Para saber cómo va a ser la temporada de gripe, los epidemiólogos miran al sur. Pero no se trata de un ejercicio pseudocientífico como el de Jorge Rey para predecir el tiempo: los expertos buscan pistas en el invierno austral, que tiene lugar entre finales de junio y septiembre, sobre el comportamiento del virus.

¿Cómo ha sido ese invierno? Australia es una de las principales referencias para el hemisferio norte. Según los informes del Departamento de Salud y Cuidado de Mayores del Gobierno australiano, las notificaciones de gripe confirmadas por laboratorio aumentaron respecto a la media del lustro de referencia (los últimos cinco años sin contar con 2020 y 2021 por su excepcionalidad).

El pico se alcanzó a principios de junio, mucho antes que en el lustro anterior, y el número de casos comenzó a decaer desde entonces, justo cuando otros años aumentaba. Las tasas de notificación han sido más altas entre los 0 y los 14 años, con especial incidencia de los 5 a los 9 años.

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La gravedad de la infección, medida como la proporción de pacientes admitidos en UCI y muertes asociadas a la gripe, puede considerarse como baja. Aunque no se ha establecido todavía la efectividad de la vacuna, que varía cada año dependiendo de las cepas circulantes la temporada anterior, en esta ocasión la composición de la misma ha dado en el blanco: es antigénicamente similar al 98% de las muestras aisladas del tipo A(H1N1), al 85% de las de tipo A(H3N2) y al 99% de de las de tipo B/Victoria, las tres variantes más prevalentes.

En resumen: mucho contagio, un pico temprano con un descenso posterior, los niños y púberes han sido los principales afectados; la virulencia ha sido baja y las variantes circulantes no han mostrado sorpresas.

¿Quieres decir esto que la temporada de gripe en España será similar, con un pico temprano, baja virulencia y las mismas cepas? No hay que ir tan rápido. "Tenemos muchos años de estudio y seguimiento de la gripe y, si hay algo que sabemos sobre este virus, es que es impredecible", afirma realista Ángela Domínguez, catedrática de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Barcelona y portavoz de la Sociedad Española de Epidemiología.

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"Es un virus que muta muy frecuentemente, la composición de las vacunas hay que adecuarla a las variantes circulantes y no se puede descartar que las cepas que lo hagan acaben siendo distintas", apunta a EL ESPAÑOL.

Con todo, señala que la estacionalidad del virus se ha restablecido en el último año, con un inicio a finales de año y una actividad máxima entre enero y febrero. "Sí que hemos visto en las últimas temporadas que la duración de la actividad gripal ha sido más extensa de lo habitual: los máximos se centran durante 6-8 semanas pero se han ido extendiendo en el tiempo".

Para lo que de verdad sirve el invierno australiano, explica, es que permite aventurar las variantes que circularán en el hemisferio norte. "Nos permite pensar que va a ocurrir lo mismo, que las cepas de la vacuna no diferirán mucho de las que van ocasionar la gripe en la gente. Pero no se puede dar una respuesta contundente, el virus muta mucho".

Una gripe B disparada

Entre los casos confirmados por laboratorio, el 58% eran de tipo A. Aunque en la mayoría de las situaciones no se ha explicitado el subtipo, el 5% de ellos era H1N1 y el 0,68% se trataba de H3N2. El 40% de los casos totales eran tipo B, mientras que un 0,32% era A y B, y en el 2% de las notificaciones no se especificó el tipo.

"Antes de la Covid, la gripe B predominaba a final de temporada", comenta Adrián Hugo Aguinagalde, portavoz de la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública y Gestión Sanitaria.

En España, en el último invierno, el tipo B "llegó a representar más del 50%". De hecho, hubo como dos oleadas de gripe: una primera protagonizada por el tipo A(H3N2) y una segunda donde predominó el tipo B y, algo menos, el A(H1N1).

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Aguinagalde señala que lo verdaderamente importante de la vigilancia de la gripe en Australia y otros países del hemisferio sur para la perspectiva española es la proporción de los virus. El resto —gravedad de la enfermedad, inicio y duración de las oleadas, edades afectadas, etc.— "habría que tomarlo con pinzas".

Incluso la efectividad de la vacuna, que tradicionalmente se sitúa en el entorno del 50% pero que en algunas ocasiones ha llegado a ser mucho más baja.

Sin embargo, el preventivista apunta que el aspecto crucial que condicionará el manejo de las enfermedades respiratorias esta temporada es "el paradigma que se está imponiendo en Europa de considerarlas en su conjunto".

Dinámica Covid, VRS y gripe

De ahí la ampliación de la vacunación antigripal a grupos que antes no estaban incluidos, como todos los niños de entre 6 y 59 meses de edad, los fumadores y otros, pero también la inmunización frente al VRS (que no solo se dirige a lactantes con condiciones de riesgo, como anteriormente) y la vigilancia de la Covid.

Tras los desajustes de la pandemia, parece que los virus han encontrado su nicho, sin pisarse. De hecho, "tenemos más coinfecciones del mismo virus de la gripe (A y B) que con el SARS-CoV-2", indica.

En el último año y medio, la Covid parece haberse ajustado a los ritmos de la gripe y el virus respiratorio sincitial (VRS). La dinámica, "por lo que parece, está siendo SARS-CoV-2 [a finales del verano], VRS [a principios de otoño], gripe A, gripe B [invierno] y, al final, aparición de otra onda de SARS-CoV-2". Un patrón que Aguinagalde considera "relativamente lógico".

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Por su parte, la microbióloga María del Mar Tomás relaciona esta dinámica y el acierto en la vacuna de la gripe con la competitividad entre los distintos virus, que ha acabado clarificando ciertas variantes, mientras que otras "probablemente no han circulado porque tienen otros competidores".

Incluso hay algunas que pueden haber desaparecido en estos años movidos, como la conocida como cepa B Yamagata, que causó estragos en 2018 y que apenas ha sido vista desde la irrupción de la Covid.

La vuelta a la normalidad completa en la población también ha hecho estabilizarse al mundo microscópico y beneficiado esta competencia viral. "Los virus estaban un poco alterados porque teníamos perfiles de vacunación diferentes, dejamos las mascarillas, etc.", explica la también investigadora del Instituto de Investigación Biomédica de A Coruña (Inibic).

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"Ya hemos pasado el verano y el otoño sin mascarillas, puede haber más inmunidad cruzada y estar recuperándose los patrones normales", comenta.

La especialista señala que el SARS-CoV-2 se asemeja cada vez más a sus familiares, coronavirus respiratorios que convivían con nosotros y "provocaban poca patología". Y la gripe, un virus más cambiante, haya logrado recuperar su reinado.

No obstante, "hay que seguir mandando el mensaje de que si una persona está mala, puede afectar a su alrededor. Y si gripe y Covid van a estar presentes a lo largo del años, es mejor ponerse las dos vacunas".