Hace escasamente un año, el departamento de estadísticas y gráficos del Financial Times se convertía en oráculo oficioso de la pandemia. Su excelencia en el periodismo de datos transformaba la avalancha de información a medida que la Covid-19 se extendía por occidente en pautas visuales que nos permitían entender, por ejemplo, la enormidad del exceso de mortalidad en España durante la pasada primavera o las prisas en la desescalada que desembocaron en la 'segunda ola'. Las curvas que han modulado nuestro estado de ánimo, nuestro pesimismo y esperanzas.

Para contribuir a lo segundo, su editor John Burn-Murdoch ha regalado al mundo esta semana un nuevo gráfico mostrando la intersección entre la curva del total de casos positivos registrados en el mundo con la que mide las dosis de vacunas inyectadas. "La humanidad se ha llevado una paliza en 2020, pero ha bastado un mes de 2021 para dar muestras de contraataque", escribía. "Hizo falta un año para llegar a los 100 millones de casos confirmados en todo el mundo. Han bastado seis semanas para dar 100 millones de dosis".

El propio Burn-Murdoch se ve obligado a enmendar el optimismo del mensaje en el siguiente tuit: ni todos los casos positivos fueron diagnosticados adecuadamente durante la 'primera ola' por falta de medios, ni todos los países detectan con la misma eficacia a día de hoy por los mismos motivos. Del mismo modo, la polémica entre la UE y la farmacéutica AstraZeneca sobre el reparto de dosis ha puesto de relieve las dificultades para que el ritmo de vacunación alcance a cubrir al 70% de la población para cuando termine el verano. Con todo, la vacunación está "superando en mucho al ritmo de nuevos contagios", se reafirma el periodista.

Pero la 'curva de la esperanza' de Burn-Murdoch también enmascara otra realidad incómoda: si la línea de contagios crece a nivel global, quiénes enderezan la de vacunaciones son un puñado de países desarrollados. Una nación en solitario, Israel, ya roza la inmunidad grupal con un 60% de su población inoculada de la primera dosis del fármaco de Pfizer. Casi dos millones de israelíes ya ha recibido las dos en una apuesta a todo o nada, después de haber pagado casi el doble que la UE por vial y sin otro 'plan B' para salir del tercer confinamiento que el gobierno de Benjamin Netanyahu se ha visto obligado a ordenar por la evolución de contagios.

No es de extrañar por tanto que el propio Netanyahu haya querido anunciar en persona los primeros 'brotes verdes' de su estrategia: las infecciones han descendido un 45% en los mayores de 60 años, el primer grupo vacunado, y las hospitalizaciones de casos graves han caído un 26%. "Podemos decir, con precaución, que la magia ha comenzado", tuiteaba Eran Segal, investigador del Instituto Weizmann de Ciencias de Israel. Mostraba otra curva de la esperanza: el descenso en positivos y hospitalizaciones de mayores antes que en pacientes más jóvenes no se había dado en niguno de los confinamientos anteriores.

La sombra de la variante británica

¿Cuándo alcanzará España una inmunización equiparable a la israelí? La euforia de finales de 2020 se ha difuminado rápidamente con los escándalos y los retrasos de dosis. Aún encabezando la clasificación europea, únicamente un 4% de los españoles ha recibido al menos el primer pinchazo. En su última comparecencia, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, auguraba una mayor disponibilidad de vacunas a corto plazo, pero instaba a mantener las restricciones hasta alcanzar el 70% de cobertura

Eso implica mantener las medidas relativamente laxas con las que España está aparentemente logrando doblegar la 'tercera ola' de la Covid-19: pese a que el estrés hospitalario y la mortalidad son comparables a los días de abril, evitamos el colapso y el confinamiento que azota a nuestro vecino, Portugal. Pero esta situación podría llegar a su fin, avisa otro país, Dinamarca, que hasta ahora ha "convivido con el virus" exitosamente. Si Israel lidera en vacunación, el país nórdico está en cabeza en secuenciación genética del SARS-CoV-2. Y su aviso publicado en la revista Science sobre B.1.1.7, la 'variante británica', no puede ser más preocupante.

Dinamarca rozó una incidencia acumulada de casi 800 casos por 100.000 habitantes, similar a la que experimenta ahora mismo España, el día de Navidad. Las medidas de confinamiento, que incluyen el cierre de colegios y comercios no esenciales pero no impiden las reuniones, han logrado bajarla drásticamente por debajo de los 150. La tasa de reproducción del SARS-CoV-2 ha bajado al 0,78: si es inferior a 1, se puede considerar que la epidemia se contiene. Sin embargo, la transmisibilidad de B.1.1.7 se ha mantenido en 1,07: sigue siendo contagiosa pese a las restricciones y de hecho será la dominante, auguran los autores, para final de mes.

"Esto cambia por completo las reglas del juego", escribe Camilla Holten Møller del  Statens Serum Institute, que añade que lo mismo estará pasando en otros países: Madrid ya atribuye a esta variante el 50% de los nuevos casos. La reducción de la incidencia -rápida en Dinamarca por las medidas estrictas, lenta en España por la laxitud- es en cualquier caso la "calma antes de la tormenta", advierte la investigadora. Y es que, con menos de 6 millones de habitantes y un potente sistema de rastreo, Dinamarca se planteaba "suprimir" el virus cortando a cero los contagios como Nueva Zelanda.

La 'variante británica' dinamita estas esperanzas. Ahora se ven abocados a ordenar un confinamiento más estricto hasta que el 70% de la población esté vacunado, la 'solución israelí', o ir vacunando a los más vulnerables y reabrir asumiendo el repunte de la mortalidad. Ésa podría llamarse la 'solución española', pero no hay garantías de que funcione ante la B.1.1.7, advierte Viggo Andreasen, uno de los autores de la proyección. "Es una mala mezcla: que la mitad de la población albergue el virus, y que la otra mitad sea un gran campo de pruebas para que el virus experimente nuevas maneras de escapar a la inmunidad".

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