Ha estado "desde el día cero" poniendo vacunas: primero en las residencias, luego en su centro de salud y ahora en uno de los llamados vacunódromos. Por sus manos han pasado "más de 1.500 dosis y mi marido sigue sin vacunarse, así que no sabemos si podremos irnos de vacaciones este verano". Sandra María (María es su apellido) en una de las miles de enfermeras que llevan desde principios de año trabajando fuera de su turno para vacunar de la Covid-19 cuanto antes a la población española. Está exhausta pero lo hace porque "es algo puramente vocacional: no compensa económicamente".

Todo empieza con un Whatsapp. "Te enteras de que tienes que trabajar al día siguiente cuando te incluyen en un grupo de los que están convocados para ir al pabellón", explica. Sandra ya ha comentado previamente los huecos que tiene la semana siguiente para acudir al vacunódromo, pero siempre avisan "de un día para otro, no puedes hacer planes".

Así lleva varios meses, echando de media unas 15 horas semanales, que se añaden a su trabajo en el Centro de Atención Primaria Bordeta-Magraners, de Lleida, incluyendo fines de semana y festivos. Por suerte, el pabellón Onze de Setembre, que se ha convertido ya en su tercera casa, no le queda muy lejos, lo alcanza con facilidad en el coche.

Esta cancha con capacidad para 2.200 personas dejó atrás las competiciones de hockey y balonmano en abril del año pasado para convertirse en un centro donde atender pacientes con Covid, realizar tests de diagnóstico, hasta finalmente convertirse en un vacunódromo, es decir, un recinto con un tamaño suficiente para que acuda la gente en masa para recibir su dosis de vacuna, ya sea de Pfizer o de AstraZeneca, principalmente.

"Si son vacunas de ARN, no hay problema. A los que oyen que le van a poner una de AstraZeneca, algunos lo tienen muy claro y quieren vacunarse, pero hay gente que se levanta y se va", comenta con resignación. Con la posibilidad de que se pueda elegir entre una segunda dosis de AstraZeneca o una de Pfizer teme que el ritmo de vacunación se ralentice "porque tienes que estar explicándoselo a la gente".

El ritmo actual es de unas 600 dosis por turno en todo el pabellón, "unas 120 por hora, pero depende de las dosis que lleguen y de la gente a la que llamen ese día". Las vacunas llegan los lunes pero no les informan de cuántas dispondrán cada día. Actualmente, el equipo vacunador lo forman siete enfermeras, cuatro administrativos y una técnica en cuidados auxiliares de enfermería.

Momentos para gritar "¡socorro!"

¿Cómo se compagina esa vocación de ayuda con la vida familiar? "Estamos un poco desgastados, son muchos meses y la vida ha vuelto a las calles: mientras estábamos confinados, era algo más fácil". Especialmente delicados han sido los momentos en que mandaban a casa a sus hijos, de 17 y 11 años, cuando había algún positivo por Covid en su centro educativo.

Por suerte, "lo he vivido bien porque no son críos problemáticos. Pero mi marido trabajaba 12 horas, yo por la mañana tengo que trabajar en el CAP, dejar la comida hecha, por la tarde ir al pabellón… Hay momentos en que dices '¡socorro!'"

Normalmente, dobla turnos tres o cuatro días a la semana "por 15 euros brutos la hora, con un descuento del veintipico por ciento en la nómina. Te sale más a cuenta hacer una guardia de 24 horas". El sentido de la responsabilidad es lo que mueve a Sandra y a tantas enfermeras como ella a sacar tiempo para que la vacunación no se pare. "Enfermería no está fallando", afirma. "Lo que te compensa es la gente y ver que parece que las vacunas están funcionando".

La complicada orografía de la zona hace que en Lleida existan varios puntos de vacunación que puedan acoger a las personas de los alrededores. "La población es muy dispersa", comenta, reconociendo que, de preferir, ella preferiría vacunar en su centro de salud, lo que haría más fácil su trabajo, "pero es más eficiente hacerlo en centros grandes".

También indica que el problema de las segundas dosis en aquellos vacunados con la primera de AstraZeneca sería más fácil de resolver en el centro de salud. "Tú no puedes recomendar ninguna vacuna, solo informar, y eso nos va a enlentecer. En los CAP sería más sencillo porque conoces a la gente y ellos confían en ti", afirma, aprovechando para mandar una pulla a las autoridades sanitarias: "La decisión que han tomado es echar balones fuera y dejar que decida la gente".

Vacunar hasta en vacaciones

¿Hasta cuándo seguirá doblando turnos para poner vacunas? Sandra lo tiene claro: "Hasta que el cuerpo aguante". Desconoce si, una vez alcanzada la ansiada cobertura vacunal del 70%, la estrategia cambiará y el pabellón Onze de Setembre volverá a dedicarse a los goles y no a los pinchazos, pero ella se ve movida por una obligación. "Hay que acabar lo empezado".

Entre medias estarán, seguramente, las vacaciones de verano, esas que todavía no sabe cómo organizar porque su marido no está vacunado. "Ya hemos elegido los días, pero no nos sustituyen, nos cubrimos entre nosotras". Es decir, cuando una compañera se tome unos merecidos días de descanso, va a ser Sandra quien cubra su puesto, y viceversa. "Eso va a enlentecer el ritmo de vacunación en vacaciones".

Aunque esté de vacaciones en su trabajo en el CAP, no frenará de poner vacunas si se encuentra en su ciudad. "Solo rezo por que el pabellón tenga aire acondicionado en verano". El compromiso con su trabajo y con la sociedad es la principal razón. Ella y tantas otras enfermeras. "Nosotras hemos sido el pilar de esta recuperación. Desde la atención primaria de la salud siempre hemos defendido la prevención. Cuando se ha requerido el trabajo de la Enfermería, allí estamos".

De hecho, la respuesta de estas profesionales ha sido tal que no se ha tenido que echar mano de otros sanitarios, igualmente dispuestos, como odontólogos, médicos jubilados e incluso veterinarios. Aunque el final de esta carrera vacunal todavía queda lejos, Sandra estará ahí cuando la última persona que quede por inmunizar se ponga la última vacuna.

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