz en interiores de 9:00 a 17:00 y después del atardecer.
María Ángeles Bonmatí, investigadora principal en el Instituto Murciano de Investigación Biosanitaria, cree que son "patrones de luz idealizados que no reflejan lo que ocurre en la vida real, donde los horarios laborales, la luz artificial y los distintos estilos de vida alteran la exposición a la luz", como ha declarado a Science Media Center (SMC) España.
El propio Zeitzer, autor principal de la investigación, reconoce esta limitación. "Los hábitos de iluminación de la gente probablemente sean mucho peores de lo que suponen los modelos", dijo Zeitzer. "Incluso en California, donde el clima es estupendo, la gente pasa menos del 5% del día al aire libre".
También señala que la política horaria consiste simplemente en elegir qué horas del reloj representan el amanecer y el atardecer, sin alterar la cantidad total de luz. Ninguna política añadirá luz a los oscuros meses de invierno. "Eso es el Sol y la posición de la Tierra, no podemos hacer nada al respecto".
